Por: Luis A. Villarreal P.
Interesante para el orbe siempre será que las profundas reflexiones de la erudición católica salgan a la luz; no solamente como resultante del esfuerzo teologal que busca afianzar y espigar una fe en bases sólidas y comprensibles, más allá de dogmas sempiternos, sino también orientar las aspiraciones colectivas de bienestar y felicidad terrenales.
Este sería el primer denuedo en el que estuvieron inmersos los llamados doctores de la Iglesia Cristiana, y así poder ofrecer una explicación más aproximada sobre el gran misterio de la existencia de Dios y de la Vida, y de su correlación humana.
Aparte de las largas, traumáticas o cruentas, disquisiciones en la búsqueda de un mejor perfil de la raíz y tallo del cristianismo verdadero, el Catecismo, inspirado en la Biblia, la Tradición apostólica y el Magisterio de la Iglesia universal, es el documento más elaborado de la representación católica, que en consecuencia es entendido como Constitución Apostólica «Fidei Depositum»; considerado norma y manual por excelencia de las prerrogativas de fe, misterio, sacramento, liturgia, oración, y en general de la creencia y funcionamiento del catolicismo.
Entre otros documentos de sustentación y explicación de membresía a la casa terrenal de Cristo, derivados de sínodos, concilios y conferencias, las «encíclicas papales» son el perfil político de quien ocupa el solio pontificio: el Jefe de Estado del Vaticano, principalmente de cara a la situación material humana, a su drama social, en el ámbito global.
Tratándose de la cualidad y envergadura institucional de la iglesia que nos ocupa, teniendo en cuenta la insatisfecha necesidad humana, las encíclicas no son simple fachada de la posición política del Vaticano y de su accionar apostólico y pastoral en latitudes mundiales, sino que fungen —deberían— ser una forma de política pública de Estado que fluye gota a gota dentro de su clero y ante los demás gobiernos y organismos multilaterales, en aras de la moral, dignidad y conciencia, de libertad, bienestar y progreso, humanos.
Así por ejemplo: Rerum novarum —León XIII— ante la avasallante revolución industrial: Iglesia V.S Liberalismo y Comunismo. Encíclica de vital importancia, por sus reiteraciones en el transcurso de muchas décadas, y en la que el objeto central es claramente político, ante la sociedad y sus reivindicaciones. Cuadragesimo anno —Pío XI— Mater et magistra y Pacem in terris —Juan XXII—; Ecclesiam suam, Populorum progressio, Octogesima adveniens, —Pablo VI—; Laboren execres, Sollicitudo rei socialis, Centesimus annus —Juan Pablo II—; Caritas in veritate —Benedicto XVI—: Entre tantas otras, figuran como el estamento o baluarte de la Doctrina Social de la Iglesia, tendente preocupación católica sobre el desempeño político y gubernamental ante las vicisitudes humanas in crescendo.
Y las más recientes en el ejercicio del Papa Francisco: Lumen fidei —luz de la fe—, debida a ‘la necesidad de recuperar la fe’ como don de Dios para el optimismo y la esperanza en beneficio humano; Laudato si’ —alabado seas— , sobre ‘el cuidado de la casa común’, de alto interés ecológico en el propósito de conservar las condiciones de vida que alberga la Tierra, nuestra única casa con serios problemas climáticos producto del exceso poblacional con insuficiencias de conciencia y de posibilidades tecnológicas; y Fratelli tutti —Hermanos y hermanas—, relacionada con ‘la fraternidad y amistad social’ que hemos de tener si queremos sociedades y gobiernos perfectibles que nos permitan creer que hacemos lo mejor como especie que se desenvuelve y remonta los requerimientos existenciales cosmológicos.
Todas, son evidencia de la preocupación eclesiástica por nuestra dimensión temporal. Pero a su vez un propósito que no se abre paso con la efectividad deseada en el concierto gubernamental de naciones.
En este orden, creo que es importante considerar —aunque sea en pequeña porción— la última encíclica del Papa Francisco, y de analizarla bajo la égida de política definitoria de la actitud del Vaticano ante la problemática mundial en la que podría contribuir como solución, tal si se tratara de un documento equiparable a cualquier otro de un organismo multilateral —la Carta de las naciones unidas, la Declaración Universal de DDHH, u otros derechos consagrados—. Esta encíclica sería plataforma apropiada para abordar la insólita crisis venezolana; porque hay intenciones de un nuevo diálogo —reducto que se hace posible a falta de más opciones— en el que participarían Noruega, Vaticano y Venezuela; y principalmente, porque la Oposición necesita su propio ente reactivo que la haga funcional y operativa.
La encíclica Fratelli tutti, en la Tradición y la Doctrina Social de la Iglesia, nos hace pensar que podemos contar con la Iglesia Católica como institución histórica; porque en ella está escrito cuál ha de ser su comportamiento ante problemas como el de Venezuela. La encíclica Fratelli—a grosso modo— interesante en su exposición literaria: se declara inconforme con las metas alcanzadas de democracia, justicia y paz, integración y progreso globales y nacionales —carencia de buenas políticas: por deficiencias ideológicas, doctrinarias y de conciencia de liderazgo—; y mucho más con la estancada característica humana de poca capacidad de cooperación y compartimiento, inclusión o tolerancia, o de exigua práctica indulgente y caritativa —pérdida de actitud altruista y filantrópica— , en la que se advierte el morro del individualismo, la indolencia y el egoísmo. Tengámosla en cuenta y reivindiquemos su orientación para tratar de salir de la situación miserable que tanto nos afecta.