Por: Antonio Pérez Esclarin (pesclarin@gmail.com)
Hoy, ante la creciente deshumanización de nuestras sociedades y el fuerte relativismo ético que vivimos, se habla mucho de la necesidad de educar en valores, pero no se menciona que hace falta mucho valor para educar. Sobre todo dada la precaria situación económica y el desprestigio social que viven los educadores: Todo el mundo quiere el mejor maestro para sus hijos, pero no quieren que sus hijos sean maestros.
Sin embargo, la educación y no meramente la instrucción, es el medio fundamental para el progreso económicos, social, humano y espiritual de los pueblos y sociedades. A todos nos conviene tener más y mejor educación y que todos los demás la tengan. La ausencia de educación o una pobre educación lleva a los pueblos y sociedades al fracaso, ya que ella es el pasaporte a un mañana mejor. Por ello, debemos comenzar por recuperar el sentido genuino de lo que significa educar.
El término educar tiene una doble raíz latina: Educere, que significa sacar de adentro, extraer toda la riqueza que hay en cada persona; o Educare, que significa nutrir, alimentar, guiar, ofrecer oportunidades para que el educando pueda desarrollar todas sus potencialidades y alcanzar la plenitud a la que está llamado. Pero no se trata de que el educador vaya moldeando al alumno para hacer de él o de ella lo que el docente quiere; se trata, más bien, de propiciar la creatividad y autonomía de cada alumno para que sea capaz de moldearse a sí mismo y hacer de su vida una verdadera obra de arte. Cada persona tiene que escribir el guión de su vida: tiene que ser autor y actor y también espectador de su vida, y no permitir que se la escriban o actúen otros. En este sentido, Sócrates planteaba que la educación tenía una función de partera: ayudar a los otros, mediante preguntas apropiadas y pertinentes, a que den a luz la verdad, el bien, la belleza, que todos potencialmente llevamos dentro. Por ello, para Sócrates, el arte de educar consistía en promover las preguntas, más que las respuestas, potenciar la curiosidad y la creatividad del alumno, estimular su libertad y no su obediencia o sumisión. De ahí que llamó a su método pedagógico la mayeútica, es decir, el arte de ayudar a nacer el hombre o la mujer posible.
Kant le daba a la educación un sentido muy parecido pues mantenía que la educación debe “desarrollar en cada individuo toda la perfección de que es capaz”. A su vez, María Montessori decía que educar no es transmitir conocimientos, sino ayudar al descubrimiento del propio ser”. Y J. Ruskin expresaba que “educar a un niño no es hacerle aprender algo que no sabía, sino hacer de él alguien que no existía”.
Afortunadamente, hoy estamos entendiendo con creciente claridad que educar no es instruir, adoctrinar, mandar, obligar, imponer o manipular. Educar es el arte de acercarse al alumno con respeto y con amor par que se despliegue en él una vida verdaderamente humana. Educar es, en consecuencia, algo mucho más complejo, sublime e importante que enseñar biología, lectoescritura, electricidad, historia, o robótica. Educar es alumbrar personas autónomas, libres y solidarias, dar la mano, ofrecer los propios ojos para que los alumnos puedan mirarse en ellos y verse valorados y dignos y así ser capaces de mirar la realidad sin miedo, y a los otros con cariño y con respeto. El educador es el partero del alma, el que ayuda a cada alumno a conocerse y quererse, el que confiere la energía y la confianza para que cada persona se atreva a caminar la senda de su propia realización, para que desarrolle la semilla de sí mismo y alcance la plenitud y la felicidad. El educador tiene una irrenunciable misión de partero de la personalidad. Es alguien que entiende y asume la transcendencia de su misión, consciente de que no se agota en impartir conocimientos o propiciar el desarrollo de habilidades y destrezas, sino que se dirige a formar personas plenas, a enseñar a vivir con autenticidad, es decir, con sentido y con proyecto, con valores definidos, con realidades, incógnitas y esperanzas. Educar es contribuir a desarrollar armónicamente todas las dimensiones y potencialidades del ser humano (físicas, psíquicas, intelectuales, morales y espirituales) para que llegue a ser una persona digna y feliz. De ahí que la educación no puede reducirse a una asunto técnico, como pretenden algunos admiradores de la inteligencia artificial, pues es esencialmente un asunto ético y humano,. El quehacer del educador es misión y no simplemente profesión. Implica no sólo dedicar horas, sino dedicar alma.
@antonioperezesclarin
www.antonioperezesclarin.com
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