El valerano, Domingo Briceño / Por Alfredo Matheus

Sentido de Historia

 

«Se iba a pie a Barquisimeto y regresaba a pie”

Hasta el año 1878, Valera estaba en la más completa oscurana. Pocas personas se atrevían a salir  de noche por miedo  a encontrarse  con el famoso “Hombre vestido de negro montado en brioso caballo”… Dicen los abuelos “Que a nadie le falta Dios”. En 1879, el Concejo Municipal inaugura la instalación  de centenares de faroles que funcionaban a kerosene y alumbraban por primera vez aquellas calles de tierra y piedra.

La alegría del alma valerana se manifestó en un ameno baile colectivo a cargo de bandas musicales, parranda que duró hasta el amanecer para festejar tan sabroso acontecimiento: Ya se podía salir en horas nocturnas sin temor a los ladronzuelos que han existido desde que el mundo es mundo.

Otro fiestón…

Se prendió el 5 de diciembre de 1914, con el funcionamiento de la planta eléctrica que llevó luz a las casas de familia donde abundaban los perros para proteger las viviendas de los rufianes que les gustaba llevarse en noches de oscurana; una gallina, un cochino o la  chivita de Josefita Camacho.

El gran caminante…

Su nombre de pila Domingo Briceño, hombre trabajador como él, no había dos. No se sabe  qué miedo había en su cabeza, ya que le tenía terror a montarse en un vehículo. A Barquisimeto, Maracaibo o Mérida, se iba caminando, sobraban valeranos que lo encontraban en la carretera y le ofrecían la “colita»,  su respuesta siempre era la misma: «Gracias, Dios te pague, pero ya voy a llegar”, era la Venezuela donde Rómulo Betancourt, sufrió atentados, intentos de golpes de Estado, pero no hubo manera de dejarse  quitar el “coroto” o el poder, como Presidente de la República.

Maestros candela…

De esa Valera de la década de los años 60, recordamos a los maestros que no se les “enfriaba el guarapo” a la hora de castigar  a los alumnos que echaban más vainas “que una piña bajo el brazo”… Les ubicaban arvejas en sus manos y ”zúas” le daban un señor palmetazo que veían el propio diablo a causa del intenso dolor.

Había maestros que se “pasaban de maraca” a la hora de impartir disciplina. Tenían un enorme sombrero de cogollo con orejas de burro. Escolar que seguía creando problemas, le ponían el sombrero en la cabeza y lo paraban por una hora en la entrada del salón para que los demás muchachos les hicieran burlas.

“El remedio era peor que la enfermedad”, un día después, la víctima de tan injusto castigo iba buscando a los estudiantes que se habían reído a carcajada suelta y le daban su buen “tatequieto”, para que jamás olvidaran que “el respeto empieza por la escuela”. Había otros muchachos sumamente sensibles que jamás volvían a la escuela por el “trauma de la mamadera de gallo”.

El regreso a Valera…

Los días de navidad, el centro de la ciudad era de mucha algarabía, el terminal de pasajeros quedaba a una cuadra de la plaza Bolívar, calle 7, a las 5 de la mañana aquello parecía un lugar de peregrinación, centenares de familias se reunían para darle el abrazo de bienvenida a los hijos que se habían marchado a la gran Caracas y regresaban para disfrutar en casa la fiesta de fin de año.

El barbero chiquito…

Pedro Rodríguez no sabía cómo atender a tanta clientela,  cobraba un bolívar por la “pelada”, mientras otros barberos bajaban de la mula a los parroquianos con dos bolivarianos… Su barbería llamaba la atención, no por la fotos de mujeres desnudas pegadas en la pared;  sentaba a los clientes sobre una cómoda tabla sostenida por un enorme ring de carro que levantaba con mucho ingenio con un gran madero de vero;  al que le daba vueltas hasta que cumplía su faena  de quitarle la melena a los valeranos que deseaban verse más muchachones.

 Carita de negro bobureño

En esa Valera de antier, a muchas familias no les llegaba la luz eléctrica, por lo tanto había que utilizar el popular mechurrio (un trapo que se introducía a una botella con kerosene) y se dejaba prendido a lo largo de  la noche para espantar el “zancudero loco”.  En la  mañana, los valeranos parecían nativos de la población de Bobures, por la cara negrita a causa del hollín que iba dejando el mechurrio en  toda la noche.
* Cronista popular
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