Lula el mito izquierdista “resucitado” llega a la presidencia en hombros del pueblo brasileño pero, en un contexto muy diferente a como lo hizo en 2003. Hoy, mediatizado por la gran oposición a su proyecto nacional, aparece para la mitad del país como la “aspiración” colectiva de justica social impulsado por los sectores populares que “desean más y no menos democracia”, en síntesis “la victoria de un inmenso movimiento democrático por encima de los partidos políticos, de los intereses personales y de las ideologías”.
El próximo presidente enfrenta un nuevo tiempo histórico que experimenta un peligroso fenómeno de concertación de las derechas neofascistas en el mundo y que en Brasil toma el nombre de Bolsonaro, el candidato derrotado pero no vencido. Esto lo obliga estratégicamente a distanciarse de la izquierda “borbónica” la que asume de manera sectaria un socialismo no democrático y buscando la formación de un amplio frente democrático con un perfil liberal cuyo eje de apoyo lo representa el vicepresidente Alckmin.
En el plano regional, a diferencia de 2003 cuando se convierte en el paraguas de los diferentes movimientos radicales que desestabilizaban el orden estatuido (como ocurría en Venezuela) buscará en su actual gobierno restablecer la conciliación progresista sudamericana para fortalecer la democracia formal y recomponer un nuevo frente para contrarrestar el neoliberalismo que pugna con fuerza por el control del continente . Este estado de cosas nos mueve a una visión de largo alcance histórico de nuestro continente para comprender mejor el presente en función del reflejo del pasado
La “sudamericanización” como proyecto regional factible tiende a concientizarse en los actuales pobladores de nuestro continente y su viabilidad avanza como un constructo posibilitado por el zigzagueante y azaroso devenir de la dinámica política de nuestro continente, mediado por el nuevo orden internacional, en desarrollo en el siglo XXI. Para lograr ese objetivo Brasil aparece como el gran espacio geográfico de articulación, en un continente que aún no ha cristalizado como una identidad geopolítica coherente, ni ha roto su posición de dependencia o subordinación ante los centros metropolitanos para influir con su propia identidad civilizatoria en la historia universal como lo han conseguido Europa y Norte América en él pasado.
Durante el periodo colonial en 1750 los reinos católicos de España y Portugal prevalidos del peligro causado por las crecientes amenazas de las incursiones de Inglaterra, Francia y Holanda para desalojarlos de sus colonias en Sur América, firman un tratado de límites en Madrid dividiéndose equitativamente sus posiciones en el continente y acuerdan en el artículo XXI que en caso de guerra entre las dos coronas, “se mantengan en paz los vasallos de ambos establecidos en toda América meridional, viviendo unos y otros, como si no hubiera tal guerra entre sus Soberanos”. Esto creo la primera manifestación de sudamericanización en el mundo occidental
En la crisis de independencia a principios del siglo XIX los libertadores hispanoamericanos Simón Bolívar y José de San Martin pensaron en “la patria grande”, el primero se destaca por su posición más firme hacia los principios republicanos liberales, así como su una gran captación de su tiempo histórico al punto de firmar su célebre Carta de Jamaica de 1815 como “un sur americano”. En el caso de Brasil la situación fue muy diferente ya que la corona portuguesa para superar la crisis europea huye a Río de Janeiro donde establece la corte y capital del reino. La gesta anterior marcan la ruptura colonial cuando y después de mucho tiempo en 1945 aparecen tendencias populistas nacionales como el varguismo, el peronismo y otros movimientos políticos que en su lucha contra el militarismo e imperialismo avizoran la sudamericanización.
En el año 2000 se produce un gran salto hacia nuevos horizontes en las cuales nuestro continente busca una mayor participación en el escenario mundial se presenta cuando los doce presidentes electos democráticamente del continente se reúnen en Brasilia con motivo de la conmoración de los 500 años del descubrimiento del Brasil y acuerdan convertir al continente en una región geoeconómica. Sobre esta plataforma se monta Lula en 2003 cuando llega por primera vez a la presidencia de la república impulsando en el Brasil el modelo izquierdista (“lulismo”) y tomando al “país continente dentro del Continente” como referencia de gran bisagra de articulación de una nueva propuesta geopolítica, logrando manipular dos puntos neurálgicos de sus fronteras con sus vecinos convergentes en la cuenca del Rio de la Plata y en la región amazónica y convirtiendo los tratados del Mercosur y Amazónico en marco de colaboración integradora.
El coronamiento de estas gestiones se concreta en 2008 con la creación, en la cumbre de presidentes sudamericanos en Brasilia de primera plataforma regional “Unasur” de los diferentes Estados nacionales del continente En esta empresa concurre el capital Chino como factor financiero de la región en los planes de desarrollo que suplantaban a los Estados Unidos que se había convertido en el principal apoyo del neoliberalismo. En consecuencia se produce un momento de inflexión y un auge de enfrentamiento entre las fuerzas políticas de derecha e izquierda en lucha por el control del continente mediadas por las discrepancias geopolíticas mundiales.
En el 2016 la situación virtuosa de estabilidad política dominada por la izquierda brasileña (PT) que actuaba como gran centro de conciliación de los diferentes proyectos populistas radicales del continente, entra en un proceso de descalabro político, como producto de la reagrupación de la derecha y sectores afines liberales. La concertación conservadora de fuerzas políticas mediante un plan de desestabilización judicial, la operación lava jato logra llegar a Lula para ponerlo en la cárcel y produce el impiachment a la presidenta Dilma Rausseff sacando al Lulismo del poder y precipita la caída de “Unasur”, quedando como un “organismo zombi” hasta la actualidad cuando surgen las voces por su reposición. En estas condiciones Brasil se convierte en el mayor laboratorio político de la región en el cual se ensaya la erosión de las bases de sustentación de la legitimidad de las elites populares mediante las confrontaciónes o alianzas entre los diferentes tipos o facciones de derechas e izquierdas. Así, a partir del 2023 Lula, en representación de un Brasil consensuado, intentara capitalizar la saga de la sudamericanización (como lo hizo la EU el siglo pasado) en la exploración para beneficio de la región de la emergencia del mundo multipolar. Intentará entre otras cosa en lo económico, eventualmente, dar los primeros pasos para la creación de una moneda regional que emule el valor del dólar y del euro y en lo político presentarse como el principal factor de estabilización democrática de Venezuela para convertir nuestro continente en el nuevo paradigma latinoamericano
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