Con instituciones sólidas, libertad y democracia todo está dispuesto para que un país despliegue todo su potencial mediante el trabajo de su gente. Sus hombres y mujeres harán todo su esfuerzo para producir bienes y servicios, con la seguridad que recibirán lo justo para vivir bien. Se crearán muchas empresas de todo tipo y en todos los lugares, cada uno de los cuales entregará lo mejor de sí para la prosperidad general.
Los más trabajadores, estudiosos, innovadores y emprendedores recibirán con creces el fruto de su esfuerzo. Aquellos lugares que aprecian lo suyo y lo trabajan con esmero crearán prestigio y sus productos tendrán fama y seguramente algunos de ellos recibirán lo que se llama “denominación de origen”. Y así con la suma del trabajo de mucha gente, en muchas empresas, en muchos lugares se creará la riqueza nacional. Y con sus impuestos la población remunerará un Estado eficiente y responsable, pues los gobernantes tendrán que rendirle cuenta a quienes lo financian. Se ve sencillo el esquema, pero básicamente es así.
Por eso los países que gozan de instituciones sólidas, disfrutan de libertad y viven en democracia tienen una economía próspera y sana, que ofrece puestos de trabajo a la mayoría de su población y a muchos inmigrantes que su realidad atrae. No importa que sean grandes o pequeños, antiguos o recientes, con recursos naturales o sin ellos. Si hay justicia y Estado de derecho habrá prosperidad, pues el trabajo humano tendrá la confianza que el fruto de su esfuerzo es recompensado.
En cambio los países sin instituciones decentes, sin libertad y ni democracia son pobres, así tengan muchos recursos naturales, sean muy grandes y de larga historia. Puede ser que un golpe de suerte les ayude unos años, pero su prosperidad no será duradera, porque una economía sana que produzca bienestar sólo es posible con el trabajo humano honesto, única fuente legítima de riqueza.