Invitó Eladio Muchacho Unda a los oyentes del programa “Contraseña” de la radio 102.5 de la ciudad de Trujillo, el lunes 22 de noviembre en la mañana, a cerrar los ojos e imaginarse el mapa de Venezuela con casi todos sus estados y municipios pintados de azul, y unos pocos aquí y allá pintados de rojo. Y preguntaba: ¿cómo sería el estado de ánimo de la mayoría de nosotros? ¿cómo el de nuestros parientes y amigos regados por el mundo? ¿cómo el de la gente de las organizaciones civiles y de entes públicos nacionales e internacionales que apoyan la lucha por la libertad y la democracia?
La dicha estaría en todos los corazones y habrían misas de acción de gracias, bailes y festejos, sonarían los cohetes y la música más alegre estaría sonando en todo el país. Todavía a estas alturas estaríamos eufóricos celebrando y preparando como sea unas felices Navidades. Viviríamos lo mejores momentos en muchos años. Estaríamos dichosos y esperanzanos de un nuevo amanecer.
Pero abrimos los ojos y vemos un país pintado de rojo. Y constatamos al ver los resultados, que ese mapa en vez de rojo rojito fuese azul azulito estuvo al alcance de la mano. En casi todas partes, no con una unidad superior, como lo pedía todo el país sensato, sino que con un poquito de unidad podría haberse logrado ese país que se abría a la libertad y a la democracia. Por poquitos votos, en casi todas partes, perdimos la posibilidad de esa enorme alegría.
Entonces el estado de ánimo es de despecho, en el mejor sentido de esa mezcla de tristeza y rabia, de desconsuelo e impotencia. Era muy grande la posibilidad de interpretar el rechazo a esta barbarie y la necesidad de cambio. Sólo con una alianza opositora para escoger buenos candidatos, el pueblo hastiado saldría a votar, como efectivamente lo hizo en muchos lugares, sobre todo en municipios donde esos liderazgos naturales o emergentes lograron permear la estupidez de los liderazgos sectarios y soberbios.
Todo el mundo se los dijo, todo el mundo. La Conferencia Episcopal Venezolana, diversas organizaciones de la sociedad civil, los mejores expertos en asuntos electorales, los articulistas más leídos y la gente común y corriente. Si hicieron esfuerzos para que se unieran en torno a los mejores, para tratar de vencer la desconfianza general en las instituciones, los partidos y en sus líderes. ¿Cómo pudo ser posible esa barbaridad?
El mapa rojo rojito con la mayoría de la gente opositora es una muestra supina de estupidez, entendida tal calificativo, parafraseando a José Antonio Marina, “como el poder de causar daño sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio»[1]. ¿Por qué personas consideradas inteligentes toman decisiones estúpidas? Por muchas razones, entre otras el fanatismo, el sectarismo, la soberbia, la ambición desmedida, la vanidad, la procrastinación, el autoritarismo, la pereza, el odio, la envidia y muchas otras.
¿Cómo es posible que la enorme mayoría de los venezolanos que queremos un cambio, no logramos encontrar en el liderazgo opositor la unidad necesaria que produjera lo obvio? Esa es la causa del gran despecho que tenemos, ese sentimiento de tristeza y rabia por el tamaño del desengaño, de esa desilusión tan grande. Y lo peor, parece que esa misma dirigencia no se ha dado cuenta, aún, del daño causado. ¿Tendrán los dirigentes políticos nacionales y regionales propósitos de enmienda? Lo dudo, sin examen de conciencia, acto de contrición, dolor del corazón y confesar los pecados, no hay arrepentimiento, por lo tanto, no hay posibilidad de perdón. El pueblo venezolano merece otra dirigencia.
El despecho para superarlo hay que sufrirlo y hacer catarsis, llorar, gritar e increpar al causante del dolor. Luego aceptar la situación y abrirse a nuevas realidades. Allí en los liderazgos locales, naturales y emergentes, donde la opción de la libertad y la democracia ganó abiertamente, está la esperanza. En general es gente honesta que inspiró en cada lugar la confianza que se tradujo en votos. A esas personas del liderazgo decente hay que cuidarla, para que el mal ejemplo de los que debieron ser mejores no los contaminen. Nuestro país nació a la libertad desde sus municipios y provincias, allí renace la esperanza.
Para traducir en transformación esta rabia la sociedad civil debe reaccionar a la altura del desafío, perdimos mucho el domingo 21 siendo mayoría. “Despierta y reacciona” nos dijo la Iglesia en tiempos de la visita de Juan Pablo II. Escuchemos y sintamos el grito del despecho para abrir nuevos caminos.
[1] MARINA, José Antonio. “La Inteligencia Fracasada: teoría y práctica de la estupidez”. Anagrama. Barcelona, 2004.
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