El taita Concio Rivas, cantor de Las Siete Lagunas | Por: Oswaldo Manrique

¡Respire profundo y puje que ya va ´tar! 

 

Fueron las palabras que le dijo la partera y vecina. La india Juana Paula, cerraba los ojos y le chorreaba sudor en la cara, cada vez que sentía dolor en su voluminosa barriga. En su casa en Los Berros, cerca de las Lagunas, habían preparado todo para el advenimiento, la partera atenta a los movimientos. Minutos antes, se había levantado del catre donde estuvo sentada. Había sentido una punzada en la espalda, y enseguida un líquido que se deslizaba por sus piernas. Fue cuando llamó a Aracelis, le pidió que la ayudara, ya era la hora.

El ambiente en el páramo de La Puerta, durante el mes de diciembre no es grisáceo, ni blanquecino ni oscuro como en otros lugares; por ese mes, adquiere un excepcional color brillante, que contrasta con el claro verdor de su paisaje y el iluminante azul de su cielo. Las contracciones se tornaron más intensas. Confiaba en la esposa de Rafael Aranguren, partera del caserío. Esta le afirmó que ya la criatura se comenzaba a ver, y le pidió que dejara de pujar, que no pujara más. Soñaba con él, ansiaba verlo. A Concio, lo recibe la partera sonriente, lo revisa, lo alza para enseñarlo, es humano. Abrió los ojos, se lo entregó a la madre, abrigándolo, inmediatamente entra en contacto con ella. Lo amamanta. Llegó el ser que se convertiría en el eje de la familia, lo llamaría José Concepción, porque ya tenía un Jesús, que era el padre, el ex montonero. Era de madrugada con brumoso y helado tiempo. Juana, después de parir, entró en un letargo placentero y tranquilo que pudo disfrutar al canto que le susurraba al oído a su criatura, solo por esa vez.

Uno de los personajes más simpáticos y polifacéticos, que persiste en la tradición oral de nuestra comarca, lo es el «taita» Concio o el «Bachiller Concio”, como también lo llamaban. Su nombre José Concepción Rivas,  nació el 17 diciembre de 1916, en la posesión Los Berros, en el propio páramo de las Siete Lagunas, jurisdicción de La Puerta, estado Trujillo en Venezuela. Pertenecía a las primeras familias indígenas y mestizas que se asentaron en este lugar. Aprendió a leer en la rudimentaria escuela del maestro Mateo Valero, en el llano de La Lagunita.

Después de azarosas huidas de la recluta, a los pocos años lo agarró la de los chácharos gomecistas. Estuvo en el Cuartel de Infantería Libertador, de la ciudad de Maracaibo, luego lo trasladaron al Cuartel de Lagunillas, con responsabilidad, siendo sargento primero del Ejército Nacional. Una noche que conversábamos de muchachos con él, con su pie montado en un lateral del fogón y quitándose de vez en cuando su felpudo sombrero, nos contó lo que presenció y vivió, en su época de soldado, uno de los sucesos más trágicos de la Venezuela petrolera, el incendio y desaparición de Lagunillas de Agua, en el que hubo miles de muertos, que aún no hay cifras ciertas, ni causas del mismo.

Caminó la mayor parte de su vida, en su instinto natural y metodológico de conocer y saber, se exigía explorar espontánea y autodidácticamente, más allá de los límites de los páramos. Igualmente, recordaba como si fuese un suceso cercano, lo del siniestro aéreo en 1950, en el páramo, cuando la comisión de la Guardia Nacional lo sacó de su casa, casi dormido, para que les sirviera de baqueano. Fue a regañadientes, pero cuando vio aquel desastre, buscó sus mulas y machos, para el traslado de los estudiantes muertos.

De sus muchas y simpáticas aventuras y anécdotas ha escrito Ángel González Rivas, el popular “Guayanés”. Fue caporal del MOP, en el desarrollo de la carretera Trasandina. Agricultor, comisario de caserío, coordinaba el trueque, préstamo de semilla, convites, vuelta de mano, como costumbres colectivas ancestrales del páramo.

Sacaba buen y aromático sanjonero, los curas acostumbraban a visitarlo y a tomarse un cuello corto para bajar con alegría la Cuesta de los Rondones; ese elixir de los montes, le compraba toda la producción, su compadre el comerciante José del Carmen Matheus “Don Carmen”. En edad madura se casó con María Guadalupe Ramírez Terán (1926 – 2017), nativa de las Mesitas de Niquitao, ella murió con 100 años de edad.

Como era uno de los pocos que sabía leer y escribir en ese tiempo, su casa en el Sicoque, se llenaba los fines de semana de vecinos, las mujeres para que le redactara y escribiera carta a los hijos, hermano, al marido y hasta los novios que se habían ido a trabajar a Caracas o Maracaibo. Equivalentemente, le llevaban las cartas que recibían, para que se las leyera, por eso se ganó que lo llamaran el «Bachiller Concio».

Un aspecto de su versatilidad, fue su amor por el folclore. Su afición a la música, el cantor de décimas por excelencia, el más fogueado en contrapunteo, según el maestro Martín Rivero, improvisa fácil. Su nombre brilló en las fiestas de La Puerta y pueblos vecinos. Le gustaban los tonos y pajarillos, en lo religioso, los rosarios a la Virgen. Montaba baile y canto toda la noche en los tradicionales Cantos de Navidad, en las casas de familia.

Cuando lo veían llegar con su cuatro a cualquier lugar, seguro que había baile, más atrás llegaban sus pares, Ruperto Rivera, con la guitarra de cinco cuerdas, era el esposo de Felipa Ruz, sobrina del legendario coronel Sandalio Ruz. No podían faltar Emeterio Villarreal y José de los Santos Ramírez, con su respectivo cuatro, Ernesto Barrios con guitarra y canto. Camilo Rivas, su hermano en la armónica, Sandalio Salcedo el violinista, Rafael Artigas con la bandolina y Concio Rivas en el canto y baile, eran la música, la fiesta y también la alegría.

El 19 de abril de 1978, día de libertad, bajando por los Santicos, del páramo, alzó vuelo con su canto y emprendió viaje hacia otros espacios.

 

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