Antes de descubrir el valor del Santo Rosario, cada vez que me ponía nerviosa y tensa, no sabía que hacer con mis manos. Las movía de lado a lado, las abría, las cerraba, y hasta me partía las uñas. Desde que llevo el rosario en mi cartera, cada vez que me siento impotente, tomo el rosario en mis manos, empuño el Cristo que lleva, empiezo a desgranar las cuentas y una gran paz empieza a inundarme.
Hace poco fui llamada a declarar en la Corte sobre un accidente serio de carro que tuve en el año 2005. Parte del proceso incluía enfrentar a la persona que me chocó. Iba a levantarme e irme porque no me sentía capacitada para ver frente a mí a quien me había herido. Cerré mis ojos por unos segundos, respiré fuerte y me puse en presencia de Dios pidiéndole luz. Sentí que debía quedarme, y enfrentar la situación de una vez por todas, y sobretodo, debía perdonar al causante de mi dolor. Saqué el rosario, apreté fuerte el crucifijo, y luego empecé en mi mente a pasar las cuentas del rosario. No estaba pensando ni meditando en las oraciones que repetía porque estaba poniendo atención al diálogo entre el abogado y el acusado; sin embargo, sentía la presencia de Dios, sabía que mi madre María estaba allí asegurándome que su Hijo Jesús me acompañaba y me fortalecía. No sólo pude permanecer serena, sino que pude mirar al que me había herido, pude orar por él, y pude perdonarlo. Cuando salí de la Corte, el abogado me preguntó qué había hecho para enfrentar la situación. Mi respuesta fue inmediata: “Saqué mi rosario y me mantuve orando todo el tiempo.” De regreso a mi casa, en medio de recuerdos dolorosos, continué rezando el rosario, y esta vez traté de meditar en los misterios, contemplando el rostro de Cristo con María.
Precisamente, nuestro querido fallecido Santo Padre, Juan Pablo II, escribió una Carta Apostólica titulada “Rosarium Virginis Mariae” en octubre de 2002, en la que explica que el rosario es una oración centrada en Cristo. Él dice: “Con el rosario, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor.” Él testificaba que el Rosario era su oración predilecta y que lo había acompañado en sus momentos de alegría y de tribulación.
La devoción al rosario está viva en nuestro pueblo hispano. Visitando diferentes grupos carismáticos me he dado cuenta que la mayoría inicia la oración con el rezo del Santo Rosario. Sabemos que el Espíritu Santo se derramó en el Cenáculo mientras los discípulos oraban con María. Continuemos manteniendo viva la presencia de la Madre en nuestros grupos para que el Espíritu Santo se siga derramando con poder.
Muchas parroquias visitan los hogares para rezar en familia el Santo Rosario. Dios los bendiga y los acompañe en este ministerio tan especial. Las familias están muy necesitadas de oración, y ojalá pudiéramos restaurar esta práctica en todos nuestros hogares. Benedicto XVI ha reafirmado: “En la escuela de la Madre, aprendemos a conformarnos con su divino Hijo y a anunciarlo en nuestra propia vida.”
Quedémonos y formémonos en la escuela de la Madre. ¡Gracias Madrecita!