El rechazo de las minorías | Por: Clemente Scotto Domínguez

 

El electo Joe Biden asumió la presidencia de los EEUU, sin que se hiciera visible la furia de los partidarios del saliente Donald Trump, quien el último día -entre dientes-, aceptó a su adversario como presidente responsable de esa nación por los próximos cuatro años. El Capitolio Federal, escenario de la juramentación en el corazón de la ciudad capital de Washington, fue convertido en una zona de guerra como fortaleza artillada, cubierta por un operativo militar con miles de efectivos armados desplegados y fortalecidos tras barreras  anti-asalto para contener la amenaza de masas manifestantes con furia, como si aconteció pocos días atrás. En el 2001, luego del atentado de Nueva York , el entonces presidente Busch decía “para evitar que los terroristas nos lleguen, hay que salir a buscarlos”; eso hicieron con las “guerras preventivas” emprendidas unilateralmente contra Afganistán, Irak y otros, expandiendo “la geografía de la furia”, como nos lo ensaya Arjun Appardurai, en su libro “El rechazo de las minorías” del cual hicimos mención en artículo anterior. Como expresaba en estos días un mensaje con humor a través de la red: “Impedidos de viajar por la pandemia del Covid-19, el gobierno los EEUU ha decidido intervenirse a sí mismos”.

Se cubrieron las ceremonias y ya hay un nuevo presidente en ejercicio desde la Casa Blanca en Washington DC; sin embargo, la procesión sigue por dentro y lejos de apaciguar la furia, tanto el discurso del saliente, como el del entrante con el respaldo del estado profundo (lo que solemos decir el poder detrás del trono), apuntan hacia la exacerbación de las contradicciones que han ido incubando la indignación de “minorías” empobrecidas y rechazadas, que han ido conformando en diferentes partes del mundo esa geografía de la furia, de la cual no escapan los propios EEUU; como lo reconoce  el discurso presidencial al declarar la existencia del “enemigo interno” con una ubicuidad y vertebración de actores, cómplices, instigadores y financistas, que constituyen una amenazadora minoría para obstruir el normal desenvolvimiento de las políticas establecidas por la “democracia americana”. La sociedad estadounidense en su historia y realidades internas, contiene muchas heridas y puntos de roce que –de no ser consideradas y atendidas adecuada y oportunamente las causas y las secuencias de sus males-, son fuente para desatar esa furia de eliminación al otro distinto que causa mal-estar, que mueve la voluntad para eliminarlos a “ellos” porque impiden ser “nosotros”. ¡Ojalá para bien de esa sociedad, el contenido del recital “La colina que subimos” por la joven afroamericana Amanda Gorman en el acto del Congreso, tenga consideración en las políticas de la Casa Blanca!.

El proceso de implantación del pensamiento neo-liberal desatado desde los gobiernos de Thatcher en Inglaterra y Reagan en los EEUU, con la aceleración de la concentración de capital en las grandes corporaciones y el ejercicio del predominio político-militar y económico-financiero,  han sido provocadores permanentes de esa indignación y la generación de acciones de furia individuales o colectivas, celulares o vertebradas, en múltiples escenarios del mundo. Ese proceso también se acompaña del desarrollo de las acciones que apuntan hacia el poder decreciente de los estados-nación, a su soberanía, a su rol  de apoyo y desempeño en la búsqueda de los pueblos por su propio destino y sentido para su historia, en la autodeterminación de los mismos para ese propósito; también a la creciente incapacidad de esos estados para atender y resolver las grandes y graves demandas que reclaman, -cada vez con mayor impaciencia-, los pobladores depauperados hasta la precarización, con la aplicación de las políticas impuestas por el capitalismo financiero y globalizador, dispuesto al despojo arrebatador de todo patrimonio convertible en mercancía.

A ese proceso decreciente del poder de los estados-nación se le ha denominado retrotopía, y constituye el retroceso en la afirmación de la institucionalidad del estado como instrumento de soberanía de la nación, que tuvo su reconocimiento y un hito para su desarrollo moderno en 1648, con la firma del tratado de Wesfalia. El afán de dominio en la avasallante actividad mercantil sobre el planeta encuentra en la institucionalidad de los estados una traba, un obstáculo a esa voluntad globalizadora del capital en el sistema-mundo implantado por el neo-liberalismo; de allí su afán de minimizarlos, para procurar el establecimiento de un nuevo orden internacional, con sus centros de decisiones y poder a la par de sus periferias desestabilizadas en el caos y las confrontaciones de “mayorías” en rechazo de las “minorías” o en su segregación condenada a la sobrevivencia. De allí deriva la frecuencia con la que el respeto a las normas del derecho internacional ha sido arrastrado bajo las decisiones que adoptan países poderosos y algunos bajo su amparo, en detrimento de otros estados y grupos étnicos, lo que en muchos casos ha generado situaciones de represión brutal y verdaderos genocidios con crueles masacres de minorías.

Los palestinos en la zona de Gaza, están encerrados en una enorme cárcel varias veces mayor de aquel “gueto de Varsovia” de oprobiosa historia e infeliz memoria de la humanidad en el siglo XX, por la aplicación de la política nazista de rechazo y eliminación de minorías. La segregación de Palestina con la construcción de mega-muros de concreto armado con digitalización para controles y accesos, la ocupación de territorios con desarraigo de sus milenarios pobladores y de sus olivares con raíces desde antes del bíblico Monte de los Olivos, las provocaciones sobre sus lugares de religiosidad y la ciudad de Jerusalén, son una incitación permanente para el desarrollo en esos espacios de la geografía de la furia. Se enlazan los intereses, la propaganda de las distintas ideologías, sus artilugios y engaños para forzar la necesidad de eliminar al contrario; se impulsan fanatismos e intolerancias para crear un espacio constante de rechazo con deseo por la extinción del “otro que nos niega”; de  una parte la política sionista del estado de Israel arremete sin discriminación de algún tipo con su maquinaria de guerra y destrucción, incluidas la fosforescencia de sus bombas y de la otra, -de manera individual o colectiva, celular o vertebrada-,  “el pueblo enciende su fósforo cautivo y ora de cólera”, como lo expresa el verso de César Vallejo.

Las situaciones de mayor violencia extrema con impiedad contra amplios grupos de vecinos y amigos, las vimos al inicio de los noventa en el caso de Ruanda; después de la independencia el nuevo nacionalismo ruandés debía mucho a la distinción entre hutus y tutsis, que los colonizadores fortalecieron; los actos de intolerancia entre unos y otros desarrollaron niveles de confrontación que abrió a la intervención internacional donde también estaba la presencia interesada de la antigua metrópoli colonial por lo que no hubo oportuna ni adecuada respuesta; en tal situación se elevó la exacerbación de los ánimos  en una combinación de elevados niveles de incertidumbre y sus temores anexos, con una alta convicción doctrinal de la nación concebida como etnia, que al sentirse asediada desarrolló una necesidad patológica de extinguir la existencia del otro distinto, e incluir en esa voluntad de extinción a los que siendo propios se les consideró traidores a la nación, porque pregonaban la necesidad del encuentro y la reconciliación. La tragedia derivada de la desintegración y destrucción de Yugoslavia, nos presentó parecidas situaciones.

Hay muchas otras  situaciones y lugares que podemos considerar en un vuelo de pájaro por la geografía de la furia, la larga situación en Cachemira, con sus connotaciones religiosas, culturales con hostilidades entre pueblos de India y Paquistán y el uso por las tendencias de políticos y gobiernos, que cada tanto se amenazan con su arsenal atómico. También sobre algunas nacionalidades subalternas en la antigua URSS; en otras  regiones asiáticas incluida China y varios países musulmanes; lo “autóctono” en muchas regiones de África y también los derechos de los “pueblos indígenas” a lo largo de nuestramérica, en Canadá, Alaska, Australia y varias islas del Pacífico; son diversas situaciones que tienen en común, la preocupación por los derechos de las minorías culturales en la relación con los estados nacionales y las diferentes mayorías culturales. Sin dejar por fuera toda esta realidad de las migraciones masivas que mueven los temores e incertidumbres en muchas comunidades cuando sienten “Extraños llamando a la puerta”, como lo expresó Zygmunt Bauman en el título de una de sus obras donde nos advierte de cómo la aparición en masa de los migrantes y refugiados, nos hace conscientes de cuán frágil, inestable y temporal es hoy la presunta seguridad en nuestras vidas. La reciente represión brutal a la caravana de migrantes hondureños, nos mostró la densidad del muro levantado a esas “minorías amenazadoras”.

Esa incertidumbre también se induce socialmente y se estimula políticamente; la propaganda y los mecanismos de generar opinión pública, así como otras fuentes cercanas y locales que atizan heridas de la vida cotidiana, en la que grupos diferentes acumulan dudas, rencillas y recelos entre sí; resultan en incertidumbres que genera plural inseguridad y miedos, con “refugios” para esconderlos y “salidas” para eliminarlos. Como lo afirma Arjun Appardurai, “Con la llegada de guiones más amplios, tanto de incertidumbres como de certezas, esas humildes historias se introducen en una narración de ímpetu etno-cida”.

Frente a esa amenaza, las demostraciones vistas en el Capitolio este mes y las perspectivas de mayor despliegue en la militarización de la sociedad resultan, en nuestra visión, una amenaza social importante; la cual observamos en muchos países donde se han ido introduciendo formas de civil-cidio y cívico-cidio, porque amenazan la cultura civilizada de los pueblos, la vida cívica de las sociedades y las relaciones de poder con real sentido democrático. Son nuevas incertidumbres con sus temores anexos, que deben ser consideradas esenciales en la reflexión acerca de la vida y de nuestro compromiso con su significado lo cual, en esta época de plurales mega-crisis y confinamiento planetario impuesto por el covid-19, nos exige abordar de modo celular y vertebral, es decir, como individuos y como sociedad, para encontrarnos en nuestras diferencias, con respeto a las minorías y construir juntos el buen con-vivir.

casatalaya, Caracas, 20 enero 2021

 

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