En la antigua Roma el populus estaba conformado por los patricios y sus clientes, sector del cual estaban excluidos los plebeyos, quienes conformaban la plebs. Distinción esta que tiene una importancia fundamental ya que, con ella, se establecían las normas emanadas de los concilios de la plebe, las cuales se llamaban plebiscitos; mientras que, las resoluciones acordadas por el populus, reunidos en comicios por curias, centurias o tribus -según las épocas-, adquirían el carácter de leyes producidas por los “ciudadanos”.
Alfonso X, El Sabio, de la Corona de Castilla, en el año 1265, afirma en la Partida segunda, de sus Siete Partidas, Titulo X, Ley 1, que: “… antiguamente en Babilonia y en Troya, que fueron lugares muy señalados y ordenaron todas las cosas con razón y pusieron nombre a cada una según convenía, pueblo llamaron al ayuntamiento de todos los hombres comunalmente: de los mayores y de los menores y de los medianos, pues todos estos son menester y no se pueden excusar, porque se han de ayudar unos a otros para poder bien vivir y ser guardados y mantenidos”.
Bobbio, Matteucci y Pasquino, en su Diccionario de Política, nos dicen que: “Si la primera comuna fue un hecho todavía feudal y altoburgués, con la segunda comuna comenzaron a presionar fuertemente los elementos populares que constituían su base social y querían entrar a formar parte de la estructura política citadina. Nació así el instrumento político que las fuentes definen románticamente como populus, nació el pueblo como organización de un complejo núcleo social, como partido en el interior de la comuna”.
De tal manera que: “A partir de la segunda mitad del siglo XIII en adelante la comuna popular se hizo una realidad determinante y dominante en los centros medios y grandes de la Italia superior y media”, la cual fue perdiendo fuerza en la medida en que los otros estamentos de la organización social fueron imponiéndose a ella: “El dominus, el señor, excluyo de hecho poco a poco al pueblo de la vida política, que se fue concentrando en un estrecho núcleo de grupos sociales y políticos, cerrados en una aristocracia rígidamente fijada por la norma que se desarrollaba y conservaba sólo por autocooptación”.
El pueblo volvió a ser así, un simple referente social. Y, no sería sino con el establecimiento de una visión política que hizo coincidir el estado con la nación, que el pueblo comenzó de nuevo a ser sentido como posible sujeto de la vida política. Por lo que, para su desarrollo tenía que relacionarse a los procesos de transformación económico-sociales abiertos por la era industrial del siglo XIX y por la consiguiente formación de grandes partidos políticos populares.
Las formulaciones teóricas de Durkhein, de considerar la identidad colectiva como una forma de conciencia social, sirvieron de base al pensamiento universalista; el cual, unido al individualismo occidental, se proponían descabezar a la sociedad de su sujeto fundamental: el pueblo. Conciencia social que, de manera contraria, fue definida por el marxismo a partir de la situación social de los diferentes actores: burgueses o trabajadores, explotadores o explotados. O sea, se impuso la idea de que la conciencia de clase es la conciencia real.
Avanzar en la construcción de un nuevo concepto del pueblo, es una tarea pendiente para la ciencia social de éste tiempo y para éste tiempo. El pueblo no puede ser visto desde una perspectiva reduccionista. Entender que el pueblo es el sujeto fundamental de la sociedad; por tanto es insustituible, no puede ser metamorfoseado en ninguna otra categoría.
En razón de ello decimos que: Pueblo es la facultad que tienen los seres humanos de verse representados en el mundo que lo rodea, y, a su vez, representarse a sí mismo en dicho mundo.
[1] El presente artículo es parte de un ensayo que estamos elaborando titulado: EL PUEBLO SIN ESTIGMAS: Estudio sociopolítico.