La vida es cambio y transformación. Desde las variaciones más sutiles, casi imperceptibles de las que apenas nos enteramos, hasta las crisis más intensas que experimentamos y de las cuales salimos con una mirada distinta sobre nosotros mismos, toda nuestra vida transcurre en ciclos de orden y caos que se suceden en una fascinante e interminable danza. Y esta dinámica no es particular de nosotros los seres humanos. El universo entero vibra y baila en la construcción de un orden para luego dar paso al caos creativo. Esta dinámica permite la destrucción de lo anterior y abre camino a otro nuevo orden: más complejo, más elaborado, con mayor nivel de evolución…
Como si estuviéramos dormidos, muchas de nuestras transformaciones (y las de los seres que nos acompañan), pasan ante nuestros ojos sin «darnos cuenta», casi en automático, regidos por tendencias de nuestro entorno cultural, como si fuéramos robots programados por una mano invisible. Vivimos e ntonces reactivamente, como si no tuviéramos el poder de cambiar la programación original: ¡Es que yo soy así!… ¡Es que eso fue lo que me enseñaron!… ¡Es que así es como se hacen las cosas!… ¡Es que así es la vida!…
A través de los lentes de la reactividad y la resignación, la vida puede transcurrir como en un letargo inconsciente en el cual nos sentimos a merced del destino. Bajo esta perspectiva determinista no creemos en nuestra voluntad creadora y colocamos todo poder de cambio y transformación fuera de nosotros: ¡Si mis padres cambiaran nuestra relación sería mejor!… ¡Si mi esposa dejara de hacer esto nos llevaríamos muy bien!… ¡Si mi jefe me aumentara el sueldo no estaría pasando estos apuros económicos!… ¡Si el gobierno….! Si…
En la mayoría de los casos, nuestra educación familiar, escolar y universitaria, así como los medios de comunicación, refuerzan ese estado de inconsciencia cuando nos enseñan desde niños «caminos hechos” y nos obligan a repetir contenidos, creencias y pautas de conducta sin posibilidad de elegir, de manifestar nuestra opinión o de reflexionar el sentido y el propósito que tiene el incorporarlas en nuestra vida…
… Y así la cadena cultural se repite de generación en generación «sin darnos cuenta». El conjunto de creencias y patrones de comportamiento se hacen «cuerpo”, literalmente hablando, y se manifiestan como impresiones energéticas contenidas en la «memoria» genética que es transmitida de padres a hijos. Posteriormente, estas primeras impresiones originales, son «modeladas» en la convivencia con nuestros padres, otros familiares, amigos, maestros, vecinos, medios de comunicación, etc. La interacción recurrente termina por, conformar un «yo» con una personalidad que integra el conjunto de experiencias vividas y, sobre todo, la interpretación que hicimos de ellas.
Muchos de nosotros no llegamos a despertar al proceso del «darnos cuenta», o lo que es lo mismo, al proceso de ser y estar conscientes de lo que nos pasa. Y por supuesto, muchos cambios y transformaciones en nuestras vidas ocurren por la vía del sufrimiento innecesario, sólo porque creemos que hay que madurar «con los golpes que nos da la vida».
En esta situación, también es muy común que nuestra voluntad creadora se encuentre «anestesiada» y sólo esté presente para «cumplir con el tener que» solicitado desde el entorno. Como ingrediente adicional, y como consecuencia de lo descrito, ocurre la pérdida del sentido y del propósito de nuestra vida, con tantas obligaciones hacia el mundo exterior, ni siquiera tenemos tiempo de hacer contacto con nuestro más profundo «querer», con nuestro «don fundamental», con la «razón esencial que prende el fuego y la pasión por la vida» en nuestro interior… Y, por supuesto, una pérdida de sentido casi siempre va acompañada de depresión y una baja autoestima…
Para perpetuar, este «pesado» guion de una película que pudiéramos titular «La vida es la lucha por la supervivencia», reproducimos todo el tiempo las mismas escenas «sin darnos cuenta»: nuestros juicios, imágenes, emociones y disposiciones corporales recurrentes, actúan como un «imán” que atrae el cúmulo de experiencias que confirman y validan nuestras más profundas creencias, especialmente cuando no estamos conscientes de ellas. De esta forma, si creemos que no somos creativos o inteligentes, atraeremos situaciones tales como: un supervisor que no toma en cuenta nuestras propuestas o, en el peor de los casos, invalida nuestras ideas frente a nuestros compañeros de trabajo… Y este es sólo un pequeño ejemplo de las múltiples situaciones indeseables que vivimos a diario…
¡Basta! ¡Paremos por un momento esta proyección! Muchos de nosotros queremos encontrar caminos con menos dolor innecesario y mayor sabiduría para nuestra transformación. Muchos de nosotros queremos «vivir» la vida en vez de «sufrirla» o «soportarla». Muchos de nosotros estamos dispuestos hacernos cargo de estas preguntas fundamentales:
– ¿Estoy siendo lo que quiero ser?
– ¿Estoy haciendo lo que quiero hacer?
– ¿Estoy teniendo lo que quiero tener?
– ¿Estoy dando y recibiendo lo que quiero dar y recibir?
– ¿Estoy en paz con mi pasado?
– ¿Estoy viviendo a plenitud y conscientemente mi presente?
– ¿Estoy construyendo «aquí y ahora» las bases del futuro que quiero para mí?
– ¿Está mi vida respetando mi armonía, la de los demás y la del entorno?
Esta es una parada de amor hacia nosotros mismos y hacia la humanidad. Es un momento de hermosa honestidad: ¿Qué estoy haciendo con mi vida?… Y si tenemos la valentía de asumir la responsabilidad de lo que nos pasa y trabajar por nuestro crecimiento, comenzamos entonces a recorrer el fascinante camino del Aprendizaje Consciente o Aprendizaje Transformacional. Este proceso requiere de una buena dosis de responsabilidad, de voluntad, de apertura hacia el aprendizaje, de respeto, amor y valoración hacia la persona que estamos siendo. También necesita estar presente la humildad, para ser honestos y sinceros «frente al espejo»… Y sobre todo es indispensable una «profunda actitud de aceptación, un seguro espacio para la comprensión de lo que nos pasa y no para su enjuiciamiento.