Por: Luis Hernández Contreras
El presidente argentino Juan Domingo Perón, quien gobernó esa nación por primera vez entre 1946 y 1955 fue un militar apasionado de los deportes. El general conocía muy bien los medios para difundir su mandato y los empleó sin reservas. También tuvo a su lado una mujer, Evita, idolatrada por grandes sectores de la población, particularmente, la clase desposeída. A fines de los años 30 se implantó en la nación austral las competencias de autos, particularmente, el “turismo-carretera”. Es la combinación de un vehículo de turismo, un sencillo auto familiar con su máquina “envenenada” que compite contra otros en caminos y carreteras.
Tal vez la más famosa de las carreras fue la de 1948, realizada entre Buenos Aires y Caracas, la capital venezolana. El 20 de octubre, frente al edificio del Automóvil Club Argentino partieron 138 corredores que se disputaban el Gran Premio de la América del Sur del Turismo Carretera, conocida comúnmente como “la Buenos Aires-Caracas”. El entusiasmo que había generado no tenía comparación. Era promovida por el gobierno peronista y uno de sus representantes, el presidente de la Cámara de Diputados, Héctor Cámpora, quien sería mandatario de esa nación por breve tiempo en 1973, dio el banderazo. Los pilotos debían cumplir catorce etapas a lo largo de Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela, recorriendo distintísimos paisajes. Perón ofreció un premio de cien mil pesos argentinos.
Participaba el excampeón de esta especialidad, Juan Manuel Fangio, quien sería campeón mundial de automovilismo en cinco ocasiones, pero en esta oportunidad el favorito era Oscar Gálvez, amigo de Perón, quien ocupaba un cargo diplomático en Italia. Gálvez ganó la primera etapa de 1.692 kilómetros hasta Salta y vencería en siete más. Era el favorito indiscutible, pero desde un comienzo su paisano Domingo Marimón, le presentó pelea.
A lo largo de la ruta se sucedieron distintos percances, teniendo como resultado la muerte de uno de los conductores y de dos acompañantes, así como de cinco espectadores. El primero fue embestido por uno de los vehículos en Córdoba. En la sexta etapa, entre Arequipa y Lima, el auto de Fangio volcó, falleciendo su mecánico.
Gálvez logró su octava etapa en Valera, ciudad trujillana de los Andes venezolanos. Tenía el triunfo en sus manos pues llevaba cinco horas de ventaja, pero la suerte le fue adversa. Su vehículo presentó múltiples fallas y debió pedir ayuda a varios de sus compañeros. En una de las averías fue rescatado por un particular que lo llevó hasta la meta, lo que no estaba permitido. La etapa fue ganada por su paisano Víctor García, pero los números favorecían a Marimón, quien resultó campeón al cruzar la meta ubicada en la avenida San Martín de la capital venezolana. Por más reclamos y argumentos que Gálvez presentó, los reglamentos eran claros. Incluso, telegrafió al general Perón para impugnar el veredicto y solicitarlo por medio de un tribunal venezolano. Pero las normas se impusieron. Establecían éstas que “los corredores podrán recibir ayuda extraordinaria únicamente para el arreglo de sus máquinas, o para salvar obstáculos del camino, pero deberán terminar las etapas por sus propios medios y los del vehículo oficialmente inscrito. El competidor que contraviniere esta disposición será declarado fuera de carrera”. Gálvez fue descalificado por los jueces. Solo concluyeron 44 competidores.
Domingo Marimón era un rechoncho piloto de 45 años de edad que no soltaba el chicote de tabaco de sus labios. Representaba más años de los que tenía y lucía descuidado en su vestir. Se hizo de la “Buenos Aires-Caracas” al frente de su Chevrolet Master de 1939, marcado con el número 12. Recorrió los 9.639 kilómetros de la competencia en 118 horas, 37 minutos y 18 segundos. Todos los autos registraron un promedio de velocidad de 81 kilómetros por hora.
El general Juan Domingo Perón apaciguó los exaltados ánimos. Al felicitarlos a todos, dijo en la Casa Rosada de Buenos Aires, que “la victoria alcanzada es una victoria de conjunto. Es también un triunfo individual, pero es sobre todo un triunfo de Argentina”. Los “turismo carretera” lucían en sus carrocerías frases como “¡Viva Perón!” y “¡Viva Eva Duarte de Perón!”.
El general Perón y Evita eran expertos maestros de la propaganda.
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