Por: Juan(cho) José Barreto González
“Como el 28 de diciembre próximo pasado me dijo usted que le escribiera siempre y le dijera todo lo que quisiera, he pensado que usted, con ese buen sentido común que tanto lo distingue, ha visto en mi el hombre franco y leal, capaz para decirle a toda hora la verdad, esa dura ley que casi nunca oyen los poderosos, porque los cortesanos, sus amigos, le tienen más temor a sus enojos que amor a la virtud. Con este criterio, vengo, pues, General, hoy, a manifestarle mi modo de pensar en los actuales momentos, que indudablemente es el mismo de las mayorías nacionales, las cuales guardan silencio, porque ya conocen la dolorosa ineficacia del libre hablar”. José Rafael Gabaldón, explica el profe Jacinto, asumió con valentía el hecho imprescindible de decir “a toda hora la verdad”. Trujillano que debemos enaltecer con nuestro ejemplo. Escribe esta carta desde Santo Cristo, el 7 de septiembre de 1928, dirigida al “Señor General J. V. Gómez”. Hoy se hace fundamental trabajar la verdad, “esa dura ley que casi nunca oyen los poderosos”. Cuando no somos capaces de oír la verdad nos descuidamos ante ella, huimos como cobardes frente a las propuestas de una mejor humanidad. Busquen esta carta muchachos, la pueden encontrar en el libro “El viejo Gabaldón-Del tamaño del tiempo” escrito por Emigdio Cañizales Guedez en 1988.
“Todas las familias dichosas se parecen, y las desgraciadas, lo son cada una a su manera. En el hogar de los Oblonski se ha roto la armonía”. Richard lee en voz alta el primer capítulo de “Ana Karenina”, escrita por León Tolstoi. Se inspira en la conversación porque quiere hacer comparaciones o más bien encontrar coordenadas que distinguen a las sociedades en desdicha. Fíjense, dice Acuario, por un lado, el profe Jacinto nos explica cómo al poder le encanta tener sus cortesanos, gente alabando y alabando, son unos miedosos, le temen a la virtud. Y cuando aparece alguien como el General Gabaldón lo apartan. El poder y los miedosos le temen a la verdad, se empatan en ese miedo. Son dichosos en ese miedo, como las familias de la novela de Tolstoi. Pero otros vivimos en la desgracia, cada quien, en su casa, comienza a sentir un extrañamiento, una distancia con el familiar, con el padre o la madre. Es la familia rota. La casa comienza a desaparecer, como dice Tolstoi, parecemos habitantes de una posada, o quizás peor, comenzamos a ser habitantes de la intemperie.
Es posible que todas las coordenadas de la dispersión humana y de la hostilidad, de la guerra estén aplicándose sobre nosotros y simplemente no nos damos cuenta. Una política, una conducta sólo es posible si alguien la asume. Como usted dice, “todo pasa por el cuerpo”.
No podemos seguir haciendo ineficaz el libre hablar como lo denuncia J.R. Gabaldón. Tampoco debemos temerle a la verdad y al poder, ese es el problema del poder. Nuestro problema es resolver la vivencia en nuestra casa, en nuestra comunidad para no sentir la desdicha de vivir como seres extraños en una posada.
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