El Padre Sarrasqueta. “Un Cristo callejero” / Por Alfredo Matheus

Sentido de Historia

Padre Sarrasqueta, Valera lo recuerda con inmenso cariño.

 

 

 

Era de tan buen corazón el padre Javier Sarrasqueta, el día de mi matrimonio en la iglesia El Carmen, fui a cancelarle 500 Bs., y me dijo: «Alfredo, ese dinero le sirve para el fiestón, vaya tranquilo”, de eso han pasado casi 40 años, una cajita de cerveza costaba 50 bolivarianos.

Al padre Javier, hoy centenares de valeranos lo recuerdan por esa fuerza humana que le hacía compañía. Una generosidad grande para ayudar al necesitado. Su humildad y sencillez impactaban.

A lo largo de 32 años, Valera compartió la siembra espiritual de este distinguido hijo de España que un día llegó a nuestro pueblo para realizar una inmensa obra social que todavía recuerdan los parroquianos.

Tenía una empatía especial para ponerse en el lugar de las demás personas. Donde llegaba irradiaba una fuerza de energía que contagiaba a todos. Las familias hacían colas en la iglesia El Carmen para bautizar el muchacho. Querían sentir el regocijo de que fue el Padre Javier, quien le echó el agua de bautismo al “al hijo mimado de mamá”.

Su trabajo pastoral dejó un legado en Valera. Se la llevaba con “todo el mundo”; con el humilde verdulero del mercado municipal, hasta con el más “encopetado” ricachón que se “bajaba de la mula” con las sabias palabras del cura: «Usted no se va a llevar nada cuando se muera, así que, a colaborar con el ropero y la farmacia popular de la iglesia”.

Le encantaba subir los cerros que están cercanos a la parroquia El Carmen, gozaba caminando las calles, la gente le gritaba: «Adiós padre Sarrasqueta”. Ningún político tuvo la dicha en los últimos 40 años de ganarse la simpatía de un colectivo humano, como lo logró este cura, un gigante de la solidaridad y amor al prójimo.

Tenía un “don” especial para escuchar el alma afligida del valerano. Con una paciencia única y asombrosa empatía, escuchaba y escuchaba el dolor del vecino que acudía a él, buscando consuelo y misericordia ante la pérdida de un hijo, una enfermedad terminal que no tenía cura, o la impotencia y desesperación ante un ser querido devastado por las drogas y el alcohol.

Cuando acudía el padre Javier al hospital, aquello era una alegría inmensa, a los pacientes les devolvía la esperanza de que pronto iban a sanar. Médicos y enfermeras le rendían honores. «Es que el padre tenía un no sé qué; irradiaba amor donde llegaba”… Jamás abandonaba su llamativa sotana blanca. Donde quiera que marchaba de visita, allí estaba con su famosa sotana que no se la quitaba; hubiera el “calorón” que hubiera.

 

Un Dios te pague…

 

…Padre Javier por haber estado con nosotros a lo largo de 32 años. Fue una verdadera dicha haberte conocido. Los cerros de la ciudad te dan un agradecimiento eterno por tanta ayuda que brindaste a la madre desesperada que acudía a tu farmacia popular en busca de un medicamento para salvar al hijo en estado de gravedad. Gracias por todo lo bueno que hiciste a favor de centenares de familias humildes.

Las misas eran un lleno total, que manera hermosa de predicar el evangelio del “Cristo resucitado”, como sensibilizabas a la feligresía para que acudieran en ayuda del vecino en situación de calamidad. Esa manera especial de orientar a los jóvenes, ese amor por los niños te convirtieron en toda una leyenda: algunos valeranos se atrevían a decir: “El padre Sarrasqueta, es un José Gregorio Hernández de carne y hueso”…

 

 

Fuente consultada: «Curas del progreso”. Elvins Humberto González

 

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