Cayo Hueso (EE.UU.), 30 ene (EFE).- Según los campesinos colombianos, Jay Pfahl no es un orquidiólogo sino un «orquidiloco»: en su casa de Florida (EE.UU.) cultiva unas 4.000 orquídeas, es autor de una enciclopedia online sobre estas plantas y en 2020 descubrió dos especies hasta ahora desconocidas.
Triscando por fincas privadas de la Montaña del Oso, que está situada a las afueras de Bogotá, Pfahl se topó con las ahora llamadas Epidendrum pfahlii y Epidendrum gongorarum.
La primera, de color limón, lleva su apellido; la segunda, de color marrón, el de sus cuñados, de apellido Góngora, en agradecimiento por haberle dado refugio a él y su esposa durante los cinco meses que estuvieron atrapados en Colombia en 2020 a causa del cierre del espacio aéreo por la pandemia de covid-19, dice a Efe este enamorado de la familia de plantas más grande del mundo.
ORQUÍDEAS POR TODOS LADOS
«Hay orquídeas desde el Ártico hasta el extremo sur de América», dice apuntando con los dedos a dos puntos de un globo terráqueo imaginario durante una entrevista en el lugar de su casa de Cayo Hueso (Key West) donde tiene su orquidario.
En la enciclopedia digital orchidspecies.com, la Wikipedia de las orquídeas, de la que es autor y compilador, tiene registradas 23.536 especies de 872 géneros, incluidas las dos descubiertas en 2020.
«En el mundo hay más de 30.000», subraya.
Pfahl está a la espera de que las dos especies que descubrió sean incluidas en el Índice Internacional de Nombres de las Plantas (IPNI), pero está seguro de que no habrá problemas pues están avaladas por el botánico mexicano Eric Hágsater, una autoridad mundial en las orquídeas Epidendrum.
«Empecé con las orquídeas allá en el año 1985 o por ahí. Compré una planta, floreció y murió. Estaba furioso y compré otra, otra, otra y otra. Todas morían», relata sobre sus inicios con unas plantas que son fáciles de amar pero no de cuidar.
LOGRA QUE LAS ORQUÍDEAS NO SE MUERAN Y SE HACE «ADICTO»
Las cosas cambiaron cuando Pfahl, nacido en Ohio hace 67 años, se compró la casa en la que hoy vive en esta isla a solo 90 millas (144 km) de Cuba como reza una enorme boya que es el icono de Cayo Hueso.
Situada cerca del mar pero no en primera fila, la casa tiene unas condiciones de brisa y luz ideales para el cultivo de orquídeas y las primeras que crió allí ya no se le murieron.
«Fue una maravilla, compre más y más, era casi como un adicto a las drogas. Viajaba hasta Georgia a comprar orquídeas para tener algo nuevo», recuerda el «orquidiloco», como lo bautizaron los campesinos de la zona donde está la casa de sus cuñados, en la sabana bogotana.
Aunque en un tiempo las cultivaba con fines comerciales, ahora solo lo hace por placer, dice Pfahl, quien también diseña joyas y las vende en su tienda de la calle principal de Cayo Hueso.
De joven no quiso estudiar una carrera y su padre, que era profesor en la universidad estatal, lo mandó en los años 70 a que se curtiera como vaquero en Paraguay, donde estuvo trabajando un año en una hacienda propiedad de una familia brasileña y aprendió guaraní, según relata en un español con dejo colombiano.
Pfahl muestra con orgullo su colección de orquídeas.
La más pequeña, una Bullbophyllum moniliforme, mide menos de un centímetro y crece sobre un pedazo de corteza de árbol en su orquidario, y la más grande, una Grammatophyllum speciosum, de la misma especie que la que el sultán de Brunei traslada en avión privado a las ferias de orquídeas, puede convertirse en un árbol de cinco metros de altura, señala con orgullo.
Orquídeas de todas las formas, tamaños y colores cuelgan al aire libre de una estructura hecha con madera y alambres en un espacio lateral junto a la cocina de su casa. Algunas tienen un intenso perfume y Pfahl obliga a olerlas, otras son inodoras.
SEXO Y PASIÓN
Un capítulo aparte de la lección es el «sexo de las orquídeas».
Arranca una flor de una planta «perfecta», porque tiene los dos sexos, y le va quitando pétalos para que los órganos sexuales puedan verse mejor y así explicar cómo los insectos polinizadores hacen posible la fecundación.
Al concluir la explicación del proceso, dice con humor: «ahora es cuando la planta necesita un cigarrillo».
También muestra la vaina de una orquídea «embarazada», que al cabo de nueve meses se abrirá y soltará las semillas que se diseminarán con el aire y darán lugar a nuevas plantas, para lo cual necesitan árboles que tengan hongos. «Sin hongos no hay orquídeas», sentencia.
Autor de una cincuentena de artículos sobre orquídeas, Pfahl ya había descubierto una orquídea no descrita en 2012, pero se le dio el nombre del pintor y botánico colombiano Francisco Javier Matiz, quien trabajó con el sabio naturalista José Celestino Mutis.
Fue así porque Matiz dibujó la hoy llamada Lepanthes matissi pero la describió solo como «orquídea». Estuvo 300 años sin nombre, dice Pfahl, que la descubrió en 2011 cerca de una finca privada en la Séptima, la vía principal de Bogotá.
La verdadera pasión de Pfahl es «salir al monte y encontrar las orquídeas en su lugar natural, y esos lugares los estamos perdiendo», señaló con preocupación.
Ana Mengotti