El mundo de los extremos

Eccio León R.

@el54r

Tal vez sería más apropiado hablar de las crisis de las verdades en vez de hablar de la crisis de la verdad, porque al no ser la verdad una categoría moral, hay verdades de verdades, con la singular particularidad de que generalmente las verdades están en constante movimiento, en permanente transformación, de tal suerte que las verdades de la mañana pueden ser las mentiras de la tarde.

Sobre la conducta humana, casi todo está escrito en la historia de las civilizaciones, porque las conductas, igual que las enfermedades infecciosas, se contagian de unos a otros. Las rencillas personales, los conflictos de interés, las envidias, la pugna por el poder, el despilfarro irracional y la traición están en la sustancia de las desgracias que han afligido a la humanidad a lo largo de los tiempos. Lo único que diferencia al hombre de otras especies, supuestamente inferiores, es la capacidad de progreso científico y técnico; pero cuando el progreso tecnológico se adelanta demasiado a la posibilidad de su uso racional en beneficio de la especie, entonces surgen serios problemas; el propio progreso puede convertirse en un elemento destructivo en el plano moral, físico y emocional. Cuando una sociedad no sabe manejar ecuánimemente su status de progreso entra en crisis. Cuando una madre de familia no es capaz de lograr un equilibrio entre autoridad, educación y gestión de recursos materiales y emocionales, se instala la inestabilidad familiar. Cuando una empresa es incapaz de crecer sin que los gastos superen a los ingresos, está cociendo su quiebra. Cuando en el mundo los extremos están muy distantes, la tormenta de la desigualdad presagia catástrofes.

Este es el escenario en el que se ha generado la crisis actual, en la que se pretende tratar el daño económico, ignorando que el diagnóstico del problema anticipa lesiones mucho más profundas en el maltrecho organismo de nuestra sociedad. Lo económico no va a resolver la grave crisis que afecta al sistema educativo, donde el conocimiento, el esfuerzo y la autoridad del maestro han sido infectados por el microbio de la mediocridad. Si el niño no es educado en la ética de la virtud, no se puede esperar que el joven admire y respete el valor del conocimiento que debiera emanar del entorno académico, donde se forma el espíritu de los creadores de futuro. Si la escuela no enseña los errores y los aciertos del pasado, es fácil sucumbir a un futuro sectario y errático. Invertir en educación nunca será censurable; pero el modelo

educativo no puede ser doctrinario en una sociedad libre y madura. Hay que educar para la libertad, porque quien entiende la libertad practica el respeto.

La economía tampoco va a tapar la profunda herida de un mercado laboral atrapado en la gangrena de un sindicalismo corrupto y un tejido empresarial a la defensiva; no va a simplificar el proceso de creación de empresas, cargado de burocracia estéril y desigualdad territorial; no va a acabar con la perversión de la beneficencia y el clientelismo como reserva de voto cautivo; no va a iluminar a los emprendedores para que se convenzan de que en la creatividad está el futuro, mientras luchan contra la carrera de obstáculos que les impide hacer prácticas sus ideas por falta de recursos; ni va a hacer ver a los funcionarios públicos que tienen el privilegio de ser servidores de la sociedad que les mantiene y que los cargos vitalicios son una anacrónica decadente.

La crisis ha destapado un modelo social en crisis que deja en muy mal lugar al régimen, miembros de faunas que se retroalimentan en sus respectivas selvas de poder. Su irresponsabilidad nos ha conducido a casi dos décadas de hipoteca en posibilidades de progreso, competitividad y bienestar, con un grave cercenamiento de la economía personal, familiar, empresarial y nacional. Si una justicia independiente no es capaz de dar un escarmiento ejemplar a quienes han gestionado fraudulentamente los recursos públicos y traicionado la confianza que otorgan las urnas, mal servicio hará la justicia a esta sociedad, también lastrada en la ejecución de las leyes que regulan la convivencia.

El empobrecimiento colectivo nos ha venido a demostrar que la salud es un bien de consumo que hay que saber administrar. La enfermedad es mucho más cara que la salud; por eso, una sociedad moderna tiene que ubicarse en claves de prevención y atención a la salud para minimizar las consecuencias de la enfermedad. Usuarios, personal sanitario, proveedores de servicios y administradores tienen que prepararse para tiempos de escasez en los que se debiera gestar un nuevo modelo de sanidad centrado en el paciente y no en la burocracia y prebendas del sistema. Es paradójico que, ante los recortes a los servicios sanitarios, en vez de protestar los usuarios, que son los que pagaron al sistema con sus aportes, todos los que se están beneficiando del modelo que hoy se desploma y al que han estado ordeñando irresponsablemente por décadas, desconsiderando la evidencia de que toda ubre se seca. En fin, el mundo quiere vivir a expensas del Estado, ignorando que el Estado quiere vivir a expensas de todo el mundo.

 

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