El humor del valerano es único…
Toño el bodeguero, en aquella Valera de ayer, va conduciendo su vehículo por los lados del cementerio municipal, en el momento menos esperado arrolló a Juan «el chichero». Toño se baja del vehículo sumamente preocupado, se acerca a Juan que está tirado en el suelo y le pregunta:
-¿Qué le pasó al amigo?
– Coño, usted está ciego; me duelen las piernas, me duelen las manos, me duele todo el cuerpo.
-Tranquilo, buen amigo, eso es artritis con reumatismo. Usted sabe que los años no perdonan.
Ladrón que roba ladrón: 100 años de perdón
De esto hace unos 60 años, en el cementerio municipal de Valera había un respetable administrador del camposanto valerano con cara que no quebraba un plato. También existía el dueño de una funeraria que le encantaba el juego y la parranda. Cada oportunidad que velaban a un respetable valerano que se marchaba al pueblo de las cruces y los familiares le acompañaba buen dinero, pasaban varios minutos en la funeraria escogiendo el cajón donde iban a depositar al muertito que se fue para no volver.
El español, dueño de la empresa fúnebre, era todo un agente de ventas para convencer a los familiares del difunto para que llevaran el último grito de moda, no de ropa, sino de urna; color caoba, sumamente elegante, con agarraderos hasta para seis personas, fibra de vidrio por si el muerto se quería salir. Dicho y hecho, la familia optaba por comprar la urna de mayor precio y que no la tenía cualquier muertito de barrio.
Al hacer el negocio, el dueño de la funeraria llamaba al ecónomo municipal y le manifestaba: “amigo del alma, hoy va para allá un “pez gordo”, ustedes ya saben el trabajo que hay que hacer”… ”Más sabe el diablo por viejo que por diablo”. Después de los oficios fúnebres, el lloro de uno que otro familiar del que “había pelado gajo”, daban cristiana sepultura a quien se iba al más allá…
En horas de la noche, el ecónomo del cementerio llegaba con cuatro fornidos hombres, se daban a la tarea de sacar al “muertito” de la lujosa urna y lo trasladaban a otro nicho que no daba pena sino lástima… Fue así como el ecónomo y el empresario funerario hizo su buen dinero a lo largo de varios años, gracias a los familiares del difunto que querían lucir no los menores trajes, sino el mejor cajón mortuorio para el muerto que iba directo al pueblo de los acostados.
Marido celoso
En Valera ha pasado de todo… hace 55 años, un conocido comerciante comenzó a sospechar que su amada esposa andaba, no en malos pasos, sino rocheleando en los brazos de otro muérgano. La celotipia llegó a extremos que el hombre contrató a un investigador privado, este, un viernes de aroma, se dio a la tarea de seguir a la mujer, la fiestera dama se metió en una conocida discoteca de la ciudad. El investigador regresó a la casa del “príncipe de los celos” y le echó el cuento de lo que habían visto sus ojos. Más rápido de lo que espabila un ciego, el sujeto, esposo de la mujer que le estaba jugando quiquirigüiqui, entró en “arrecherón” mayor y arrancó en su carro, como “alma que lleva el diablo”.
Al llegar a la discoteca, en medio de la oscurana y la música bailable, “el príncipe” de los celos encontró a su adorada esposa, a empujones la llevó hasta el vehículo, la introdujo en la maletera de su lujoso Chevrolet, picando caucho y tocando corneta como si aquello fuera la celebración de un matrimonio, la llevó a casa de la suegra… Tiempo después llegaría el divorcio y la “jodedera” de los vecinos: La pegadera de cacho no duele, lo que duele es la mamadera de gallo de la gente”…