El 12 de abril, la productora Jorgita Rodríguez escribió en su Facebook: “Esta noche compré dos panes campesinos, en bolsas separadas, en una panadería de Colinas de Bello Monte. Cuando salí de allí y ya lista para irme, una de las bolsas se me cayó y rodó debajo del carro que estaba estacionado al lado del mío. Entré a la panadería para ubicar al dueño del carro y pedirle que lo moviera y así poder recuperar mi bolsa con el pan. Mientras lo ubicaban me tomé un café y de inmediato salí con el encargado, quien se ofreció a ayudarme. Se agachó para mirar debajo del carro vecino; no había nada. Pero en la siguiente esquina oscura de Caracas sí. Allí había un señor muy venido a menos, casi en harapos y un niño como de ocho añitos que se acercaba rápidamente hasta mí con la bolsa del pan: venía a devolverla, él y su papá habían tomado del piso en el momento en el que yo entré a la panadería, se dieron cuenta que tenía dueño y regresaron a entregarla. Ese papá en extrema pobreza y con todas las urgencias que lo acompañaban, le estaba dando a su hijo el mejor alimento del día: el de la honestidad”.
Su escrito me conmovió hasta las lágrimas. Que alguien que pasa hambre (y peor aún, con un niño que también tiene hambre) devuelva un pan que se encontró en la calle, es una proeza en la Venezuela de hoy. Recordé aquel “Aló, presidente” cuando Hugo Chávez afirmó que si sus hijos tuvieran hambre él también robaría… Combustible para los antivalores. ¿Por qué no dijo que trabajaría, o si llegaba al extremo de no conseguir trabajo, pediría? ¿por qué su única opción era el robo?…
Este hombre harapiento y magro ha dado una lección a un país donde todos quieren una chamba, un regalo, hasta un trajín: la honestidad. Si no hay honestidad en la Venezuela que queremos reconstruir, vendrá otro Chávez, otro Maduro, o alguien mucho peor que ellos. A estas alturas deberíamos todos tener claro que sí, podemos estar peor; que sí, el fondo no tiene fondo. Esa historia de que ya “tocamos fondo” está más que trillada y con todas las pruebas en su contra.
La honestidad. El mejor antídoto contra bolichicos (lástima que no tuvieron papás como el de esta historia), enchufados y otros corruptos. Gracias, Jorgita, por recordarnos que no todo está perdido.