Nunca sabremos la cifra exacta de cuántas personas en realidad votaron el domingo 20 de mayo. Escuché a Nelson Bocaranda decir que la participación (o la obligación de participar) -en efecto- estuvo cerca del 40%. Para mí Nelson es un referente, de manera que tomaré esa cifra como cierta, o cercana a la realidad. El jueves 24, durante su “nueva” toma de posesión, Nicolás Maduro agradeció a gobernadores y alcaldes haber hecho bien su tarea de llevarlo de nuevo a la presidencia. Sabemos qué clases de diligencias realizaron. Las denuncias sobre “visitas” domiciliarias, ofertas de “dando y dando” son cientos de miles. “Tú votas por mí, yo te doy comida”. Amenazas de lo que sucedería si no se pasaba con el carnet de la patria por algún punto rojo. Ni hablar de la vil estrategia de ofrecer un bono de votación, para que saliera Tibisay Lucena al día siguiente de las elecciones a prohibirle pagarlo. ¿Por qué no lo prohibió cuando lo ofreció? ¿O es que no se enteró de que Maduro había ofrecido hasta 10 millones de bolívares por voto? ¿Cómo juegan así con la necesidad de la gente?
Ventajismo grosero. Torcidas de brazo que se cuentan por millones. Ofrecimientos, promesas, amenazas. El régimen madurista no se detiene ante nada, porque no tiene escrúpulos de nada.
Pero sí hubo quienes salieron a votar por Maduro sin haber sido obligados. Pan y circo, con mucho más circo que pan. Mejor dicho, circo sin pan, pero circo. Lo que sucede es que circo sin siquiera pan es una autoagresión. No sé si votaron por él por aquello de “más vale malo conocido, o por qué razón, pero votar para reelegir un gobierno que ha golpeado al pueblo hasta con el tobo, es masoquismo. He escrito antes sobre esto y lo reitero. Hay quienes piensan que no existe tal cosa como el masoquismo de los pueblos, pero desgraciadamente los tiempos que vivimos están demostrando que no es así. La costumbre es la fuerza más poderosa entre los seres humanos. Nos acostumbramos a cualquier situación, por buena, regular, mala, penosa, embarazosa, incómoda o trágica que sea. ¿Cómo salir de esa vorágine? ¿Cómo romper el círculo vicioso de sufrimiento?
En Venezuela nos hemos acostumbrado al chantaje, al soborno, a la inseguridad, a la escasez de alimentos y medicinas, a la violación de los derechos humanos, a quedarnos callados ante las injusticias… Y el permitir que abusen de nosotros -sin quejarnos- es una forma de masoquismo. Nos calamos todo, aun sabiendo que el sadismo es la perversión de obtener placer cometiendo actos de crueldad o de dominio sobre otra persona, y que el masoquismo es la obtención de placer al ser víctima de estos actos. Pero hay una segunda acepción de ambos términos, menos conocidas, pero igualmente válidas. Leamos el Drae: Sadismo: Crueldad refinada, con placer de quien la ejecuta. Masoquismo: Cualquier otra complacencia en sentirse maltratado o humillado. ¡Bingo! Somos un pueblo masoquista en manos de un gobierno sádico.
¿Cómo se convence a un grupo humano numeroso de que hay otro mundo, de que no hay que sufrir para todo, que depender de un gobierno es lo peor que le puede pasar, porque siempre será esclavo?… ¿Cómo salir de ese círculo de dominación estalinista que se ha establecido alrededor de los alimentos? ¿Cómo una persona que está pasando hambre, que tiene hijos pasando hambre, padres ancianos pasando hambre, puede romper el vínculo perverso de la dependencia electoral con sus hambreadores?… No tengo respuesta. Quien la tenga, por favor dígamela.
@cjaimesb