El maltrato entre los venezolanos

 La intemperancia y la desesperación no es buena consejera. Quien lo afirma tiene autoridad para decirlo, porque en lo personal padezco de ambas ansiedades. Dejar fluir la irascibilidad es perder el correcto sentido de lo que se quiere expresar

Orlando Viera Blanco

La intemperancia y la desesperación no es buena consejera. Quien lo afirma tiene autoridad para decirlo, porque en lo personal padezco de ambas ansiedades. Dejar fluir la irascibilidad es perder el correcto sentido de lo que se quiere expresar. La irritabilidad disipa la empatía y en efecto, la mejor comprensión de lo alegado. En estos días el desbordamiento emocional criollo está “de moda”. Mala cosa. Así me sucedió en mi programa “El Abogado del Diablo”, donde no fui excepción de moderación (aunque me gustaría serlo). Veamos.

En la agenda social y política venezolana tenemos temas muy importantes que tratamos de dilucidar, no en el plano de la lógica del cambio eficiente de poder, sino bajo la luz de la “coma alta”, del verbo encendido; de quien eleva más el gañote y además de forma hiriente y despreciativa. En este intercambio desmedido de desplantes y acusaciones, los abedules impiden ver los naranjales (Dixit Ignacio Vasallo Tome). Por ejemplo. Me he dado la tarea de revisar los argumentos de profesor Emérito, Fernando Mires, a favor de votar. No es ahora el tema de discusión. Lo que quiero destacar es cómo sus detractores antes de leer, disparan los más pornográficos insultos en su contra. No por ello el académico chileno va a incurrir en desquites como desmerecer la inmigración venezolana a Chile. Pero cuidado, él no lo hace por emeritus. ¿Ahora, quién no lo es [emérito] cómo nos ve? ¿Cómo reputan en el exterior nuestra prepotencia y filosa capacidad de agredir oficiosamente?

La consagrada polarización de la oposición

No es suficiente apelar a los más ilustrados pensadores políticos (clásicos o de la modernidad), ni a las experiencias transicionales más elocuentes de dictaduras a democracias, cuando raudamente el escarnio criollo disipa toda oportunidad de debate. Ni se lee ni se escucha al tiempo que arrojan un desdén impresionante. “Este pobre mamarracho blandengue va más perdido que ciego en Manhattan”. Una creatividad semántica imbatible para levantar media docena de desagravios en una frase. Si usáramos tales embestidas para enfilarlas contra el verdadero enemigo, otro gallo cantaría. Pero no pasa nada… Quienes cabalgamos en el espacio público sabemos al decir de Oscar Wilde, “que hay solamente una cosa en el mundo peor que hablen de ti, y es que no hablen de ti.» Igual Salvador Dalí remató diciendo: “La cuestión es que hablen de mí, aunque sea mal”. Lo delicado es cuando hablamos mal del país y de todos entre sí. En tal insolencia, vence y reposa el tirano.

La exposición más sucinta del “moralismo inconveniente” en la política contra el opresor -la paz perpetua Kantiana- no es suficientemente para calmar nuestra desmesura. Ipso facto cualquier argumento por la movilización, votar, llamar a la insurgencia organizada y relanzar la unidad, es fulminado por los tuiteros confusionales y ratones de redes sociales que más y mejor viven de hablar mal. Pasamos de un mar de conocimiento y buenas sugerencias (como las de Mires), a un mar de fondo de obcecación, intransigencia y mala educación que al único que da pulmón es a Maduro, mientras duerme tranquilo en Miraflores… La polarización de la oposición es una misión consagrada.

El abogado del diablo

He vivido situaciones a lo menos frustrantes en la titánica tarea de defender la unidad monolítica de la oposición a la par de intentar explicar la conveniencia, no de votar -lo cual no es l’etat de la cuestión- sino de removilizar organizadamente. Rápidamente somos imputados de “colaboracionista, mudero, come flor, que no entiende que este gobierno sólo sale a punta de piedra, plomo y candela…”. Profundo argumento..

No pretendo en este ensayo volver sobre un argumento en particular. Lo que quiero sembrar en esta reflexión es que en medio de esta cascada de flechas cruzadas entre nosotros, quien cobra -entumecido de la risa además- es Maduro y su cortejo de pajes revolucionarios. Mientras quienes desde una misma acera republicana, democrática y libertaria, tratamos de demostrar quién ilustra mejor, habla más bonito o sabe más, aquellos desde la maldad y el ocio, trabajan -y aseguran- su permanencia en el poder. Somos presa fácil de su método totalitario: El odio, la desesperanza, la destrucción del sujeto pensante, de su espíritu humano y de la confianza grupal. Peines que hemos pisado siempre con la inocencia y ansiedad de un niño, o acaso, con la arrogancia y altivez de una veleta.

El maltrato que nos profesamos los venezolanos no es normal. Y conlleva otra consecuencia. Para nadie es un secreto la fama de contestatarios, violentos y soberbios que hemos ganado en el exterior, además en circunstancias bordes… Amén de producir fragmentación, justos pagamos por pecadores, la resistencia, la duda razonable de países hermanos, de abrirnos las puertas de sus casas. El maltrato entre nosotros da caña al rechazo de migratorio, dando pie al chauvinismo homofóbico y discriminante que arenga la frase: “Devuélvanse a su país y sigan echándolo todo a perder allá. Aquí no…”

No me complace lo sucedido en “El Abogado del Diablo” con el buen amigo Alberto Franceschi, amén que el formato es polemizar. Se cansa uno de tanta desgarro. Pero decía, no pasa nada… Igual seguimos. ¡Sin prisa pero sin pausa!

@ovierablanco

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