El mágico encuentro con la Madre García | Por: Carolina Jaimes Branger

 

Carolina Jaimes Branger

Me encuentro en Barcelona, España. La semana pasada, mientras revisaba mi cuenta de Instagram, vi una foto de mi amiga Jacqueline Phelan, quien vive en Madrid, acompañada de una dama mayor, que, como me pareció conocida, leí su texto: “No puedo estar más feliz de este reencuentro con la Madre García, Marimerche, como le dicen sus hermanas. Monja de mi querido Colegio Sagrado Corazón de Caracas. Gracias @leonornevadodeparedes por facilitarme su contacto y a Mater por hacer que nos dieran los tiempos y poder vernos. El mensaje del video es para todas sus ex alumnas, a las que recuerda con mucho cariño”.  Mi corazón comenzó a palpitar como un caballo a pleno galope… ¡la Madre García! ¡Mi maestra de religión de quinto y sexto grado y coordinadora académica y religiosa! ¡Yo también la quiero ver!

De inmediato le escribí a Jacquie, quien me dijo que la Madre estaría en Madrid menos de una semana más. Me dio su teléfono y la llamé. “Si puedo ir a visitarla, mañana mismo me voy para Madrid”, le dije. Por fortuna, mis primos que viven allá me dijeron que me fuera, que ellos me recibían en su casa (con tan corto tiempo de advertencia) y agarré el tren a la mañana siguiente. Llegué a Madrid el viernes 27 en la tarde, casualmente el Día del Sagrado Corazón. La Madre García tenía la celebración con la congregación y luego se iba a reunir con su familia. “Pero el sábado, me dijo, “te espero a las once de la mañana en punto”.

Les avisé a tres de mis compañeras que viven en Madrid, a última hora, claro, todo fue a última hora. Dos de ellas, Irene de Oteyza de Pizzolante y Edith Garriga de Creixems, podían y querían ir a verla. La tercera estaba en Escocia. Esa nochecita, me invitaron a la presentación de un libro de Adriana Gibbs. Allá me encontré con Patricia Gonzalo, también antigua alumna del Sagrado Corazón de Caracas, quien entusiasta se unió al grupo.

Debo decir que el Sagrado Corazón de Caracas fue vendido a los sacerdotes claretianos porque las Madres, influenciadas por la teología de la liberación, decidieron que seguirían educando, pero a los más necesitados. La última vez que yo vi a la Madre García fue en 1974, el último año del colegio. Yo tenía quince años. Ella tendría unos treinta y nueve. Después de la venta del colegio yo seguí visitando a las Madres que se quedaron en Caracas, en una pequeña casa en Coche. Pero la Madre García se fue de la capital. Lleva añales viviendo en Jusepín, Estado Monagas, donde es absolutamente feliz. De hecho, estaba muy contenta de regresar: “allá me están esperando”, nos dijo. Me imagino que, si ha hecho la décima parte de felices a quienes allá viven de lo feliz que me hizo a mí, pueden darse por muy afortunados.

Y justamente esa era mi urgencia de querer verla: abrazarla, decirle lo mucho que la quiero y darle las gracias por todo lo que recibí de ella. Ahora tiene noventa años, pero está en excelente forma, de cabeza y cuerpo. Su memoria, extraordinaria. Sus recuerdos, tan caros y a flor de piel como los míos. Las horas que pasamos con ella las atesoro desde ya como uno de los momentos más felices de mi vida. ¡Qué afortunadas fuimos de poder estar con ella!

Quienes estudiaron en el Sagrado Corazón saben de lo que hablo. Lo que esas Madres sembraron en nuestros corazones no tiene precio. Y que hubiera habido esa reciprocidad nuestra al ir a verla, tampoco lo tiene.

María Mercedes García de la Rasilla, rscj, una joven aristócrata española, dejó todo por seguir su vocación. De joven era pelirroja… ahora tiene el pelo blanco, aunque con unos visos naranja que recuerdan aquella llamarada que se le veía cuando jugábamos kicking ball y al pegar la carrera del home a primera, se le caía el velo. Su ánimo era contagioso: le encantaba hacer excursiones y fundó el grupo de Las Montañeras. Su devoción también era admirable. Nos ayudaba a recaudar fondos para las Misiones y en muchas ocasiones llevaba la batuta en las reuniones de la Cruzada Eucarística. También podía ser muy estricta cuando la ocasión lo ameritaba. Cuando se ponía brava, su cara se ponía tan roja como su cabello. Ahí había que salir corriendo. Era muy intuitiva y, sobre todo, muy inteligente, cuando tenía que resolver situaciones delicadas.

Los invito a entrar en mi cuenta de Instagram para que vean las fotos de la visita. Acompañé la publicación con el tema de la película “Al maestro, con cariño”, pues no sólo me encanta la música, sino que expresa muy bien lo que le dije a la Madre García:

“Aquellos días de colegiala, de contar cuentos y comerse las uñas se acabaron. Pero en mi mente, sé que seguirán vivos para siempre. Pero… ¿cómo agradecer a alguien que te ha llevado desde los crayones al perfume? No es fácil, pero lo intentaré: si quisieras el cielo, escribiría en él una frase que se elevaría a mil pies de altura: «A mi maestra, con cariño».

Ha llegado la hora de cerrar los libros y las largas miradas deben terminar. Y al irme, sé que estoy dejando a mi mejor amiga. A una amiga que me enseñó a distinguir el bien del mal y la debilidad de la fuerza, ¡y eso es mucho que aprender! ¿Qué podría darte a cambio? Si quisieras la Luna, intentaría bajarla, pero más bien preferiría que me dejaras entregarte mi corazón…

«A mi maestra, con cariño».

@cjaimesb

 

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