Frank Bracho / 19 julio 2025
“No corras, que a donde tienes que llegar es a tu propio Corazón.”
—San Agustín
El actual, prodigado por el Espíritu Santo, nuevo Papa León XIV se ha autoproclamado como un devoto agustiniano. ¡En buena hora!
La célebre frase de arriba (que forma parte de un patrimonio universal de todos) del gran inspirador Santo —declarado «Docto Padre de la Iglesia»— resume bien sus principales enseñanzas. Enseñanzas que solo adquirieron su más acabado sentido cristiano místico al final de su vida como obispo en la hoy Argelia (donde también nació), bajo el cuidado de su madre cristiana Santa Mónica, que lo cobijó con admirable persistencia, luego de haber sido un erudito litigante al servicio de un ya decadente Imperio Romano.
Por lo demás, dicha frase aplica al insoslayable menester de, en medio de tanta confusión y tribulación en el mundo actual, retornar a “la esencia de lo católico cristiano”. ¡No otra que la que tiene que ver literalmente con la noción de “Universal”! Y de “El Todo Divino, para Todos”.
Y hoy, aplicado al ser mundial como “bisagra peregrina” de unidad en la legítima diversidad, así como en la interdependencia… tanto en lo ecuménico (la inherente unidad de todos los cristianos), como en lo interreligioso e interespiritual (la unidad de todos los creyentes —rituales o de facto).
Estas son las enseñanzas sanagustinianas que nos invitan, en definitiva, a basarnos en la honra de la visión mística o el “sentido común de lo divino”.
“Los puros de corazón verán a Dios.” —Bienaventuranzas, Biblia.
A ello parece haber apostado el nuevo Papa: siendo irrepetible y eterno al mismo tiempo, por la salvación y relevante aggiornamento de la actual Iglesia —para el actual mundo.
Ese “sentido común” de lo correcto divino ya habita en nuestros corazones como asiento de la conciencia. (Por lo cual, ni siquiera el Decálogo de los Diez Mandamientos sería hoy indispensable, como lo ha dicho el mismo catecismo católico).
Pero con tanto torrente informativo y tan poca sabiduría vivencial, el “sentido común” se ha vuelto el menos común de los sentidos.
Como bien alertó aquel sabio científico alternativo:
“Haga lo opuesto de lo que dicta la actual civilización mundial… y le irá bien.”
¡Tal parece haberse convertido ya en el pan de cada día frente a los actuales órdenes depredadores!
Hoy, la principal criatura de Dios —el Homo Sapiens— parece haber degenerado en Homo Brutus… cuyo principal pecado es haberse desvinculado de Dios (o como se le denomine en los diversos credos: “El Todo para Todos”).
No nos engañemos: no se trata solo de amar al “prójimo”, sino, sobre todo, al que no lo parece. La parábola del Buen Samaritano de Jesús nos lo recuerda de manera insuperable.
Porque cada corazón guarda aún la chispa divina de su diseño. No se trata solo de lo humano, sino también de lo no humano y de las delicadas interconexiones de relación íntima que todos compartimos —forjadas desde tiempos inmemoriales, en los preceptos del orden natural como libro abierto de Dios.
De lo contrario, ¡Dios sería demasiado ocioso para haber creado un universo tan vasto… para el irresponsable comportamiento de tan pocos!
(Y por algo, León XIV ha elegido veranear en el solaz verde del Observatorio Astronómico Vaticano de Castel Gandolfo, rememorando todo ello).
Como también lo expresó el anterior Papa argentino en su magistral encíclica de ecología integral Laudato Si:
“Ver y atender, como parte de un mismo Todo, a las cuatro patas completas de la mesa:
Amor a Dios, a nosotros mismos, al resto de las criaturas, y a la creación o casa común toda.”
En ello nada sobra ni falta. No es moda maniquea: ¡Es el Plan Divino de Siempre… hecho carne hoy!
Esto nos permite entendernos con un indígena del Amazonas, un beduino del Sinaí o un estepario de Mongolia… con un mismo código de lenguaje común. Incluso sin palabras.
Todas, en verdad, sobran —inclusive las de San Agustín— porque ya todos lo sabemos en nuestro fuero interno. Solo necesitamos volver a sintonizarnos en “mística pureza de corazón”.
Quienes aún no sean capaces de hacerlo, serán barridos por la historia en el inexorable por-venir…
Hoy, lo que nos permite “amar a todos bajo el designio de El Todo” —ese Fratelli Tutti de diseño que tanto machacaba Francisco— es también:
“No hacer a los demás lo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros mismos.”
Las dos caras de la misma moneda o Regla de Oro. Para entendernos con todos, bajo El Todo.
Es lo único que nos permitirá sanarnos y salvarnos, individual y colectivamente. Sin recaer en ninguna vana tiranía antropocéntrica ni en mitos arrogantes de “pueblo elegido”.
Es lo único que puede llevarnos de vuelta a la perdurabilidad, trascendencia y genuina paz de lo divino.
El regreso, otra vez, al Corazón Vivencial.
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