Cuando los trujillanos llamamos “tierra de María Santísima”
a nuestra región nativa…lo hacemos movidos del deseo
de testimoniar en forma sencilla el arraigado afecto para nuestro
lugar de origen…de amar y de respetar la porción de territorio
nacional donde adquirieron el indeclinable y sagrado
derecho a ser llamados venezolanos.
(Mario Briceño Iragorry. Mi infancia y mi pueblo).
Es un trujillano ejemplar. José Gregorio, demostró con inagotable querencia a su tierra natal y su ferviente sentimiento de pertenencia e identidad, el conocimiento que tenía de ella, de sus pueblos y aldeas, la mejor expresión de ellos, inclusive, cuando formuló lo de la historicidad de La Puerta, lo que he comentado en crónica anterior.
La disposición de graduarse de médico con elevados e invaluables méritos académicos, para regresar a su tierra natal, a ejercer su profesión, nos da una idea de su apego al terruño. No es fácil, cambiar la modernidad de la capital del país, que venía disfrutando desde el 9 de febrero de 1878, en que llegó allí, caracterizada Caracas según indicaba el historiador Alberto Urdaneta, en el Papel Periódico Ilustrado, de Bogotá, por 1883, como: << un gran pueblo de fisonomía alegre (…). No hay ninguna cuyo aspecto sea más aseado, siendo tanto más raro esto cuanto que jamás se la ve barrer; es la ciudad clásica del aseo>> (Rafael Ramón Castellanos. El milagroso médico de los pobres en Isnotú), para luego de diez años, graduarse de Doctor en Ciencias Médicas, y retornar a Trujillo.
En Caracas tiene oportunidad y tiempo para compartir con algunos de sus más conspicuos compañeros de aulas, y con sus paisanos. Como lo han anotado sus biógrafos, José Gregorio estudió durante 4 años en el Colegio Villegas, de esta ciudad. Ingresó con 13 años de edad en 1878, ya finalizando, fue seleccionado y empleado por el Director, el Dr. Villegas, egresando de dicha institución en 1882, pudiendo presentar examen en la Universidad de Caracas, donde obtuvo el título de Bachiller en Filosofía.
La ciudad de esos años, que Rufino Blanco Fombona describe hermosamente: <<El Ávila, a lo lejos, ceñíase el turbante de su clara neblina azul. Al frente, más allá de la Plaza Bolívar, más allá de Catedral, más allá de Candelaria, más allá de la Estación del Ferrocarril Central, los verdinegros cafetales de Quebrada Honda, bajo los bucares rojos como parasoles de púrpura. A la diestra mano la Cúpula de Santa Teresa, la masa gris del Teatro Municipal, el Circo de Toros, el Mercado de San Pablo, el Puente de Hierro, las vegas del Guaire… Más a la derecha aún, a ambas márgenes del Guaire, vegas cultivadas de hortalizas ostentando la gama entera del verde, desde el verdín de la grama, aún cubierta de rocío, desde el verdegay de los retoños primerizos, hasta el verde terroso de las lechugas asoleadas, el verde maduro de las cañas de maíz, y el verde más profundo de los chaguaramos viejos>>. (Rufino Blanco Fombona. El hombre de hierro. En: Castellanos, 26). Así era, la hermosa, pujante y pulcra Caracas que disfrutó Hernández.
En 1883, decide ir a vacacionar a su pueblo, <<Isnotú a pasar unos días con su padre y sus demás familiares…el cordón umbilical telúrico lo llama. Haría entonces, a mediados del mes de agosto de 1883 una interesante pasantía de cariño en su lar nativo>>, pero no se fue solo, invitó a tres de sus compañeros de la universidad, y llegaron a Betijoque. Según el cronista don Tulio Montilla <<que allí demoró un par de días y hacia Isnotú hizo con sus invitados y con un selecto grupo de jóvenes betijoqueños —alegres muchachas y mancebos discretos— el recorrido a pie como en un paseo más…Catorce días disfruta con sus amigos en la casa paterna y aprovecha para visitar Escuque, Valera, Mendoza Fría y los baños termales de Motatán>> (Castellanos, 26), ¿Llegó a Mendoza del Bomboy y dejó de visitar el pueblo más cercano, atractivo, sugestivo y diferente, con habla y costumbres distintas, como era el pueblecito indígena casi totalmente puro de La Puerta, al que cinco años después, llamó histórico? ¿Cómo y cuándo obtuvo la información y datos de este pueblo, para calificarlo como histórico tras su pasada volandera de 1888? Difícil convenir en que no lo visitó en esta oportunidad.
El demostrado conocimiento que tuvo José Gregorio Hernández, de la realidad geográfica, económica y social de cada una de las ciudades y de los pueblos trujillanos, que pudo describir en su epistolario de 1889, es muestra de un excepcional e intenso interés y arraigo a su terruño, a pesar que se separó de él, siendo muy joven.
Se puede decir, que no fue ajeno nunca a Isnotú, a su familia y a sus gentes en general. Ayudó en cuanto estuvo a su alcance para solucionar problemas del pequeño poblado, y a los enfermos que podían venir desde allá hasta Caracas, los atendió, los cuidó, los guió (Castellanos, 162-163).
Además de lo anterior, hay dos datos que llaman la atención, de ese sentimiento de pertenencia e identidad con su tierra y su gente, es su conexión con la trujillanidad. El primero, su interés en la formación de quizás una espontánea socialización de la trujillanidad, con sus paisanos asentados y viviendo en la ciudad de Caracas, grupo con fines altruistas, de encuentro, apoyo, solidaridad. Su participación en la pequeña organización de estudiantes trujillanos, de jóvenes coterráneos con unas enormes ganas de estudiar, graduarse y servir a su región. En una inspirada y simpática reseña que aquí compartimos en varios fragmentos, el Bachiller Cecilio Sarmiento, en representación de la Colonia Trujillana en Caracas, llamada así por este, la remitió con fecha 30 de mayo de 1881, al semanario “El Trujillano”, aunque no se explica el fundamento de llamarse “Colonia”, si podemos conocer de un suntuoso banquete con que su amigo el señor Miguel Á. La Riva, diputado por la Sección Trujillo al Congreso Nacional, obsequió el día 20 de mayo de 1881, a los jóvenes trujillanos que estudian en la capital de la República, entre ellos, al joven bachiller Hernández (José Gregorio).
Sarmiento anotó: <<Hubo en aquel solemne acto, representación de la unidad y armonía de la familia trujillana y expresión jenuina de los hidalgos sentimientos y jenerosa caballerosidad de nuestro apreciado amigo La Riva, animado del noble deseo de probar su ardiente amor por aquella pléyade brillante de jóvenes que consagran sus esfuerzos y desvelos al estudio y la enseñanza>> (Párrafos de la Crónica La Colonia Trujillana en Caracas. Semanario “El Trujillano”, edición del 18 de junio de 1881. N° 224. Año V. Editor Arístides Carrillo. Redacción Juan Pablo Chuecos). La Riva, era oriundo de Barinas.
El día señalado, atendiendo a una invitación del señor Miguel Antonio La Riva, asistieron a este evento social, <<en el Hotel Ferdinand, los estudiantes trujillanos: Bustillos, Chuecos, Mateus, Hoyer, Romero, Villegas y el que estas líneas escribe Cecilio Sarmiento. Faltaron Hernández y Peña>> (Ídem); este último, pudo ser Eliseo Peña, graduado con Hoyer de Br. en 1880 o Jesús Peña Sánchez, pariente cercano de José Gregorio, se graduó de médico. Este mismo año (1881), en el Colegio Villegas impartía clases de literatura y francés el peregrino de la libertad, el poeta y cubano universal Don José Martí, quien además, con su brillante elocuencia y sabiduría, como actividad complementaria, enseñó oratoria; es posible que con esta carta y horas de nutrición intelectual y espiritual, le haya impedido a José Gregorio, asistir al otro nutritivo y opíparo almuerzo con sus paisanos.
José Gregorio, ausente del guateque en la capital; a pesar de su evidente integración a este grupo social, de divertimento y solidaridad, joven culto, músico, amante del baile, su forma de ser –según su compañero en el Colegio y amigo Juan de Dios Villegas Ruiz-, describió que, <<desde niño, fue de gran carácter: parecía que obraba a impulsos de un poder oculto, de una fuerza de reserva que secretamente y por su sola presencia, se hacía sentir; sus medios de acción fueron única y exclusivamente sus virtudes; e incuestionablemente que él era de una clase rarísima de hombres, que obran sobre los demás por medio de una fuerza que se impone>> (Castellanos). Virtuoso, callado, reflexivo e impredecible, prefería estudiar música y leer. Así era José Gregorio Hernández Cisneros.
Días antes de este evento gastronómico, sucedió un incidente personal en la esquina de San Francisco, entre el Pdte. Guzmán y el senador trujillano, Dr. Eusebio Baptista, compañero de bancada de La Riva, por las críticas que formulara a la entrega de una concesión minera en Guayana. Guzmán le inquiere el motivo de su impugnación, y el senador Baptista cruzado de brazos, le contestó: – Me limito a oírlo. El Presidente irritado por esta respuesta, ordenó su detención y arresto en el Cuartel de Policía de Caracas, por irrespeto. Se desconoce si este sonoro hecho, tuvo igual solidaridad con el senador Baptista, un apreciado y destacado intelectual y político de esos años, incidió en esa especie de unificación de los trujillanos en la capital.
La descripción del almuerzo social de la Colonia, la relató Cecilio Sarmiento, así: <<hora de las 12 meridiano sería cuando el señor La Riva nos hizo pasar de la sala al comedor. Había servido un almuerzo abundante y rico…sentado cada cual en el lugar que le fue asignado y a la voz de «vamos» dada por el señor La Riva, que nos precedía se principió a almorzar en silencio. No había tiempo para otra cosa; el pensamiento era: aquel pavo, estas hallacas, el suculento asado, de aquellas tortas, del vino de allá y el de acá>> (Ídem). Nada de tentempié, era un fraterno y apetitoso almuerzo.
El Br. Villegas antes de dar las gracias al anfitrión, disertó: <<todos pensábamos lo mismo: sí, Trujillo; pero no el Trujillo que contemplan los que en él moran: es otro más hermoso, visto a distancia de cien leguas y encantado con nuestros recuerdos; es el Trujillo por el cual nos estamos muriendo de nostalgia>>. El cronista se refiere al ilustre trujillano Juan de Dios Villegas Ruiz, dilecto amigo del Dr. José Gregorio Hernández, también se graduó de medico.
El joven bachiller Villegas cedió la palabra al señor Sarmiento, quien dijo: <<que aquella reunión tenía para nosotros todo el encanto de una sonrisa trujillana y que aquel almuerzo tenía el sabor de una fiesta del hogar por la recíproca adopción de un padre y varios hijos>> (Ídem). Sarmiento, había egresado como Bachiller en 1872, del Colegio Federal de Varones, de Trujillo.
Llegó el turno al Br. Chuecos, quien, <<Cuenta el momento aquel, como el único de placer en los 5 años de su vida caraqueña. Busca en la historia de sus alegrías, y apenas encuentra un término igual: su grado académico… Señalando hacia el occidente, evoca la ciudad bañada por el Castán. El orador presenta a Martínez, nuestro querido maestro como fuente de luz; a Don Juan B. Carrillo Guerra, como un Hércules abriendo estrechos para que el progreso no se detenga; a los Saavedra, como fieles observadores y guardianes de las tablas de la ley; a los Bustillos, Carrasquero, Vázquez (licenciado Francisco de Paula), como «urnas en donde cabe todo lo bello»; a Bocaranda y Carrillo (Eurípides) como la poesía y musa boconesa ¡Oh! si ellos nos hubieran visto habrían agradecido la ovación que les tributamos en la capital del patriotismo>> (Ídem). Este Chuecos, al parecer hijo del Dr. Juan Pedro Chuecos Miranda, diputado trujillano en 1888.
El Br. Mateus, -según la crónica-, joven de poderosos recursos para manejar el sentimiento, terminó así <<a mi me toca también como trujillano, tributar las expresivas gracias al señor La Riva…por esa prueba de afecto que acaba de dar a los hijos de Trujillo residentes en esta ciudad. Al verme aquí rodeado de amigos y compañeros de infancia, me creo transportado a esa tierra tan querida, y a mi imaginación se presenta encantadora como es con sus hermosas perspectivas, sus empinadas montañas, las fértiles vegas que riegan el impetuoso Motatán, el Castán, y sobre todo, el Colorado, que me sirvió de arrullo en mi niñez. Si me es dado realizar uno de mis más ardientes deseos, cual es el de ser útil al Estado Trujillo, me consideraré feliz: esta sola idea me anima a proseguir sin desmayo la carrera que me he propuesto adoptar… Agradezco en extremo al señor La Riva el vivo interés que le inspira la suerte de los trujillanos…como testimonio de mi profundo reconocimiento>>. El río Colorado, del que se refiere este orador, nace en las cercanías de Escuque.
Los jóvenes Bustillos y Hoyer, <<apenas conocidos por la fama de su talento van a dejarse oír…pues la brillantez de sus conceptos y la riqueza de la idea nos sorprenden>>. Bustillos expuso dos palabras al señor La Riva <<ciudadano benemérito de la patria trujillana, a la que ha servido siempre con lealtad y decisión…esta reunión como prueba del amor…a aquella privilegiada tierra por cuyo agradecimiento es celoso en su vida pública y privada en Trujillo como en Caracas>>. Este Miguel Antonio La Riva, integrante de una de las familias barinesas, que migraron a Trujillo, evadiendo los saqueos y barbarie cometidos por las montoneras de la Guerra Federal.
El joven Hoyer se puso de pie en medio de ellos para desarrollar el siguiente tema: «La ilustración de un país se indica, primero, por el número de individuos que se dedican a investigar los arcanos de la ciencia; y segundo, por el número de ciudadanos que ayudan a los primeros a vencer dificultades»; desarrollado el tema, <<proclama al señor La Riva como uno de estos hombres que aquella tierra se esfuerza en producir>>. A la constelación de glorias trujillanas enumeradas en el discurso de Chuecos, <<él agrega a Urrucheaga, hombre de vastos conocimientos, que hoy dirige el establecimiento donde hemos estudiado; a Juan Pedro Chuecos padre, representante de ese asombro de los siglos, la prensa; a Briceño (Máximo) por su consagración a la enseñanza>>. Guillermo Hoyer Bravo, en 1887 creó y dirigió la primera escuela secundaria en Escuque (Bustillo y Hoyer y el inasistente Eliseo Peña, egresaron como bachilleres en 1880, del Colegio Federal de Varones, Trujillo). De esa forma, los jóvenes trujillanos asistentes, presentaron al señor Miguel A. La Riva, <<las más expresivas gracias y su eterno reconocimiento por aquellas finas demostraciones de cariño que supo dar a los estudiantes trujillanos>> (Ídem).
Seguidamente, <<el talentoso y modesto Romero halló en su parentesco con La Riva justa causa para no dejarse oír. Puestos todos de pie, el señor La Riva hace uso de la palabra para cerrar el acto…nuestras patrias auras parameñas, eso es su primer tema; nuestros padres y nuestros hermanos, el segundo. Lo demás fue un consejo paternal, en el cual nos excitaba a conquistar luces que fulguren en el hermoso futuro de Trujillo>> (Ídem); Romero (Br. Manuel S. Romero, de Boconó), es posible, que sea pariente del general Romero, quien junto al general Vásquez, acompañó a José Gregorio en su primer viaje a Caracas. Cuando José Gregorio, regresa a su tierra graduado de médico, en 1888, se reencuentra con Miguel Antonio La Riva, ahora Concejal de Betijoque y es designado prontamente “Médico del Pueblo”.
El segundo dato, referido al José Gregorio Hernández profesional, lo encontramos en una de sus cartas dirigida a su amigo Santos Aníbal Dominici, estando en su tierra en 1888, buscando un lugar para ejercer su profesión, asomó su preocupación por otro de sus paisanos, que al parecer abandonó los estudios universitarios, <<Ayer vi desde lejos a aquel larguísimo estudiante de Derecho llamado Maya; esto me puso sumamente triste porque me parecía que estaba en Caracas>> (Castellanos, 137). Era parte de esa realidad socio-económica: la deserción universitaria, un profesional trujillano menos, lo que con seguridad, preocupó al joven José Gregorio.
A la larga, es probable que la influencia de los trujillanos fue muy poca entre el caraqueñismo de aquella época, sin embargo, la unión y solidaridad de estos jóvenes estudiantes, contribuyó a la formación de una concienciación del sentimiento de identidad, reconocimiento y pertenencia trujillanas en la capital, con <<el indeclinable y sagrado derecho a ser llamados venezolanos>>.