El inveterado Dios de la Sacristía, del templo de La Puerta, 1930 / Por Oswaldo Manrique

Sentido de Historia

 

 

Con motivo del inicio del año 2024, faltando pocos días para dar comienzo a la celebración de las festividades de San Pablo Apóstol y la Virgen de la Paz, en la población de La Puerta, deseo compartir un hecho curioso, de esos tantos secretos que guarda nuestro viejo templo parroquial, me voy a referir al “Dios de la Sacristía”, que pudiera tornarse anecdótico, si bien deja entrever su lado histórico, religioso, y hasta lo metafórico, por la brevedad del relato, que nos fue comentado por nuestros abuelos, así como, lo del “Mártir del Gólgota” y además, por existir una pequeña referencia historiográfica local.

En los tiempos en que aún existía la Comunidad Indígena Bomboy, casi totalmente pura, ocupando sus tierras del Resguardo Indígena de La Puerta, en su templo de San Pablo Apóstol, había un cuadro cuyo motivo era la creación del mundo, que respetaban mucho los aborígenes catolizados, porque las figuras y elementos, los colores, los trazos, los hacía reflexionar. Dicho cuadro, pudo haber sido adquirido o encargada su elaboración, a alguno de los artistas de Trujillo, por el Padre Pedro Santa Anna de Coronado, quien construyó el templo en 1790, o por el mismo padre Francisco Rosario, que estuvo al frente del Curato hasta 1847.

En el inventario del Obispo Mariano Martí, cuando visitó el 1° de abril de 1777, la “capilla enramada” del Pueblo San Pablo de Bomboy (alias La Puerta), construida <<Sobre una base de barro y piedras, el bajareque sostenía por techo endeble techumbre de varas y palmas>> (Febres, 54), no aparece descrita dicha obra, tampoco en el inventario de 1882, donde sólo están registradas las 4 imágenes tradicionales. Su pintor, pudo ser alguno de los artistas de los Conventos de Trujillo, aunque el recordado historiador y amigo Arturo Cardozo, calificó la actividad artística y pictórica religiosa de los siglos XVII y XVIII, como tiempo de oscuridad para las artes; o pudo ser elaborado por pintores del vecino y cercano Virreinato de la Nueva Granada.

De la señalada obra, rememoró una católica que la pudo observar en su infancia y dejó referencia escrita de ello, <<se representaba a Dios Padre con los brazos extendidos sobre el mundo>> (Burelli, Ligia. Un día volver. Pág. 39. Caracas. 1992), en el justo acto de no perder de vista lo que sacó de la nada, toda la naturaleza y los elementos, que constituyen el mundo, es decir, el primer día de la existencia, de todas las cosas creadas por él. Muy apegado, al simbólico pasaje encontrado en el Génesis, primer libro del Pentateuco y Antiguo Testamento, como también, del Tanaj, libro sagrado del judaísmo.

En su fina prosa, Burelli, agregó a esa hermosa descripción, que <<Su rostro (el de Dios) envejecido mostraba una barba grande y magnífica y sus cabellos lucían desordenados>> (Ídem), esta descripción de la pintura nos llama a imaginar una composición tan expresiva que impactaba a quien la observara y detallaba, por supuesto, la figura principal es Dios, protegiendo su creación. El uso de combinación de colores diversos y estimulantes, como los que se utilizaban para aquellos tiempos, incitaban y producía ese influjo sobre la espiritualidad de la comarca.

La estampa pictórica, citaba a pensar en el ingenio de aquel Ser superior y en su labor creativa, revelando su esfuerzo, lo que seguramente sorprendía e impactaba a los indígenas, en su ancestral cosmovisión de figuras de chorotes danzantes, sonajeros, incensarios, pectorales, objetos votivos que usaban en sus prácticas religiosas en el Santuario de las Siete Lagunas (Maen Shombuk), en las quebradas o en las retiradas cuevas, acompañados por Chegué, el sumo sacerdote de estos páramos, quien vivía cercano a dicho santuario, para adorar al sol, la luna, la lluvia y demás elementos.

La incorporación de los nativos al catolicismo, fue dilatada, y su progresiva integración se logrará a través de un proceso de sincretización, en la que incluían las imágenes y reliquias religiosas, que irían aceptando como el Kachuta grande para los indígenas, el todopoderoso, y la expresión del arduo trabajo de este, en favor de la raza humana.

Luego que el Padre José Asunción León, vendiera las tierras que le quedaron del despojo a los indígenas, en el fraudulento juicio de 1891, el templo pasó a otras manos sacerdotales, y el antiguo cuadro fue mudado desde el altar donde estaba, para ser <<arrumbado en la Sacristía>> (Ídem); expresado así, lo sacaron del altar, porque fue considerado como desecho o por lo menos despreciado. Esto nos sugiere que dicha obra pictórica, fue hecha como se estilaba en el siglo XVII, obras ceñidas al barroco español y a los cánones sinodales.

El gobierno del dictador Juan Vicente Gómez, realizó la remodelación total del templo, incluyendo la torre campanario símbolo eterno de este pueblo, hoy sin campanas. En inventario realizado en 1931, se incluyó como parte importante del patrimonio, la edificación, descrita como sigue: “…Ynventario de la Yglesia Parroquial de San Pablo Apóstol de La Puerta, diez de abril del año mil novecientos treinta y uno…1.- El edificio reconstruido…tres naves sobre tapias de los lados y por el medio sobre pilares de madera, con una pieza después del Presbiterio que sirve de sacristía; al lado izquierdo un cuarto para el…al pie del mismo lado, otro que es Bautisterio y al lado derecho el edificio del campanario, todo está cubierto de tejas…”. Es posible que, al tener un edificio remozado, como nuevo, era necesario salir de la imaginería vieja, en la que se incluyó el cuadro de la creación del mundo.

Por supuesto, cuando los niños de los nuevos pobladores, tenían oportunidad, o en el caso de los niños del páramo, cuando bajaban y acompañaban a sus “papaes”, a traerle la “primicia” al cura, lo podían ver en la Sacristía, se impresionaban por la hermosura y simbolismo de aquella obra pictórica, al punto que un vecino que su casa, la de la familia González, diagonal a la Iglesia, había un viejito de cabello largo y con barba blanca, con marcadas arrugas dentro de las arrugas de sus rostro, llamado Benito que se parecía mucho al “Dios de la Sacristía”.

Al comentar los niños, el parecido asombroso, su manera tranquila de ser, su afable mirada y la finura de sus gestos, <<que lo hacían distinto a todos los señores del lugar>> (40); como todo digno y honorable anciano.
A don Benito González, lo veían <<sentado a la puerta de su casa…se detenían a mirarlo, arrobada por su parecido con el Padre Eterno>>; lo saludaban y él sonriendo respondía: <<Saludes a su mamá>>; del mismo modo pensarían que podía ser alguien vinculado al denominado Ser Supremo o Kachuta. Lo cierto es que, era un simple mortal, sumamente católico, benevolente y autodidacta maestro de primeras letras, que enseñaba a leer a los niños, y cumplía como examinador en las pruebas de suficiencia. Al despeinado anciano, se le escuchaba como si fuere una última palabra: – ¡Qué la Virgen lo acompañe! Especie de cierre celestial, en medio del neblinal y la quietud virgiliana, quedando su mirada puesta en la Cuesta de los Rondones, arreglándose la blanca barba.

En enero de 1965, al ser inaugurado el templo actual, y la demolición del antiguo, se perdió la huella en el infausto recorrido de la antigua reliquia. La fama que corrió a partir de ese año, fue considerado como el más hermoso y moderno templo católico, remodelado por uno de los afamados arquitectos del país, y encima, el más rico de Trujillo, pues hasta las casullas estaban valoradas en sumas inverosímiles y ni hablar de los dorados vestidos y mantos de la recién estrenada Virgen, “La Españolita”, de belleza impredecible. El Dios de la Sacristía, no fue al nuevo templo.

Algunas familias, recordarían su historia sólo como inspiración mística, en parte por religiosidad; y, sobre su sino fatal, por temor a su Dios, basta hacer un rápido paneo a la historia diáfana y a la realidad de nuestra comarca. Ahora estoy comenzando a entender, la preocupación de Concio Rivas, mi abuelo, meses antes de morir, cuando me dijo una noche en el Xikoke, un tanto melancólico, que tenía que recuperar “El Mártir del Gólgota”, un viejo libro, en el que –según él-, estaban las “revelaciones”, movía sus manos como si lo estuviera hojeando. Se quitó el sombrero, y guardó silencio por largo rato.

Confieso que, como otras cosas, se desconoce el paradero del inveterado Dios de la Sacristía. Estamos esperando que devuelvan las campanas centenarias del templo o respondan qué pasó con ellas.

 

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