Doha, 20 nov (EFE).- Basta un leve resfriado de Leo Messi para despertar la intranquilidad en el entorno de la selección argentina y levantar el desasosiego en el aficionado que se aferra a su estrella, a su ídolo, confiado en que Qatar 2022, por fin, va a ser el Mundial de la albiceleste.
Han sido suficientes dos días sin ver al astro del París Saint Germain con el grupo, dedicado a un trabajo específico con los cuidadores del equipo nacional alrededor, para aplacar la euforia y llevar cierta inquietud a un país que lleva tiempo metido en la cuenta atrás hacia el arranque del torneo.
No hay informaciones oficiales ni datos precisos sobre la situación de Messi. Solo que las precauciones son extremas por los continuos esfuerzos desde el inicio de curso y el limitado tiempo de recuperación, entre la carga acumulada en lo que va de temporada y el inicio del Mundial.
Resta relevancia el ámbito afín a la albiceleste, que intenta trasladar cierta normalidad a la situación de la selección argentina, desde el primer momento agitada por contratiempos físicos de sus futbolistas. Hasta tal punto que Lionel Scaloni ya ha tenido que hacer dos cambios en su plantel, mantiene en alerta a cuatro reservas por si fueran necesarias más variaciones y desde que ha llegado a Catar no ha podido realizar un solo entrenamiento con su plantel al completo.
Messi estará ante Arabia Saudí el martes en el estadio Lusail con el resto de sus compañeros. El astro argentino ha jugado prácticamente todo en lo que va de trayecto. Con su club y con el equipo nacional. Disputó los noventa minutos frente Emiratos Árabes, la última estación previa a Catar. La sobrecarga muscular que le inquieta entra dentro de los parámetros comunes de un jugador.
No quiere verse Argentina en una coyuntura parecida a la de Francia, revolucionada a última hora por el adiós al Mundial de una de sus estrellas, Karim Benzema, al que apenas ha servido dosificar su energía y cuantificar las fuerzas. Es un Mundial peculiar, sin tiempo para la puesta a punto después del parón en los clubes.
Treinta y seis años de espera lleva Argentina ansiosa por levantar una Copa en el Mundial. Siente que se le marcha el tiempo. Que Leo Messi se acaba y que Qatar 2022 es la gran ocasión. En un país donde el fútbol, y más la selección, es casi una religión, la demora es excesiva. Se agota la calma.
Desde que Diego Armando Maradona llevó al cielo a Argentina en 1986, dos mundiales después de que César Luis Menotti incluyera por primera vez a la albiceleste en el palmarés del torneo, en 1978, no ha sido capaz de ampliar su leyenda. Rozó el éxito en 1990, con Maradona, y también en Brasil 2014, con Messi; en ambos frenados por Alemania.
No imagina Argentina que el cierre de la era del jugador del PSG, de los mejores de la historia, se cierre sin levantar la Copa. Es tal el impacto que genera que es capaz de trastocar el ánimo del país y alterar el talante de cada aficionado.
También en Qatar 2022. Es peculiar el fútbol en Oriente. Más de estrellas que de equipos. Más de ídolos que de conjuntos. El Mundial se ilumina con Messi y cualquier movimiento del futbolista genera impacto en todo el alrededor de este gran torneo.
Santiago Aparicio
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