El fatalismo fagocitando la esperanza (IV Parte) | Por: Nelson Pineda Prada

 

Nelson Pineda Prada

La elección de Rafael Caldera en 1993, generó innumerables expectativas. Hubo quienes pensaron que con él se podía avanzar hacia una “fecunda transformación”. De manera contraria, se produjo un acentuado inmovilismo político; en lugar de formular nuevos rumbos para la economía y el establecimiento de un nuevo modelo de desarrollo, se reafirmaron las propuestas neoliberales. No se proyectó una visión de futuro que generara nuevas y positivas expectativas para el venezolano. Fue un gobierno cuya mayor actividad residió en administrar la crisis, no en superarla.

La referida crisis no era desconocida para la clase dominante, ni para la económica ni para la política, venezolana. El Centro de Estudios del Desarrollo de la Universidad Central de Venezuela (CENDES-UCV), a partir del año 1962 realizó una investigación que tituló: Cambio Político en Venezuela, dirigido por José Agustín Silva Michelena, el cual fue publicado en el año 1970 bajo el título de Crisis de la Democracia.

Como conclusión -de esa investigación- se afirmaba que, la naciente democracia venezolana, engendraba una crisis potencial dado que los mecanismos establecidos para su funcionamiento agudizarían en el corto tiempo las diferencias entre pobres y ricos; las grandes mayorías, más allá de participar en la elección del presidente y de los representantes de los cuerpos deliberantes, tenían bloqueada la participación para decidir su propio destino; así como también,  se constataba que la mediana y alta burguesía nacional no tenían un verdadero espíritu empresarial, su inclinación era más bien a participar en actividades especulativas; y, del lado de los funcionarios del gobierno, se evidenciaba que una mayoría de estos tampoco podían llevar adelante un programa de transformaciones desarrollistas, verdaderamente progresista, que fuera capaz de revertir las tendencias conservadoras existentes.

Pero sobre todo se estableció la predicción, en el referido informe, de que era muy probable que la economía venezolana, para 1984, entrara en una nueva crisis.

 A los venezolanos se nos presentó una realidad irreal. Se nos hizo creer que la “democracia” venezolana era muy sólida y exitosa.

 La Venezuela saudita fue financiada con el boom petrolero y el endeudamiento externo. El Estado venezolano tuvo la oportunidad de acceder a un enorme gasto público, el gobierno se convirtió en un gran consumidor, la política de pleno empleo y de aumento salarial permitió, asimismo, la expansión del gasto privado. Ellas, no eran más que medidas espasmódicas. No formaban parte del diseño de un nuevo proyecto de país. Caso omiso se hizo de las conclusiones y recomendaciones de la referida investigación.

Revísese los planes de la nación heredados del Pacto de Punto Fijo y se constatará que, más allá de algunos tiempos verbales y de algunos adjetivos, los fundamentos que les dan sustentación son los mismos. Por ello, los gobernantes de ese período creyeron que, la política macroeconómica y los programas de ajuste del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), les habían caído del Cielo.

Carmelo Lauría, en el Seminario: sobre el Cambio del Estilo de Vida del Venezolano, organizado por el Instituto Internacional de Estudios Avanzados (IIDEA), la Comisión Para la Reforma del Estado (COPRE) y la escuela de Vecinos de Venezuela, realizado en noviembre de 1986, hizo la siguiente afirmación:

“Yo he dicho en repetidas veces, y muchos de ustedes lo habrán oído, que el problema de Venezuela en este momento no es un problema de soluciones económicas. Que desde el punto de vista económico, Venezuela no tiene solución en términos de la expectativa que nos habíamos estando creando los venezolanos. Si nosotros hacemos el análisis solamente de los últimos cinco años en Venezuela y escogemos un solo punto de referencia, el ingreso per cápita en términos de divisas, nos encontramos con que para el año 1982 Venezuela tenía un ingreso per cápita de 1.500 dólares por habitante. Ya para el año 1984, Venezuela había bajado ese ingreso per cápita a 1.000 dólares y para el período 1986-87 va a ser solo de 500 dólares. Creo que ningún país en el mundo ha bajado en forma tan acelerada su ingreso per cápita en dólares, como es el caso de Venezuela. Esa es la realidad venezolana…”.

Y, en un foro organizado por la COPRE, realizado entre el 28 y 30 de noviembre de 1990, el Senador Pedro Pablo Aguilar, alto dirigente nacional de COPEI, inició su intervención con las siguientes palabras:

“Los partidos políticos están sometidos a un severo cuestionamiento. El país está viviendo una época de crisis. Los reajustes macroeconómicos producen hondo malestar social. El sistema institucional pone de manifiesto fallas y carencias importantes. Se ha debilitado peligrosamente el Estado de Derecho. Hay una sensación generalizada de inseguridad. La ineficiencia y la abulia son signos predominantes en la burocracia. Buena parte de los servicios públicos han colapsado o amenazan colapsar. Las Empresas del Estado se han convertido en modelo de ineficiencia y derroche fiscal. Es evidente el deterioro progresivo en la calidad de vida, como evidente es el aumento de la pobreza afectando a sectores crecientes de la población. Tenemos uno de los ingresos per cápita más altos de América Latina y, sin embargo, millones de venezolanos viven en la miseria y padecen hambre…”.

Como dicen los juristas: A confesión de parte relevo de pruebas.

Falsas fueron las ilusiones de progreso y desarrollo, que se vendió a los venezolanos. El país implosionó. La rebelión popular de 1989, la rebelión militar de 1992 y el ascenso al poder de Hugo Chávez, fueron una respuesta a esa crisis.

 

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