El fatalismo fagocitando la esperanza (III Parte) | Por: Nelson Pineda Prada

 

Textos para un nuevo abordaje de la crisis venezolana de finales del siglo XX:

En el año 1976, el Presidente Carlos Andrés Pérez, su primer mandato nacional, le presentó al país el V Plan de la Nación 1976-1980. Documento en el cual se hace la siguiente afirmación:

“El éxito del sistema de producción no debe medirse solo en términos de Producto territorial Bruto o Ingreso Per Cápita, sino fundamentalmente, en términos de su contribución directa e indirecta al logro de los indicadores del sector de economía social que capitalice en el hombre. El simple crecimiento de las magnitudes técnicas del Producto Territorial Bruto o del Ingreso Per Cápita no constituye un indicador de éxito de la gestión económica de la sociedad si no va acompañado de las necesarias relaciones de distribución de los frutos del progreso económico que garantice a las mayorías adecuados niveles de consumo y ahorro personal y familiar, mayores niveles de salud, vivienda y educación y un creciente grado de participación en la vida social e institucional del país”.

Para el año 1988, era común hablar de la crisis de la formación social venezolana. La Fundación Instituto de Estudios Avanzados (IDEA), con la intensión de generar algunas reflexiones sobre la misma, organizó el Seminario: El venezolano ante la crisis. Colección Cambios en el estilo de VIDA.

Carmelo Lauría. Ministro de la Secretaría de la Presidencia, dijo lo siguiente:

“Yo he señalado repetidas veces, y muchos de ustedes lo habrán oído, que el problema de Venezuela en este momento no es un problema de soluciones económicas. Que desde el punto de vista económico, Venezuela no tiene solución en términos de la expectativa que nos habíamos estado creando los venezolanos. Si nosotros hacemos el análisis solamente de los últimos cinco años en Venezuela y escogemos un solo punto de referencia, el ingreso per cápita en términos de divisas, nos encontramos con que para el año 1982 Venezuela tenía un ingreso per cápita de 1.500 dólares por habitante. Ya para 1984, Venezuela había bajado ese ingreso per cápita a 1.000 dólares y para el período 1986-87 va ser solo de 500 dólares. Creo que ningún país en el mundo ha bajado en forma tan acelerada su ingreso per cápita en dólares, como es el caso de Venezuela. Esa es la realidad venezolana. Esto no es malo en sí mismo, sino que evidencia que Venezuela debe tener un punto de partida distinto al de su alto ingreso del pasado”.

En las Conclusiones y Recomendaciones del referido seminario se señala que:

“La discusión comenzó caracterizando al consumidor venezolano como un individuo inserto en medio de una sociedad, que padece una extrema desigual distribución de la riqueza y el ingreso, según lo cual más del 80% de la población se encuentra en situación de pobreza, y aproximadamente un 40% de ellos sufre lo que se ha dado en llamar pobreza crítica, definida ésta como una situación en la cual las familias no disponen de los ingresos suficientes para acceder a la canasta básica de alimentos. Contradictoriamente, este mismo consumidor está sometido a la influencia de una permanente campaña consumista, que lo estimula a través de los medios de comunicación, a adquirir bienes y servicios que no son los de su mayor necesidad y en condiciones onerosas. Para complicar aún más la situación anterior, el poder adquisitivo del venezolano se ha deteriorado en más del 50% en los últimos 5 años”.

El sociólogo venezolano (de origen alemán), Heinz Rudolf Sonntag, al analizar la situación vivida en nuestro país durante las últimas décadas del siglo pasado, en un ensayo publicado en la Revista Nueva Sociedad, N° 151, del año 1997, titulado: Venezuela. El difícil camino de la transición. Hace las siguientes afirmaciones:

“A lo largo de 1993, quizás más dramática aunque menos espectacularmente que en 1992 –con sus dos <pronunciamientos militares>, bombardeos y combates aéreos incluidos, la gran mayoría de los venezolanos percibía que la democracia tenía un futuro muy incierto, y no lo lamentaba mucho. Esa mayoría sentía que las instituciones tambaleaban, no creía en el Congreso, desconfiaba del Consejo Supremo Electoral (CSE), veía en los partidos políticos no actores fundamentales del sistema democrático sino aparatos ajenos a su condición ciudadana. Tenía alguna confianza en los medios de comunicación, pese a que –o precisamente porque- en sus páginas y emisiones editoriales y en sus secciones políticas informaban y publicaban artículos y noticias que contribuían al desprestigio generalizado. Las organizaciones corporativas y los partidos demostraban en sus prácticas cotidianas que no representaban a quienes pretendían representar, sus liderazgos se percibían como unas mafias o <castas> cuyo único objeto era autoperpetuarse para el mantenimiento de sus privilegios a través de la manipulación del poder político. Hasta el Estado, otrora percibido como un gran benefactor por su condición de distribuidor de la renta petrolera, estaba cuestionado por su creciente y cada vez más palpable incapacidad de responder a las demandas de los ciudadanos y procesarlas (lo cual se evidenciaba emblemáticamente en el Poder Judicial). Tales tendencias a la disolución del espacio político no encontraban contrapeso en el fortalecimiento de la sociedad civil, más bien al contrario, resurgida en los años 70 y parte de los 80, ésta había sucumbido ante los efectos disolventes de la globalización sobre los actores colectivos tradicionales y el galopante individualismo que subyacía –y subyace a las políticas de ajuste ejecutadas entre comienzos de 1989 y mediados de 1993. El resultado fue una apatía generalizada”.

El 5 de junio de 1993, asumió la Presidencia de la República de Venezuela el Dr. Ramón J. Velásquez.  En la Reunión Internacional sobre la Integración y la democracia del futuro en América Latina, realizada en caracas, en el año 1997, hizo las siguientes afirmaciones:

“Cuando me llamaron a la Presidencia me llamaron para presidir una crisis; una crisis institucional, una crisis política, una crisis militar y una crisis financiera. …Esta crisis, este cambio, este ajuste que tuvo uno de los períodos más duros entre 1992 y 1993, es el final de una etapa y el comienzo de una nueva Venezuela. Yo lo creo, y lo creo porque hoy Venezuela no es Caracas, hoy Venezuela son 22 regiones. …Mi mandato era para terminar un período;…, ¿qué hacía yo? Primero, asegurar la lealtad delas fuerzas armadas, y lo logré. …El objetivo era ir a las elecciones pero para ello había que dotar de instrumentos al nuevo gobierno, y entonces, con la Ley Habilitante que me otorgaron, promulgué las catorce leyes que estaban congeladas en el Congreso desde 1990…”.

Sobre estas afirmaciones volveremos en la próxima entrega.

 

 

 

 

 

 

 

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