“¡Queremos pasaportes! ¡Queremos pasaportes!”. El grito de desesperación lo entonaron esta Navidad decenas y decenas de venezolanos en Caracas, a las puertas del organismo público encargado de tramitar e imprimir la documentación legal para abandonar el país. Un reclamo muy peculiar en el país líder de las protestas sociales, con cerca de 12.000 durante 2018, en el que en diciembre coincidieron manifestaciones por la mala calidad de los servicios públicos (electricidad, agua, gas), la destrucción de la sanidad y el retraso o la ausencia de los “regalos” del Estado durante las fiestas, como el pernil navideño y los juguetes. Así publica EL MUNDO.
El rugido de los que quieren viajar no es para menos: en el último año el gobierno expidió un número mínimo de pasaportes, tras muchos meses de espera por falta de material. Una parte de los que sí lo lograron pagaron precios siderales forzados por la corrupción: hasta 2.500 dólares, en billetes americanos y no en bolívares soberanos, según las denuncias efectuadas por medios locales.
Todos los que gritaban buscan una salida inmediata a una cruel crisis social y económica cuyo fondo no se vislumbra. Como Alberto Ramalho, electricista caraqueño de 39 años y de origen portugués, quien como miles de sus paisanos ultima los preparativos para unirse a la mayor diáspora conocida en América Latina, coincidiendo con la irrefrenable subida de los precios, la merma de su capacidad de compra en el último año (alrededor del 60% respecto a diciembre de 2017) y la toma de posesión a la fuerza de Nicolás Maduro el 10 de enero.
“En mi casa la situación ha bajado mucho, por eso voy a emigrar, para dar calidad de vida a mi padre, a mi pareja y a la familia de mi pareja. Voy para Oporto, para tener las cosas que tanto anhelo y un hogar. Sé que no es fácil, mi esperanza es salir adelante y cumplir mis sueños”, resume Ramalho, quien pese a disponer de dos vehículos no los puede mantener ni rentabilizar porque le faltan neumáticos y baterías.
Las estadísticas y Facebook
Se trata de una nueva oleada que se sumaría a los emigrantes que ya viven en 90 países y 300 ciudades, alrededor de cuatro millones, según las distintas estadísticas de la ONU, la OEA y de investigadores sociales venezolanos. Entre los más atrevidos está Facebook, que basándose en las cuentas de sus usuarios estima que la cifra es mayor.
Un aluvión que a esta velocidad sumará 5.300.000 emigrantes dentro de 12 meses, según Naciones Unidas, y eso que el ritmo diario del 2018 (5.500 por día de media, 18.000 en los peores momentos del año) ya superaba todos los registros conocidos. “Enfrentamos un sismo humanitario”, concluye Eduardo Stein, enviado especial de la ONU para los refugiados y migrantes de Venezuela. Otro estudio de Brooking Institution, liderado por el economista venezolano Dany Bahar, es incluso más alarmista: en tres años, la diáspora superaría los 8 millones de personas, salvo que mejoren las condiciones económicas.
En Colombia, que actualmente contabiliza 1.100.000 emigrantes criollos y que, pese a todo, mantiene sus puertas abiertas de par en par, calculan que este año llegarán a sumar dos millones, otra cifra récord. Entre el país cafetero, Ecuador, Perú, Chile, Brasil y Argentina han acogido a más del doble de sirios que tanto esfuerzo costó distribuir entre los 35 países de la Unión Europea en 2015.
Una estadística tras otra que solo resta para el futuro nacional: el informe de Gallup sobre el Índice de Migración Potencial calcula que Venezuela perderá el 42% de su población joven si se mantiene el ritmo actual de la diáspora.
Como el ingeniero Darwin Palacios, de 33 años, trabajador del Complejo Petroquímico José Antonio Anzoátegui, quien viajará en autobús durante varios días hasta llegar a Huaquillas, en Ecuador. “Allí me espera un amigo para comenzar desde cero”, asegura, cuando sólo faltan nueve días para emprender el viaje. “Yo ganaba 15.000 bolívares soberanos (tres y medio salarios mínimos) y no me alcanza para nada. Me voy muy triste, muy triste, con el corazón en la mano. Me duele abandonar mi casa y mi vida, a la que estoy acostumbrado”, explica Palacios. “Cada vez que me hacen este tipo de preguntas, lo que me da son ganas de llorar”, remacha.
Aumento del éxodo
Agentes de viajes y activistas en la frontera vaticinan que desde hoy se incrementará la fuga, olvidadas las fiestas de Año Nuevo. Incluso se abren nuevos comedores para atender a los viajeros. “Nuestro pronóstico es que desde mañana [por hoy] se va a triplicar la llegada de los paisanos, por eso nos estamos preparando nosotros y también la Iglesia, con monseñor Víctor Ochoa, enviado del Vaticano, al frente”, avizora Eduardo Espinel, director de la Fundación Venezolanos en Cúcuta.
La capital del Norte de Santander, la más importante en el lado colombiano, ha vivido una Navidad pletórica gracias a las compras masivas de los venezolanos que viajan hasta allí, cada uno como puede, y que ha significado el aumento del 35% de las ventas respecto al año pasado. “Nos ahorramos entre dos y tres veces, los precios son más baratos que en Venezuela”, asegura un matrimonio ya jubilado de Los Teques mientras paga su cuenta en el mayor supermercado de Cúcuta. Entres las bolsas que llevan destacan la harina para las arepas, café, arroz, mayonesa, botellas grandes de refresco, embutidos colombianos, queso, cereales, leche en polvo, matamosquitos y productos para la limpieza.
“La última oleada es la del empobrecimiento, indetenible mientras se mantengan las razones que originan el gran éxodo”, resume el sociólogo Tomás Páez. En Ureña, San Antonio y Boca de Grita, tres puntos fronterizos entre Táchira y Norte de Santander, se ha vivido esta semana una especie de calma que precede a la tormenta. Las colas han disminuido después de las compras compulsivas, pero toda la economía que se mueve en torno a la emigración engrasa sus herramientas para los próximos días.
Todos allí saben que las últimas cifras proporcionadas por Nicolás Maduro no son verdad. El primer mandatario aseguró que los emigrados al Cono Sur “lo hicieron llevando los unos, 10.000 dólares; los otros, 20.000 dólares, incluso cantidades mayores”. El primer mandatario mantiene, contra viento y marea, que la “emigración masiva es una patraña”.