EL ESTREMECIMIENTO DE SENTIDOS EN LAS MANCHAS DE LA SERPIENTE DE RAÚL DÍAZ CASTAÑEDA | Por: Alexis del C. Rojas P.

Por: Alexis del C. Rojas P.

La vida se encuentra no  solo fuera  del  arte,

sino también dentro de él, en toda la plenitud

de su ponderabilidad valorativa.

Mijail Bajtín

 

 

Acercarnos al pensamiento y al  imaginario  que sitúa la escritura literaria del Dr.  Raúl Díaz Castañeda, nos lleva en primera instancia al reconocimiento de un ser humano de profunda valía, en el que se conjuga  la civilidad, la honorabilidad y la  intelectualidad; virtudes que colorean la configuración de un escritor portador de  experiencias de vidas y del  hacer histórico-cultural de nuestra región (Valera, Trujillo). Su escritura trama historias que nos tocan muy de cerca, y donde  nos deja huellas precisas de asunción, y todo sin dejar de aludir su fino don de la  amena conversación.

La novela Las manchas de la serpiente (2024), publicado por Amazon.com, presenta desde el mismo título, alucinantes sentidos. Título de dualidad simbólica, cuya configuración parte de la mirada inocente e ingenua del  niño, Abdénago Rojo hijo, quien ante la ilustración alegórica de la medicina, hojeada por su padre el doctor Abdénago en el libro Serpientes de Venezuela, expresa: “—Papá, esa culebra no tiene manchas”;  estado de pureza que en  la conformación narrativa se tiñe incesantemente. Y, la mancha, de acuerdo al Diccionario de Símbolos de Chevalier, J. y A. Gheerbrant

 

Esta contingencia del ser nos traslada  al génesis bíblico, a la concepción judeo cristiana del “pecado original”, y  a la sentencia de Jesús en el Evangelio, según San Marcos 7, 14-23 “Escúchenme…Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre…Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones…”. Hecho transgresor de lo humano  que tiene sus marcas derivativas en la novela en el extraordinario personaje de Mercedes Marval, la seductora Meche, quien en la escena final de la  planificada e intencional  fiesta de Año Nuevo,  paradojalmente y con tono sarcástico tienta al pecado, no para cometerlo sino para confesarlo, para llevar al ser, o sea a todos los asistentes enmascarados, al  desenmascaramiento de su ruindad humana, al develamiento de las transgresiones cometidas, entre los que se encuentran con notoriedad varios  galenos del gremio:

 

A diferencia de las creaciones anteriores: José Gregorio Hernández, un milagro histórico (2014) y Se llamaba Adriano, le decían el Nene (2022), la novela Las manchas de la serpiente (2024), contextualiza bajo la mirada de la modernidad, personajes, argumentos y escenarios irruptores de la acostumbrada tradición hospitalaria, en la travesía de las décadas  del sesenta  y setenta del pasado siglo; esa realidad  que –parafraseando a Habermas- vive de la experiencia de revelarse contra todo lo que es normativo. Ámbito espacial y temporal al que se entretejen variadas escenas y lugares en incesantes revelaciones y presuposiciones, que marcan abismos de la alteridad, “característica esencial del hombre moderno”.

El discurso narrativo concentra una forma estética de estilo realista, en tanto que revela el  problema humano de la realidad circundante; refleja personajes, contexto, argumento y lenguaje, a partir de un saber al dedillo. No obstante, desde una perspectiva vanguardista, trata la realidad interna del hombre en sus circunstancias y contradicciones existenciales que marcan rupturas, desafíos y extravíos, de orden ético y moral. De manera tal, que “traslada esta realidad conocida y valorada  a otro plano valorativo, -al decir de  Bajtín-, la subordina a una nueva unidad y la vuelve a ordenar; la individualiza, concreta, aísla y termina, pero no suprime la cognoscitividad y valoratividad de dicha realidad: precisamente a estos últimos se dirige la forma estética terminada”[3].

En esta configuración artística, Raúl Díaz Castañeda hace de la obra una suerte  de teatralidad[4] sobre una ética social en crisis, al representar  en el entramado discursivo las inmoderadas  transgresiones éticas y morales del gremio médico, a la que suma la falta de profesionalidad, y que bajo argumento narrativo del doctor Alastre,  personaje arquetipo de la ética, vulnera el noble ejercicio del doctor Próspero Reverend,  quien en “los últimos días de Bolívar lo atendió con más abnegación que ciencia”, refiere Alastre en uso de las palabras del ensayista Mariano Picón Salas (p.103). A esta realidad narrativa se une en secuencia otras rupturas del orden, actos inmorales o subversivos en personajes  pertenecientes al ámbito institucional, religioso, estudiantil, político y social.

En esta novela, el escritor inclina su mirada hacia espacios de realización del hombre para desnudar su hacer  y determinar el ser. Revela verdades enriquecidas por el imaginario que sellan huellas de deterioro en el camino existencial de los nuevos tiempos.

Así, encontramos en  el escenario narrativo del centro hospitalario (uno de los espacios, entre otros tantos) varios  personajes médicos internos, residentes y especialistas, que mantienen actitudes y actuaciones indecorosas, irresponsables y hasta perversas; totalmente alejadas de la  deontología médica (deber, principios) y del célebre Juramento Hipocrático. Sin dejar de nombrar, el peso de la moral y ética profesional del gremio médico, otorgante de  garantías políticas en la vida de una sociedad. Al respecto, Wittgenstein sustenta: “La ética es la investigación acerca del significado de la vida, o de aquello que hace que la vida merezca vivirse, o de la manera correcta de vivir»[5].

En contraposición a esta realidad, arquetipo de la inmoralidad y la ruindad humana,  se destaca la figura del doctor Alastre,  quien  representa la honorabilidad, la rectitud  y la integridad ética profesional  en el seno de la institución. Virtudes que, más allá del reconocimiento inobjetable de su “valía como médico”, no eran admitidas con agrado por los profesionales dentro de  la comunidad hospitalaria, y menos fuera de ella, como le hacían saber. La historia, además, nos devela un personaje de recto comportamiento anclado a  los valores y principios fundados en el hogar. De tal modo que la obra enlaza una relación de yuxtaposición que nos lleva a la evocación  del “tratado de los vicios  y virtudes”[6], expresado en la estructura del poema La Divina Comedia.

Igualmente es valioso significar  el razonamiento lúcido y cultivado del doctor Alastre, la reflexividad en sus lecciones de vida sobre el reconocimiento del yo y del ser en su esencia, mediante el forjamiento de nociones de carácter filosófico, como la vida, la existencia, la verdad, la mentira, la justicia, la vejez,  el suicidio y la muerte, entre otros. Concepciones definitorias, también, del dominio intelectual y reflexivo del doctor Abdénago Rojo –padre y psiquiatra- como las manifestadas a los doce jóvenes médicos  internos (residentes), en su reunión de despedida. Ejemplo de ello,  “La verdad no es un legado sino un  logro personal; uno puede compartir su verdad, pero renunciar a ella equivale a suicidio…” (p.355).

En las lecciones filosóficas vemos la configuración de conceptos o categorías existenciales, determinantes  en la realización consciente del hombre en sociedad, alineados al deber ser o por lo menos a lo deseable; un ideal de conducta que desfile por el reconocimiento de nuestro comportamiento diario, por el trato  justo y humano signado bajo el respeto, la honradez y la verdad, por aportar sentido común, sensatez, entre otras actuaciones ponderadas.

Ahora, bien, la estructura narrativa de la obra marcada por el juego entrecruzado del tiempo, el recurrente estar e ir del presente al pasado y viceversa,  apela al recurso estructurante de la confesión, al que “Llegamos –afirma Bravo- después de un largo camino de disimulos y largas traiciones, después de pequeños actos vergonzantes y de las concesiones de lo cotidiano, para purificarnos con el poder de la verdad…”[7]

El eje discursivo rector de la confesión se centra en la revelación que le hace el doctor Manuel Hidalgo, personaje protagónico, al doctor Abdénago Rojo hijo, sobre las contradicciones y vulnerabilidades  de su vida,  entre reminiscencias, espejismos  y delirios sobrevenidos durante la hospitalización, dado a su estado crítico de salud. Acto de confidencialidad que “hará el lugar donde reconocerse pero también el tránsito hacia la muerte…”[8], elemento estructurante que junto a los papeles escritos de Manuel complementan su confesión, y que Abdénago como custodio de los mismos,  en compañía de su esposa van descifrando. Cabe destacar de ello, una interesante apertura de valor discursivo, y es que estos papeles al ser considerado por la pareja de nivel literario, amerita de ciertos ajustes para su publicación, por lo que Abdénago le advierte la posibilidad de “borrar algunas cosas si es necesario”,  a la cual en tono irónico, responde Manuel “–¿Sabes qué hubiera dicho tu padre?: Que borren, pero no mucho porque se pueden quedar sin nada” (p. 268).

A esta confesión  se entrelazan la de otras, tantas, voces que en la dialogicidad de la palabra cuentan e intimidan diversas experiencias de vida, “sencillamente sus conatos de ser” al decir de  María Zambrano[9]. De modo que las  confesiones traman la composición novelesca, “el lenguaje de alguien – prosigue Zambrano- que no ha borrado su condición de sujeto”[10].

 

Otro recurso estructurante que rige la trama  de la obra es la fiesta de Año Nuevo, celebrada en la mansión denominada “La Selva”, elemento simbólico de profunda connotación que, unido al de la máscara, desencadenan un espacio donde se produce la transfiguración del «sin sentido de la vida» –argumentada por los filósofos existencialistas-, mediante el fantástico juego de la máscara que no es más que el develamiento del verdadero rostro, el  sentido del “sin sentido” en la que hasta entonces han vivido los galenos invitados a la fiesta de disfraces. Donde la anfitriona, Mercedes Marval ha diseñado con claro propósito y sarcasmo la ceremonia del enmascaramiento, y desenmascaramiento de la misma justo a la hora del recibimiento del Año Nuevo, 12 de la noche,  referente que nos indica la oportunidad de renovación, de deslastrarse de oscuros procederes o falsas apariencias.

Las ceremonias enmascaradas

De modo que la fiesta en “La Selva”, al estilo de “un relato de Oscar Wilde” y “La fábula aquella,  la del burro culpable…Creo que es de Samaniego, o de Esopo…”, argumenta Mercedes (p.92), constituye una fabulosa reunión teatral en la que, a través de las máscaras representativas de animales y asignadas respectivamente a los asistentes según su  propio estereotipo, reviste desde ya el desafío del desenmascaramiento “Porque la máscara, señor presidente, es la cara verdadera que en estos personajes oculta la careta del rostro”, dice Mercedes (p.370). El propósito de la escena es  la de colocar a los portadores  en presencia de su profunda realidad, en el reconocimiento de las actuaciones ignominiosas, para  dejar al descubierto la falsedad que representa el ser.  Pero nadie se atrevió a dar el paso de mostrar esa interioridad  de la vida, el auténtico yo; quizás,

 

En el desarrollo de estos aspectos simbólicos y estructurales se entrelazan valiosos elementos o formas discursivas que dinamizan y recrean el continuum narrativo, como los tonos de sarcasmo, ironía, humor, sugestivas de un isomorfismo estético; además de expresiones características de lo popular, apodos y hasta palabras procaces, en una visión del entorno social. Aspectos que rigen la enunciación dialógica, al decir de Emile Benveniste “enuncian actitudes del enunciador hacia lo que enuncia”[12], formando un tejido estilístico que permite dejar al descubierto intenciones, posturas, aparentes verdades o falsas mentiras en la secuencia narrativa.

Importa destacar en el entrelace del hilo narrativo de las historias, la contemplación del arte en sus distintas manifestaciones artísticas: la literatura en sus variados géneros, la música clásica, la pintura, la fotografía, manifiesta en algunos personajes, notablemente en el doctor Ramón Alastre, un vehemente seguidor de la belleza y el  gusto artístico, almacenada en su sagrada biblioteca, en su memoria y en la actuación de su vida privada. Entre tantas menciones de grandes escritores, pintores, músicos, obras y actores, cabe señalar, por ejemplo, la lección del doctor Alastre  al doctor Manuel sobre la contemplación  estética: “De esto se aprende poco a poco; el placer estético se da lentamente con el entrenamiento de la sensibilidad, igual sucede con la música culta, con los vinos y la buena cocina; hay en todo esto un cierto erotismo” (p.120-121).

Efectivamente, las satisfacciones y placeres de la vida están en el arte, sus variadas expresiones otorgan verdadero sentido y trascendencia de vida. Si nos acogemos al precepto heideggeriano de que “El arte es histórico y como tal es la contemplación creadora de la verdad en la obra”[13], y en  la premisa bajtiniana de que “lo estético se realiza a plenitud sólo en el arte”[14], veremos, entonces, en Las manchas de la serpiente, como el arte en  contraposición a las rupturas y transgresiones de la realidad ética y moral, entrelaza, en efectivas analogías,  referentes artísticos en los que la intelectualidad cultural  y valores estéticos reviste el otro estado del ser, el de la sensibilidad y sublimidad  en la más amplia expresión de lo humano. Esta visión estética embellece y enriquece la obra, dimensiona e integra  el lado humano de la subjetividad, muestra como “La persona –prescribe Alberoni- es unidad  de sentimiento y de razón, es interioridad y acción. La moral debe  mantener unidos también estos  dos ámbitos”[15].

Vemos, así, como el Dr. Raúl Díaz Castañeda, en el tratamiento novelesco intenta desarrollar una doble vertiente creativa: los pliegues de la  ética y el influjo estético del arte, aspectos  que conjugan  la existencia humana, esa unidad de la racionalidad  y la sensibilidad que hace del hombre un ser inteligentemente “sintiente”, en noción del pensador español Xavier Zubiri.

Las manchas de la serpiente, es una novela apasionante que encarna en los personajes actuaciones estremecedoras, voces que enuncian resonantes sentidos, connotados en varios elementos simbólicos, recursos estructurales y elementos discursivos.  Conforma una historia que, finalmente, pareciera abstraerse en sí misma; pues a medida que avanza el desencadenamiento  narrativo  crece en los personajes arquetipos,  profundas significaciones figurativas de los límites de realización humana. Así con la muerte natural del doctor  Manuel Hidalgo, personaje protagónico, se disuelve las  contradicciones y el fracaso de la vida; con la anunciada despedida de  Mercedes Marval, desaparece el fluir de la conciencia; con el suicidio del doctor  Lino Casanova, cae la fragilidad  del ser;  y con el asesinato del doctor Alastre, se derrumba la ética. Y con todo ello, la imposibilidad de poder alcanzar la benevolente mirada de la serpiente sin mancha, albergada en el niño Abdénago; aproximarse a  la esperanza de un resurgir en espacios más edificantes, de mayor valoración de lo humano y de altos valores éticos y morales, esenciales para encontrarse o reinventarse en las nuevas estructuras sociales.

En la narrativa el doctor Abdénago Rojo, Padre,  nos dice: “Lo de nosotros, en aquel hospital, fue tratar, un tanto a lo Quijote, que esa culebra no tuviera tantas manchas, sin mirar las nuestras. Nos enrollamos en eso” (p.269).

Esta novela comporta en su extraordinario manejo estético de interconexión entre lenguaje y mundo, el poder de desenmascarar realidades establecidas, como lo enuncia el propio autor “Todo lo que estas páginas notician sucedió o se declaró en lugares distantes unos de otros, como confesión o denuncia” (p.6).

En su buen arte de narrar, la creación destella la revelación  de verdades  encubiertas, de verdades indecible. Y porque, como bien lo afirma María Zambrano, “No se escribe ciertamente por necesidades literarias, sino por necesidades que la vida tiene de expresarse”[16].

A manera de colofón, les confieso que si en algún momento de mi escritura hice ciertas menciones en aspectos centrales de la novela, para hoy el llamado espóiler, la intención no fue otra sino la de seducirlos, tentarlos, a la ineludible lectura de esta estremecedora obra del Dr. Raúl Díaz Castañeda.  ¡Léanlo!

 

 

 

[1] J. Chevalier  y A. Gheerbrant. Diccionario de los símbolos, Editor digital: Titivillus. Traducción: Manuel Silvar & Arturo Rodríguez, 1969, p.1047.

[2] Raúl Díaz Castañeda. Las Manchas de la serpiente, Amazon.com, 2024, p.371. Las subsiguientes citas de la novelas se indican directamente en el texto, solo con el número de página entre paréntesis.

[3]  Mijail Bajtín. Problemas literarios y estéticos, Ciudad de La Habana, Cuba: Arte y literatura. , 1986, p.36.

[4] La teatralidad Es una realidad sostenida por una determinada estructura que cohesiona sus elementos y que no necesita el ser mirado por alguien para poder existir, sí quizá para ser leído o interpretado, pero su existencia es previa al momento de la interpretación. Óscar CORNAGO, “¿Qué es la teatralidad? Paradigmas estéticos de la Modernidad”, 2005, en: https://archivoartea.uclm.es/textos/que-es-la-teatralidad-paradigmas-esteticos-de-la modernidad/, (Citado en febrero de 2025).

[5] Ludwig Wittgenstein. Conferencia sobre ética, Barcelona: Paidós, 1995, p. 35.

[6] Francesco Alberoni. Valores. 23 reflexiones sobre los valores más importantes en la vida,  Barcelona, España: Gedisa, 2004, p. 45.

[7] Víctor Bravo, Op.cit., p. 34.

[8] Víctor Bravo, en reinterpretación al escritor japonés, Yukio Mishima, Op.cit., p.35.

[9] María Zambrano. La Confesión: género literario,  Madrid: Siruela, 1988, p. 161.

[10] Ibíd.

[11] J. Chevalier,  y A. Gheerbrant, Óp. cit., p.1074.

[12] Emile Benveniste,   Problemas de Lingüística General II, México: Siglo XXI,  1979,  p, 87.

[13] Martín Heidegger.  Arte y poesía, México: Fondo de Cultura Económica, 1985,  p. 118.

[14] Mijail Bajtín, Op.cit., p.28.

[15] Francesco Alberoni,  Op.cit., p. 33.

[16] María Zambrano, Op.cit., p. 25.

 

 

 


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