Por: Francisco González Cruz
El capital social es una cultura que se instala en las sociedades, pasa a formar parte de su naturaleza y es la responsable fundamental de su bienestar. No es el capital natural o las riquezas naturales lo que explican el desarrollo humano de las naciones, tampoco el capital físico o construido sean carreteras, edificios y demás infraestructuras. No son las riquezas materiales. El desarrollo es un asunto del alma de los pueblos, que son la síntesis del alma de sus personas.
El Diario de Los Andes ha asumido la responsabilidad de divulgar de manera gráfica y sencilla la fórmula más eficaz de producir prosperidad: se llama Capital Social, que es en síntesis la calidad de las personas humanas y la calidad de relaciones interpersonales, los valores compartidos, el civismo, el respeto mutuo y fundamentalmente la confianza entre las personas y entre estas y las instituciones.
Así mismo de manera muy práctica explica cómo se construye capital social utilizando los aportes de la Sociotecnología del profesor chileno Carlos Vignolo. Es el tema de las conversaciones, el saber escuchar, en ponerse de acuerdo, el valor de la palabra y la vigencia de la sentencia bíblica “De la abundancia del corazón habla la boca”.
En ese proceso de construcción de capital social hay ejemplos de comunidades que nos dan lecciones, como en el mundo son Suecia, Noruega y otros países nórdicos; empresas como Walt Disney, Decathlon o Apple y organizaciones como BRAC la ONG más importante de nuestros días de Bangladesh, la Fundación Wikipedia, Amnistía Internacional, WWF Internacional, Fe y Alegría o la A. C. Sinergia, estas dos en Venezuela. El Diario de Los Andes en esta edición aniversario publicó varios casos de organizaciones andinas que son ejemplo de capital social.
Existen mujeres y hombres que con su accionar son fecundos constructores de capital social, como Mahatma Gandhi, Nelson Mandela, Martin Luther King y la Madre Teresa de Calcuta, y en Venezuela Arnoldo Gabaldón, María Teresa Castillo, Andrés Eloy Blanco y el Dr. José Gregorio Hernández, por citar algunos.
La mejor muestra de cómo el Dr. José Gregorio Hernández fue fecunda fuente de capital social fue el impacto causado por su inesperada muerte. El que nació un 26 de octubre de 1864 en el seno de una familia ejemplar en el modesto pueblo de Isnotú, Estado Trujillo, murió en Caracas una tarde del domingo 29 de junio de 1919 atropellado por un automóvil. La noticia corrió veloz y la ciudad se estremeció, cerraron comercios, se suspendió la retreta dominguera y la noche triste llegó en medio del llanto, rezos y responsos.
El lunes 30 los periódicos no tienen otro tema para las primeras páginas. Ya los teléfonos y telégrafos habían llevado la infausta noticia a toda Venezuela. La clausurada Universidad Central de Venezuela abre sus puertas para que en su paraninfo fuese el velatorio su mejor profesor, y más de diez mil personas quieren despedirlo.
En la ciudad conmocionada todos querían dar testimonio del aprecio a este hombre, muchas entidades públicas y privadas cierran sus puertas para que la gente pueda acompañarlo, los colegios organizan sus desfiles, los estudiantes hacen sus guardias de honor junto a profesores y académicos. Más de mil coronas de flores se acumulan ante el féretro y ese día el diario El Universal informa “se habían agotado las flores en los jardines de las casas y en las faldas del Ávila, porque todas fueron recogidas para ofrecerlas al doctor José Gregorio Hernández como un tributo público de afecto y agradecimiento”.
Dice el Dr. Miguel Yaber que cuando el féretro iba a ser colocado en la carroza fúnebre el pueblo, la gente humilde de Caracas, se adelantó exclamando: “¡El doctor Hernández es nuestro! ¡el doctor Hernández no va en carro al cementerio!’’. Y se lo echó al hombro. Cerrando el desfile de la multitud tocaba la Banda Marcial, bajo la dirección del maestro Pedro Elías Gutiérrez, una elegía que éste había compuesto en memoria del difunto.
Algunos testimonios bastan para tomar la dimensión del hombre: Dr. David Lobo, Presidente de la Academia Nacional de Medicina: “¿Dónde hubo dolor que no aliviara? ¿Dónde penas que no socorriera? ¿Dónde flaquezas que no perdonara? En su pecho generoso, no germinaron nunca el odio ni el rencor…”
El Dr. Luis Razetti, su colega no creyente, expresó ante la tumba: “Cuando Hernández muere no deja tras de sí ni una sola mancha, ni siquiera una sombra, en el armiño eucarístico de su obra, que fue excelsa, fecunda, honorable y patriótica, toda llena del más puro candor y de la inquebrantable fe”.
Rómulo Gallegos lo sintetizó admirablemente cuando escribió el 15 de julio de 1919: “Lágrimas de amor y gratitud, angustioso temblor de corazones quebrantados por el golpe absurdo y brutal que tronchara una preciosa existencia, dolor, estupor, todo esto formó en torno al féretro del Dr. Hernández el más hermoso homenaje que un pueblo puede hacer a sus grandes hombres”… “No era un muerto a quien se llevaban a enterrar; era un ideal humano que pasaba en triunfo, electrizándonos los corazones. Puede asegurarse que en el pos del féretro del Dr. José Gregorio Hernández todos experimentamos el deseo de ser buenos”.