Francisco González Cruz
El despertar del individuo se inicia cuanto toma conciencia de su propia dignidad, que potencia su autoestima y lo activa para respetarse y para respetar a los demás. Darse cuenta que es una persona humana única e irrepetible, que tiene un lugar en el tiempo y en un sitio y que allí debe ser posible vivir y trascender. Que es el principal protagonista de su propio devenir, de construir su propia historia.
El despertar de la sociedad se despliega con la interconexión de esas personas despiertas y activas, que van expandiendo su área de influencia en espacios de cordura, y tejen relaciones virtuosas con otros espacios parecidos conformando redes de comunidades y organizaciones activas que alimentan el despertar individual y colectivo.
Para una persona humana siempre es posible ir más allá de sus circunstancias que limitan su potencial, pero debe ir tomando conciencia de su propio valor y eso exige paciencia, humildad, resolución y audacia. Es preciso salir de las excusas o de los refugios que impiden su acción transformadora. Y abundan los pretextos y la procrastinación para dejar hacer y dejar pasar, desde la rutina sin sentido hasta el matar el tiempo en las cosas anodinas o en la religión como refugio de la resignación, en vez de ser el lugar de la espiritualidad liberadora.
El despertar del individuo exige el asombro de la vida, de conmoverse cada día en el amanecer y en el ocaso y en cada momento que transcurre. Es sentirse vivo y vivir atento a lo que existe, a lo que pasa y a lo que viene. Tener todos los sentidos abiertos y conectados para experimentar el milagro cotidiano de la existencia. Y enfrentar las dificultades y las holguras con serenidad.
Junto a eso alimentar una visión que movilice el corazón y el cerebro en un propósito, en una dirección que de razón de ser a la tarea cotidiana. Es activar la voluntad hacia una espiritualidad que derrote la resignación, para ir caminando con la frente en alto haciendo el camino que uno quiere, a pesar de todo.
Ningún éxito se construye solo, la vida exige la existencia de la familia, la comunidad y los compañeros de camino. Esa necesaria conexión es una bendición cuando se hace desde la confianza, la solidaridad y enfrentando los conflictos conversando para los acuerdos o las oportunas rupturas. También son necesarias las instituciones, las normas y los procedimientos, que si son de calidad y favorecen el despliegue de las potencialidades humanas y sociales son una bendición, pero si son perversas y engorrosas se convierten en piedras en el camino que son necesarias sortear con destreza.
La existencia de libertad, democracia y justicia favorecen ese proceso de despertar del individuo y de la sociedad, porque la gente sabe que el camino es más propicio para la realización de las potencialidades humanas y sociales. Cuando no existen esas condiciones básicas el desafío es mayor pero posible, levantándose cada uno en medio de las dificultades y promoviendo esas islas de cordura que siempre serán posibles. Justamente por eso la lucha por la libertad, la democracia y la justicia siempre estarán en la agenda, sea para mejorarlas y expandirlas, o sea para abrirles camino.
El desarrollo humano integral sostenible solo es posible con esa sumatoria sinérgica de individuos y sociedades despiertas. La gran batalla espiritual está allí, en la liberación interior y en la liberación social. En libertad y democracia se potencia la capacidad de soñar y lograr los sueños. Donde no existen libertad y democracia, ambas para sostenerse la una a la otra, estas capacidades están restringidas o dormidas, pero no muertas. El despertar del individuo y de la sociedad es posible y necesario, aquí y ahora.