Frente a la situación límite que sufrimos los venezolanos, cada quien elige, consciente o inconscientemente, una opción: ser parte del problema o ser parte de la solución. Vamos desde la indiferencia total hasta el radicalismo extremo, pero siempre se trata de elecciones. Y unas van en las vías de las soluciones y otras van en las de la agudización de los problemas.
Si se parte de que lo que queremos la mayoría es la paz, el bienestar, la confianza, el respeto y otros valores propios de la persona humana, las opciones se reducen a la propia persona, al hoy y al aquí, es decir, al cambio individual, en este momento y en este lugar. Hay diversas formar de trascender esas opciones personales, pero el primer paso es tomarlas. Te puedes quedar o te puedes ir, estar en casa o ir a la calle, orar o maldecir, pero depende de la decisión personal el que vayas en la dirección de la paz o de la violencia, del bienestar o de la ruina, de la confianza o de la sospecha, del respeto o al abuso y el atropello. De la solidaridad o el egoísmo, del autoritarismo o la civilidad.
Sin esas decisiones fundamentales seguiremos siendo una sociedad sin la cohesión necesaria que exige un proyecto de país. Seguiremos siendo el país dividido que somos desde que la impronta fundacional se rompió con la guerra de independencia, continuó con las confrontaciones internas, algunas aún más violentas como la guerra federal, las montoneras de caudillos locales y nacionales, y estas de ahora, tan severas por lo despiadadas y cínicas.
Abundan los diagnósticos y análisis sobre la severidad y profundidad de la crisis, y sobre su continuidad perversa si no hay correctivos profundos. Y es cierto que esos cambios son de orden nacional, pero sin personas individuales, líderes y pueblo, que aprecien y practiquen los valores humanos, y que elijan a quienes los encarnen, estos cambios no se van a producir.
Los cambios axiológicos se traducen en acciones personales que inciden en los entornos donde uno vive y trabaja, habla y opera. Y todo eso se multiplica por miles en una suma exponencial propia de los sistemas complejos. Del caos emerge un nuevo orden que tiene que ver con las virtudes del sistema.
Si los elementos del sistema están integrados por seres virtuosos, y sus relaciones son virtuosas, sus palabras y sus acciones son proactivas y generan energías positivas, no hay duda alguna que el sistema se transformará y se reorganizará en un nuevo orden lleno de virtudes. Esa es la experiencia vivida por muchas personas, familias, lugares y naciones. Pero si esos efectos multiplicadores tienen a ser negativos, todo cae de nivel y las frustraciones irán en aumento.
El futuro depende de lo que hagamos cada uno con cada quien, en su casa, en su entorno, y en nuestro país. No esperemos milagros si no se produce primero en cada uno de nosotros. Y nos levantamos cada día en paz, haciendo el bien, generando confianza e inspirando respeto.
Estos años tan recios tienen que dejarnos unos serios y profundos aprendizajes, como para que de esto no salgamos con un más o menos, con medias tintas, con una continuidad menos mala de lo que hemos sido. Podemos ser mucho mejores, como personas y como sociedad, como ciudadanos y como nación. Y ese es el desafío.
Contamos en el nuevo año con la evidencia del agotamiento de ese fraude que ha sido el socialismo del siglo XXI y el colapso de las estructuras que lo sostienen. Y también con la experiencia de unos liderazgos que han encarnado las esperanzas de cambio y que saben de sus carencias y potencialidades. Y un pueblo ya al extremo de la resistencia.
También tenemos en el año 2021 un modelo de venezolano que puede inspirar los valores que sustenten el nuevo país que está por construir desde abajo y desde sus escombros: El Dr. José Gregorio Hernández. Su beatificación, que nos une a todos en su figura ejemplar, debe servirnos para imitarlo como hombre de paz, que inspira confianza y respeto, autoridad y sabiduría.