Caracas, 15 jun (EFE).- Ramiro corre despavorido por una calle del sector popular caraqueño de La Vega para refugiarse del tiroteo que, repentinamente, comenzó en la zona. La escena es una de las tantas que se presentan semanalmente en el lugar que hoy parece convertido en un microestado dominado por megabandas criminales.
En las últimas semanas, la barriada pasó a ser el centro de atención de la ciudad debido a las constantes detonaciones que ya afectan a zonas vecinas y hasta a los operativos policiales desplegados para intentar detener a estos delincuentes que, según lugareños, están mejor armados que los cuerpos de seguridad.
Zozobra, tensa calma, angustia o terror son algunas de las palabras que utilizan los residentes de La Vega para describir lo que viven a diario en una comunidad que siempre ha sido conocida como una zona peligrosa, pero que hoy tiene un nivel de inseguridad exacerbado.
«Yo he vivido toda mi vida en La Vega, tengo 29 años, y no conozco otra realidad que no sea esa. Realmente crecer en un sector popular tiene una peculiaridad que, tal vez, otras personas no entiendan. Por ejemplo, que tus padres te enseñen desde niño a dormir en un colchón en el piso porque es peligroso es normal», cuenta Ramiro a Efe.
LA VIOLENCIA COMO NORMALIDAD
El joven, que escogió usar un seudónimo para esconder su identidad por temor a represalias, dice no entender si se trata de enfrentamientos entre bandas o con cuerpos de seguridad. Las versiones de lo que allí sucede son diversas.
«La gente sigue su vida cuando está, digamos que, todo aparentemente tranquilo, es decir, que las balas pueden sonar lejos o puede ser que hoy amaneció el día sin detonaciones, la gente vive su vida común», relata con una voz quebrada mientras se queja de la realidad que le rodea.
Los últimos tres meses los tiroteos se han presentado una o dos veces por semana y pueden llegar a durar entre ocho y diez horas, tiempo suficiente para acallar la vida de la comunidad, caracterizada por sus numerosos comercios y una alta circulación de personas que se esfuman cuando comienzan los disparos.
Estos delincuentes operan desde lo alto de una montaña que conecta a varias comunidades y en la que han construido garitas con sacos de arena como un escudo de defensa que está a simple vista para cualquiera que entre a la zona. Desde allí, se exhiben con armamento de alto calibre, fusiles y granadas.
En esa montaña, desde el lado de La Vega, medio cerro está lleno de construcciones, muchas de las cuales están abandonadas y, según vecinos, ahora habitadas por estos delincuentes a los que «nadie» conoce o puede identificar.
Sin embargo, las autoridades señalan que los criminales que azotan La Vega y la comunidad vecina de la Cota 905 -una zona aún más roja de Caracas-, son miembros de la banda de «El Coqui», que lideran Carlos Luis Reverte, Garbis Ochoa Ruiz y Carlos Calderón y que opera desde 2014.
Hoy se ha convertido en una de las «megabandas» de Caracas y se calcula que tiene más de 100 integrantes.
Según el criminólogo Luis Izquiel en Caracas puede haber unas 10 megabandas y más de 25 en el país. Todas en sectores populares: Petare, la favela más grande Venezuela; Mamera, El Valle o el Guarataro, entre otras.
EL FRACASO DEL ESTADO
Pero «El Coqui» es el más popular por estos días y, según Izquiel, esto puede deberse a que está buscando ampliar su control en territorios a los que la Policía no consigue entrar pese a haber desplegado el pasado fin de semana un gran operativo policial para «liberar» a La Vega de estos grupos armados.
Se anunciaron casi 40 detenciones, pero los vecinos relatan que el operativo fue «extraño» porque casi no se escucharon detonaciones, a diferencia de este lunes cuando amanecieron en medio de una «balacera» que se cobró la vida de, al menos, dos personas, según denuncias recibidas por Efe.
En estos tres meses de tiroteos, varias son las personas que han muerto por balas perdidas.
EL CONTRASTE DE LA MONTAÑA
En contraste con esta realidad, de la que no escapa ningún sector del país, entre habitantes de La Vega hay un número indefinido de sueños. Frente a esa montaña llena de delincuentes, decenas de niños y jóvenes se aferran al deporte para buscar un futuro mejor.
En un campo de béisbol, a donde llegan cazatalentos, también opera un comedor solidario para ayudar en la alimentación de más de 70 niños que se encuentran en condiciones de vulnerabilidad provocada por la crisis económica.
La escena constituye, a su vez, el reflejo de una comunidad que, pese a las adversidades, busca encontrar la manera de subsistir apoyándose mutuamente y con el apoyo de ONG que les realizan donaciones de alimentos.
Bárbara Agelvis