Jerusalén, 21 may (EFE).- La ofensiva militar en Gaza, que hoy llegó a su fin al aceptar Israel una tregua con las milicias palestinas, ha concedido una vida más al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que en once días ha pasado de observar cómo sus rivales discutían los detalles de un gobierno opositor, a tener posibilidades concretas de revalidar su mandato.
Durante las primeras horas del lunes 10 de mayo, además de la expectativa por posibles incidentes en ocasión del polémico Día de Jerusalén, el debate político en Israel giraba en torno a qué cargo ocuparía cada miembro del por entonces probable «gobierno del cambio».
Después de tres elecciones infructuosas, el mandato de Netanyahu para formar gobierno tras los cuartos comicios en un año había expirado hacía casi una semana y el centrista Yair Lapid, figura principal de la oposición, avanzaba raudo en las negociaciones con los partidos que no habían jurado lealtad al mandatario.
FIN DE UNA ERA
El fin de 15 años de gobierno de Netanyahu (1996-99 y 2009-21), acorralado además por varios casos de corrupción, estaba a la vuelta de la esquina.
Las tres figuras principales de esa «coalición del cambio» (Lapid, el ultranacionalista Naftali Benet y el islamista Mansour Abás) que pondría fin a la era Netanyahu tenían previsto reunirse ese mismo lunes, 10 de mayo, por la tarde para avanzar en sus conversaciones.
Sin embargo, ante el aumento de la tensión en las calles de Jerusalén, la reunión fue postergada y nunca llegó a concretarse tras la explosión de la escalada bélica con las milicias palestinas de Gaza asociadas a los movimientos islamistas Hamás y Yihad Islámica.
Lo que había comenzado como enfrentamientos entre manifestantes palestinos y la Policía israelí en Jerusalén, seguido con un feroz intercambio de fuego con las milicias en Gaza -que iniciaron el lanzamiento de cohetes hacia suelo israelí respondido con bombardeos sobre la Franja-, se extendió a lo que tal vez sea el frente más significativo para el futuro político y social de Israel: la violencia entre ciudadanos árabes y judíos.
En cuestión de días, incluso horas, manifestaciones de ciudadanos árabes -descendientes de los palestinos que se quedaron dentro de la frontera del Estado de Israel cuando se creó en 1948- en ciudades mixtas del país y en rechazo a la represión policial en Jerusalén, mutaron en enfrentamientos a puño limpio con sus vecinos judíos.
«UNA GUERRA CIVIL»
«Una guerra civil», describió el presidente, Reuvén Rivlin, mientras a la quema de vehículos se sumaban ataques a sitios de culto y linchamientos de unos y otros en las calles de Israel.
Si bien los protagonistas de estos incidentes fueron grupos marginales no necesariamente representativos de la mayoría, esta violencia identitaria rompió las costuras del endeble tejido social israelí, y también del plan de un gobierno opositor que buscaba encastrar a partidos árabes con formaciones sionistas de derecha, ultraderecha y ultranacionalistas en un extraño puzzle que hoy parece difícil de conformar.
Benet, líder del partido Yamina y pieza clave de cualquier gobierno con el actual Parlamento, decidió abandonar el barco, argumentando que ante tales circunstancias le era imposible coexistir en un ejecutivo con el islamista Raam, liderado por Abás.
Ante esto, a falta de 12 días para el final del plazo de Lapid para formar gobierno y con Netanyahu aún lejos del mínimo de 61 apoyos necesario para establecer una coalición, el futuro político de Israel se volvió a sumir en la incertidumbre.
«¿Por qué la llama siempre se enciende precisamente cuando es más conveniente para el primer ministro?», se preguntó de forma retórica Lapid el domingo, a través de su cuenta de Twitter y en alusión a los posibles beneficios políticos que la reciente escalada de violencia en la zona podría otorgar al mandatario.
¿MOTIVACIONES POLÍTICAS?
«Netanyahu tiene interés en prolongar este conflicto hasta que se acabe el tiempo para que Lapid forme un gobierno, y si sale victorioso tal vez pueda persuadir a su actual ministro de Defensa, Beny Gantz, de que se sume a su ejecutivo», señaló a Efe el analista político Amir Oren, pocas horas antes del anuncio de tregua.
Oren recalca que las circunstancias políticas internas, tanto israelíes como palestinas, con la incertidumbre y la crisis de liderazgo como rasgo común, influyeron en la explosión de la violencia entre Israel y Gaza.
La tregua acordada anoche, y que vive sus primeras 24 horas, se ha respetado por las partes de momento, una decisión que el Gobierno israelí ha vendido como un triunfo particular, alegando «importantes logros sin precedentes en la operación», algo que aún está por ver si brindará réditos políticos al mandatario.
«Las posibilidades de Netanyahu de permanecer en el poder no han aumentado ni disminuido», menciona a Efe Gil Hoffman, encargado de política del diario Jerusalem Post, quien descarta motivaciones políticas del mandatario al embarcarse en la escalada bélica y opina que un «gobierno del cambio» que incluya a Benet aún está sobre la mesa.
«Esta guerra, desde el punto de vista israelí, no tuvo ningún desastre ni representó una gran victoria, no pasó nada lo suficientemente grande para cambiar la mentalidad de la gente», agrega Hoffman, y cierra: «Al menos no por ahora, pero esto aún no ha terminado».
Pablo Duer