Rozhivka (Ucrania), 16 abr (EFE).- Jose David Chaparro nació hace 55 años en San Cristóbal, capital del estado de Táchira (Venezuela), pero se asentó en Ucrania desde su independencia a principios de los 90. La vida le llevó a ser el encargado de negocios venezolano en Moscú y, ahora, es el “comandante” de una pequeña división de voluntarios que reparten ayuda humanitaria a los más afectados por la invasión rusa.
Cada mañana se viste con el uniforme militar, su gorra y su rifle. Se reúne con sus compañeros de división, todos ellos ucranianos, y cargan sus coches con decenas de cajas de comida, agua, productos básicos e incluso gasolina para alimentar los generadores de electricidad de los pueblos que quedaron devastados por los bombardeos rusos.
A pesar de que domina perfectamente el ucraniano y el ruso, sus camaradas se dirigen a él como “comandante”, en español, algo que le dibuja una sonrisa en la cara a este venezolano casado con una ucraniana desde hace 30 años que, durante estos tiempos de guerra, está al mando de un pequeño grupo de voluntarios.
Todo empezó al segundo día de la invasión, cuando Jose se alistó como voluntario en la Defensa Territorial de Ucrania, un organismo de reserva del Ejército compuesto también por civiles que reciben formación militar, con el objetivo de participar en combate o en tareas de ayuda humanitaria.
UN LLAMADO PATRIÓTICO
“Cuando esto empezó, yo sentí un llamado patriótico (…) Sentí que esta era mi patria segunda y que tenía que dar todo lo que pudiera por ella”, cuenta Jose en una entrevista a Efe, mientras se toma un descanso tras repartir ayuda humanitaria en el pequeño pueblo de Rozhivka, a unos 40 kilómetros al noreste de Kiev.
Para él, ese llamado fue “más fuerte” que lo que sintió en Venezuela en 2014, durante las protestas contra el Gobierno del presidente Nicolás Maduro, en las que participó.
“En Venezuela nosotros no logramos el objetivo de restaurar la democracia y aquí yo no iba a perder esa chance. Aquí ahora estoy dando mi vida otra vez”, asevera el de San Cristóbal, una de las ciudades más duramente reprimidas durante las protestas.
“Yo en Venezuela no portaba arma, ni uniforme, ni estaba disponible para el combate. Ahora sí lo estoy. Porto arma, porto uniforme, estoy bajo una línea civil y militar. Y eso es una diferencia bastante sustantiva”, arguye Jose.
Para él, la invasión rusa hizo que su vida diera un giro de 180 grados, ya que le dio “un alma diferente”, aprendió sobre el espíritu de colaboración, a “entender el dolor humano” y, sobre todo, a compartir.
UNA VIDA ENTRETENIDA
Pero la vida de Jose siempre ha dado muchas vueltas. Se asentó en Kiev a principios de la década de 1990 para estudiar derecho internacional, impulsado por “el deseo de entender el sistema soviético”.
“Es como quien quisiera ir ahora a Corea del Norte a estudiar el sistema económico y político de ellos”, dice entre risas este caribeño con barba y de apariencia amable.
En Ucrania, Jose abrió una empresa de servicios jurídicos porque “la propiedad privada no existía” y regresó a Venezuela para trabajar en la Oficina de Planificación Estratégica, donde, entre otras cosas, coordinó la primera visita del presidente venezolano Hugo Chávez a Rusia.
A partir de ahí, fue nombrado encargado de negocios de Venezuela en Moscú, donde ejerció durante “un tiempo considerable”, de 2001 a 2005, para desarrollar los lazos políticos y económicos entre los dos países, relata.
Sin embargo, pese a ser un gran conocedor de Rusia y de haberse movido en las altas esferas de ese país, asegura no entender la “verdadera razón” de esta invasión que ha provocado la muerte de miles de civiles, algo “bárbaro” e “incalificable”, en su opinión.
“Si tú me dices que esto pasó hace cien o 150 años (…) era más factible. Pero, ¿ahorita? Ahorita cuando ya estamos llegando a Marte, mandando satélites, mandando gente a otros planetas… ¿nosotros ahorita nos estamos degollando y matando a sangre fría?”, se pregunta.
Y es que después de dar vueltas por toda Ucrania repartiendo todo tipo de ayuda humanitaria, observando la devastación y la desesperación que ha sembrado la guerra, solo tiene clara una cosa: “Ojalá termine ahorita”.
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