Caracas. Miguel soñaba con ser administrador. Tenía 16 años y cursaba tercer año de bachillerato en un liceo público de El Junquito, una parroquia montañosa al suroeste de Caracas. Pero en su casa ya no alcanzaba el dinero para el transporte, los artículos escolares ni la comida.
Su madre, Carmen, lo crió junto a sus cuatro hermanos. Siempre con grandes esfuerzos y contra todas las dificultades. Hasta que, el año pasado, se quedó sin empleo. Y entonces no hubo manera.
Ni para el pasaje, ni para las fotocopias, ni para el aporte “voluntario” de limpieza. Miguel comenzó a faltar a clases. A veces caminaba hasta el kilómetro 12. Otras, no iba. Y un día dejó de ir del todo.
“Recuerdo que muchas veces caminaba con mis hermanos hasta el kilómetro 12 porque no había dinero”.
Como él, 3.900.000 niños y adolescentes han abandonado el sistema educativo en Venezuela, según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) 2024.
No es por desinterés, dice a Crónica Uno el sociólogo Tulio Ramírez, quien explica que el abandono escolar en Venezuela es multifactorial y depende de las condiciones familiares, sociales y los problemas que atraviesan las escuelas debido a la crisis educativa.
“La gente no deja de estudiar por flojera, sino porque está en pobreza estructural. No tienen cómo cubrir las necesidades básicas. Cuanto más pobre sea la familia, vamos a tener más abandono escolar”, subraya.
Trabajar como única opción
Miguel asegura que se sentía inútil al estudiar, mientras su madre hacía malabares para mantener el hogar. “Ahora trabajo en una frutería y puedo ayudar a mi mamá; mis hermanos siguen estudiando”.
En la frutería, a la que acude de lunes a viernes, Miguel gana 150 dólares al mes. Los fines de semana ayuda a su tío en trabajos de albañilería. Su madre, mientras tanto, limpia casas.

De acuerdo con Ramírez, la necesidad de aportar económicamente a sus familias es un factor determinante que influye significativamente en la decisión de muchos jóvenes de abandonar sus estudios y buscar empleo.
“La crisis educativa ha generado el colapso de la calidad educativa, lo que ha llevado a que muchos jóvenes consideren que la escuela ha perdido su papel de movilidad social, porque para ellos no es la vía para salir de la pobreza”, alega.
Sin PAE
El Programa de Alimentación Escolar (PAE), que alguna vez incentivó la asistencia, hoy no llega a un tercio de las escuelas del país. La Encovi arrojó que en 33 % de las escuelas este programa está suspendido de manera indefinida, o simplemente no funciona.
Mariano Herrera, reconocido experto en políticas públicas educativas, destaca que la educación y la alimentación son conceptos inseparables, pues el PAE ha demostrado ser una estrategia efectiva para fomentar la asistencia y permanencia de los niños en la escuela.
Herrera sostiene que las deficiencias y la inexistencia del PAE han sido factores clave que han propiciado el ausentismo escolar.
“Si no hay comida, los padres no mandan a sus hijos (a la escuela)”, concluye Herrera.
Desmotivación
Verónica tiene 17 años. También abandonó los estudios tras el primer lapso de este año. No aprendía nada, lamenta. “Casi nunca teníamos clases”, agrega. Ahora hace uñas en una peluquería.
Verónica lo dice sin rodeos: “Preferí hacer un curso de uñas”. Para muchos, como Verónica, aprender oficios prácticos es lo que les permite sobrevivir. Una prioridad con la que la escuela no puede competir.
La deserción no solo es una consecuencia; es también síntoma del colapso del sistema educativo, recalca Herrera. Falta de profesores, horarios reducidos, instalaciones en ruinas y un currículo que ya no despierta aspiraciones.
Los expertos destacan que la desmotivación escolar crece a la par del deterioro institucional. Herrera insiste en que la escasez de docentes y la precariedad de los contenidos frustran a estudiantes y familias.
Consecuencias de la deserción
Ambos, Miguel y Verónica, viven ahora de la economía informal, sin entrenamiento ni seguridad laboral. El costo es alto para miles de jóvenes en una situación similar. Venden frutas, hacen uñas, cargan sacos de cemento o limpian parabrisas en los semáforos. Trabajos sin contratos, ni perspectiva de futuro o crecimiento.
Además, la falta de una formación académica sólida limita sus aspiraciones laborales. Verónica, por ejemplo, ha cambiado de lugar de trabajo tres veces, pues por ser menor de edad recibe un pago reducido.
“He cambiado de peluquería tres veces porque el porcentaje que me pagan es muy bajo por ser menor de edad”.
Ramírez lo advierte: el ingreso temprano al trabajo, lejos de empoderar, atrapa. El sociólogo enfatizó en que el empleo informal expone a los jóvenes a la inestabilidad laboral, la ausencia de beneficios sociales, salarios bajos y condiciones de trabajo precarias. Muchos no son plenamente conscientes de estos riesgos.
Tanto Miguel como Verónica representan a una generación que ha dejado las aulas para incorporarse tempranamente al trabajo informal, sin preparación adecuada ni protección laboral.
Los especialistas advierten que, sin políticas públicas que garanticen la alimentación escolar, incentivos económicos y mejoras en la calidad docente, el abandono escolar podría consolidarse como una tendencia estructural y prolongarse por generaciones.
A pesar del panorama, Ramírez y Herrera coinciden en que la posibilidad de revertir la situación pasa por una reconstrucción profunda del sistema educativo: recuperar el valor social del docente, asegurar una alimentación regular en las escuelas, mejorar la infraestructura y actualizar los contenidos hasta adaptarlos a las necesidades del entorno.
En Venezuela, donde cada vez más pupitres quedan vacíos, la combinación de pobreza, deterioro institucional y falta de oportunidades mantiene a miles de jóvenes fuera de las aulas. En este contexto, estudiar ya no es una garantía, y para muchos, ni siquiera una opción.
¡Mantente informado! Síguenos en WhatsApp, Telegram, Instagram, Facebook o X
.