El Cojo del Alto de Escuque / Por Andrés Eloy Bracamonte Osuna

Sentido de Historia

 

 

Adriano González León, poeta y escritor trujillano, quien fuera en vida uno de los literatos más prestigiosos de Venezuela, autor de varias obras entre las cuales se destacan “Las Hogueras Más Altas” (1959), “Asfalto-Infierno” (1963), “Hombre Que Daba Sed” (1967) y “País Portátil” (1968), merecedora del Premio Biblioteca Breve de Barcelona, España, donde describió el ambiente campesino de Trujillo, con especial referencia a El Alto de Escuque.

Nació en Valera en 1931 y se trasladó a Caracas siendo un adolescente, para culminar sus estudios de bachillerato en el Liceo Fermín Toro, para luego graduarse de abogado en la Universidad Central de Venezuela donde ejerció posteriormente como profesor en la cátedra de Literatura, así como también labores diplomáticas en Buenos Aires, París y Madrid.

En su infancia y juventud pasaba sus fines de semana y vacaciones escolares en nuestro pueblo en casa de sus tías León Surmay, quienes regentaban la Oficina de Correos o “Estafeta”. Muchos los recordaremos, pues compartíamos los juegos de metras, trompo, volantín, etc. Sobre su obra en una de las entrevistas del diario El Nacional se decía: “Trazos de infancia, memorias de habitaciones y huertas, objetos y personajes, golpe nacional por el olvido y el polvo, se mezclan con estremecimientos urbanos, soledades, desencantos y anhelos, válidos tanto en el pueblo venezolano de El Alto de Escuque, como en México, París o Madrid”. Gran honor para nuestro terruño su mención.

Se inició en la política luchando contra el régimen de Marcos Pérez Jiménez, y luego persiguió este interés desde la revista Sardio, de la que fue editor, publicación reconocida por su compromiso con los ideales de la izquierda en la década de los sesenta.

También era dueño de un particular sentido del humor. En la última entrevista que se publicó en El Nacional el 3 de octubre de 2007, afirmó: “Aunque nunca podré ganarme un apelativo tan noble como el de ‘El manco de Lepanto”, creo que sí llegaré a ser llamado “El cojo del Alto Escuque”. A raíz de un accidente quedó con problemas en una de sus piernas. Adriano murió de un infarto el 12 de enero de 2008.

El periodista Vladimir Viloria en un especial para el diario El Universal (sábado 1o de febrero del 2014) escribió, entre tantas vivencias, los siguientes párrafos: “Adriano González León trashuma todavía entre nosotros, no se va en la neblina, esa misma que lo trajo de los páramos con los humos de las hogueras más altas, su voz ronca y su olor a topias de fogón, eneldo, café tostado, guarapo de panela y alcanfor. Sus pasos cortos y rápidos de siempre desandan por la vieja Valera, se trepan por las barandas del palco del Cinelandia, espían las muchachas del colegio Madre Rafols. Sus pasos todavía siguen el rastro de los pasillos de la Universidad Central y el polvo de calles de La Candelaria, Quinta Crespo, El Rosal; no olvidan los jabillos de La Florida y El Paraíso, las ruinas de su República del Este en los adoquines de la vieja Calle Real de Sabana Grande y sus callejones, incluido ese que aún llaman el de la Puñalada…

Vivió Adriano muchos años muy cerca del Hereford Grill, en Las Mercedes, uno de los mejores restaurantes de Caracas, donde William Lamas, hijo mayor del fundador del asadero, trabó amistad con él para sin saberlo, protegerlo, acompañarlo, calmarle un poco su sed y su hambre de anciano solitario, huraño y triste. Varias veces, que tampoco fueron muchas, me senté en su mesa, y nos sonreímos al inmediatamente conectar nuestros cómplices acentos trujillanos con su infaltable “voceo” (cuando se habla de “vos” en lugar de usted o tú) y, por supuesto, el suyo increíblemente auténtico, prístino y fácil, como si nunca hubiera salido de la casa de sus tías allá en El Alto de Escuque, y el mío de Sabana Libre, falso y torpe, más bien mala copia del modo de hablar de mis abuelos»…

Yo particularmente tuve igualmente ocasión de conversar con él en ese restaurant, ya que fe muy amigo de mi familia. En su libro “Las hogueras más altas” escribe sobre mi papá Ulises Juárez, destacándolo como conocedor de remedios y medicinas y como en el pueblo no había médico, señalaba que él hacía el papel de curandero. Luego de leer el libro mi padre le reclamó en forma muy cortés diciéndole que no era curandero. El le respondió diciéndole que como escritor quería hacer resaltar su personalidad como benefactor de la población. Me contaba esta anécdota muerto de la risa.

En una oportunidad en ese restaurant le mostré los borradores de mi libro “En la Sabana de los truenos…el Alto de Escuque”. Lo hojeó rápidamente y me prometió que cuando lo terminara él escribiría el Epílogo (Reflexión al final del texto), pues se acordaba de los temas escritos, leyendas y personajes. Su muerte repentina no me dio esa satisfacción. Al año siguiente el libro salía en circulación.

Fuente: Tomado de mi libro en digital «Mirabel…aires de mi tierra» 2019.

 

 

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