El cielo valerano, entre azul y blanco. Unas veces, sol contundente; otras, nubes grises de lluvia y vientos.
Así es Valera en sus entrañas, en esas calles ocultas de historias y cuentos propios de la fantasía urbana. Una ciudad que resiste la incapacidad de sus gobernantes y muchas veces el silencio de sus habitantes.
En esas calles ocultas, donde el olvido oficial es lo que sobra, existen también las colinas de muchas historias, vivencias y existires de los valeranos, con nostalgias y alegrías. Aquí es donde se escribe la siempre lealtad de lo que fueron sus instituciones, la Biblioteca Municipal, el Ateneo de Valera, el Rangel, la Eloísa Fonseca, el estadium de El Milagro, el parque de recreación Los Ilustres, las plazas, las Iglesias o templos parroquiales. Toda una camada de logros que hicieron de la urbe de Mercedes Díaz un pequeño espacio de cordialidad y buen vivir.
Llegó la barbarie y nos quitó muchas cosas, deterioraron la vida, las instituciones y la buena empatía de los valeranos. Nos quitaron el Ateneo, un espacio que siempre fue de la mejor convivencia para todos. Donde la cultura construía un concepto solidario de afecto y respeto. En el Ateneo, los valeranos sentíamos que estábamos en la meca del mundo, donde todos reíamos, nos dábamos la mano en señal de felicidad y confort.
La bota militar irrumpió en el Ateneo, sin considerar su historia y significado para los valeranos, pero sobre todo sin consideración por los valeranos de distintas generaciones que hoy observamos, como el espacio de la paz, la armonía, el encuentro de niños y niñas, jóvenes y adultos, siempre alegre de mil colores; hoy es un cuartel militar, gris, opaco, con la culpa del abuso encima y con el silencio como cómplice.
*Politólogo
.