El cáncer de las sociedades

Noel Álvarez

 

Amalia, es una novela del periodista y escritor argentino José Mármol, publicada en 1851. Es una versión histórica de los abusos y crueldades que la tiranía de Juan Manuel Rosas impuso en la Argentina del siglo XIX. La obra recorre un espacio que va, desde el 17 de mayo hasta el 15 de octubre de 1840. Este periodo es conocido como “el año del terror” del régimen, cuando Argentina permanecía sometida al bloqueo militar y económico del gobierno francés. Durante este tiempo, los argentinos vivieron días de zozobra cuando Rosas, utilizando al grupo parapolicial conocido como Mazorca, realizó una persecución encarnizada en contra de sus opositores, a los que etiquetaba bajo el rótulo de “unitarios”.
Amalia se sitúa en el subgénero que se conoce con el nombre de «novela de dictador» o «novela de dictadura», dado que la narración gira en torno al régimen dictatorial de Rosas, quien gobernó al país suramericano entre 1829 y 1852. El argumento de la novela viene determinado por el enfrentamiento y la lucha entre los partidarios del general Juan Galo de Lavalle y de Juan Manuel Rosas, unitarios y federales, respectivamente.
Por la visión del narrador se entiende que el antagonismo entre Lavalle y Rosas, por tanto, entre federales y unitarios, es irreconciliable, ya que representan dos principios opuestos de la revolución. La sociedad gaucha, en consecuencia, se hallaba dividida entre víctimas y asesinos, librándose un duelo a muerte entre la libertad y el despotismo, entre la civilización y la barbarie. Todos, en definitiva, estaban comprendidos en la misma sentencia universal: o ser facinerosos o ser víctimas.
Todos los venezolanos, chavistas y opositores, nos hacemos la misma pregunta ¿Por qué no cae la tiranía que controla el aparato del Estado? A mi manera de ver, la respuesta podría ser coincidente con lo que se lee en el siguiente párrafo de la novela en cuestión: “Nuestros hábitos de desunión, en la parte más culta de la sociedad; nuestra falta de asociación en todo y para todo; nuestra vida de individualismo; nuestra apatía; nuestro abandono; nuestro egoísmo; nuestra ignorancia sobre lo que importa la fuerza colectiva de los hombres, conserva a Rosas en el poder, y hará que mañana corte en detal la cabeza de todos nosotros, sin que haya cuatro hombres que se den la mano para protegerse recíprocamente”.
Más adelante, sobre la filosofía de la dictadura, vigente también en estos tiempos, el escritor nos dice: “Será siempre mentira la libertad; mentira la justicia; mentira la dignidad humana; el progreso y la civilización. Mentiras también allí donde los hombres no liguen su pensamiento y su voluntad para hacerse todos solidarios del mal de cada uno, para vivir todos, en fin, en la libertad y en los derechos de cada uno. Pero donde no hay veinte hombres que unan su vida y su destino el día en que se juega la libertad y la suerte de su patria, la libertad y la suerte de ellos mismos, allí debe haber por fuerza un gobierno como el de Rosas, y allí estará bien y en su lugar ese gobierno”.
A manera de conclusión, el periodista argentino expresa: “Gracias, amigos míos, honrosas excepciones de nuestra raquítica generación, que tiene de sus padres todos los defectos sin ninguna de las virtudes. Gracias otra vez. Ahora ya no hay patria para mañana, como la esperábamos. Pero es preciso que la haya para dentro de un año, de dos, de diez, ¡quién sabe! Es preciso que haya patria para nuestros hijos siquiera y para esto, tenemos desde hoy que comenzar bajo otro programa de trabajo incesante, fatigoso, de resultados lentos, pero que darán su fruto con el tiempo”. Ya en el exilio y cuando la dictadura estaba a punto de caer en 1852, José Mármol escribió: “Aquel que sobreviva de nosotros, cuando la libertad sea conquistada, enseñe a nuestros hijos que esa libertad durará poco, si la sociedad no es un solo hombre para defenderla, ni tendrán patria, libertad, ni leyes, ni religión, ni virtud pública, mientras el espíritu de asociación no mate al cáncer del individualismo, que ha hecho y hace la desgracia de nuestra generación”. Mi interpretación libre de lo que nos trata de decir el autor es: la unidad no significa sacralizar a nadie: los errores deben ser señalados con espíritu constructivo para que se corrija el rumbo. Esta simple palabra “UNIDAD” de tan profundo contenido, significa que: los intereses del país deben estar en primer y preponderante lugar y, por último, después del último, es cuando debieran aflorar las aspiraciones individuales y grupales. Anhelo que todavía me luce lejano, en los tiempos que corren en nuestra amada Venezuela.

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