Mientras uno se moría de calor en el centro de Valera, un poco más allá, en la urbanización La Arboleda, talaban sus árboles. Doble paradoja. Quizás las elevadas temperaturas tienen efectos en la sesera, y no se llega a relacionar la existencia de árboles con un clima más benigno.
Es generalizada la creencia que el cambio climático es un asunto lejano, propio de otras realidades, de cúpulas de poder global, tema propio para los países ricos, para las Naciones Unidas y otras entidades del mundo. A alguien hay que echarle la culpa, sea a la Divina Providencia o al imperialismo yanqui, pero nada que ver con mi conducta cotidiana.
Se piensa que el calentamiento global es un asunto serio que debe seguir siendo tratado en grandes cumbres, con expertos muy bien pagados y muy bien vestidos, que se reúnen en hermosos espacios climatizados, dan discursos y producen declaraciones, acuerdos, iniciativas… “Declaramos…manifestamos…exhortamos…”.
La última Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático se realizó en el balneario de Sharm el-Sheij, en Egipto, del 6 al 18 de noviembre pasado, con la asistencia de 33.449 personas, incluyendo 112 jefes de estado y gobierno y 3.350 periodistas. Van 27 cumbres y uno se pregunta ¿Cuántos arbolitos habrán sembrado cada uno de sus asistentes? ¿Se ha avanzado?
Desde el Protocolo de Kyoto en 1997, cuando se acordó exigir que 37 naciones industrializadas más la Comunidad Europea redujeran sus emisiones de gases de efecto invernadero y pedir a las naciones en desarrollo que cumplieran de manera voluntaria, pasando por el Acuerdo de París del 2015 en el que los países se comprometieron a mantener el aumento de las temperaturas por debajo de los 2º Celsius pues los científicos sostienen que más allá de este límite las consecuencias pueden ser catastróficas, hasta esta última cumbre y según un estudio de la ONU, lo cierto es que el mundo se dirige hacia un calentamiento de entre 2,1 y 2,9 grados Celsius, muy por encima del umbral de 1,9.
Es una realidad que nos interpela a todos, a mí que estoy escribiendo esto, a usted amigo lector y a cada uno de los habitantes de este planeta que está condenado, si no cambiamos, a convertirse en un horno en verano y un congelador en invierno. Sin no contribuimos a una reducción de los gases de efecto invernadero, a quemar menos combustibles fósiles, a no tumbar árboles, a reducir el uso de fertilizantes y botar menos basura, nada hacemos.
Según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), las concentraciones en la atmósfera de dióxido de carbono (CO2), metano (CH4) y óxido nitroso (N2O), tres gases de efecto invernadero, volvieron a aumentar el año pasado para establecer “nuevos récords” a escala global. Debemos contribuir a reducirlos, ¿cómo?: Apagar las luces, cambiar las bombillas viejas por bombillas de bajo consumo. desconectar aparatos electrónicos, reducir residuos, ahorrar el agua, comprar productos locales que son más respetuosos con el medio ambiente, usar menos plásticos, reciclar el papel, plástico, vidrio y aluminio, usar más el transporte público o la bicicleta.
Una de las mejores cosas que podemos hacer es sembrar árboles, que son una maravilla. No es lo mismo calarse estos calorones bajo el sol que bajo un árbol. Un simple y sencillo arbolito puede aliviarnos hasta en 10 grados centígrados la sensación de calor y todos sabemos que no es lo mismo 40 grados al sol que 30 a la sombra. Entonces ¿por qué se tumban árboles en un lugar donde deben estarse sembrando, como en un lugar llamado “La Arboleda”?
El cambio de una sola persona, créanlo, es importante. El comportamiento de cada uno de nosotros influye en el cambio global. Si cada uno de nosotros siembra un árbol y lo cuida, contribuimos a mejorar el planeta. Todo cambio comienza por cada persona y por cada familia y cada lugar. No esperemos que los cambios vengan de las altas cumbres.
Es verdad, no hay duda, de los elevados compromisos de los grandes consorcios contaminantes, de los gobiernos, de las entidades multilaterales, pero eso no quita la acción personal de cada uno de nosotros y de nuestra comunidad local, que puede estar más arbolada, más limpia y más amable.