Viena, 7 may (EFE).- Los campos de concentración nazis escondían un horror aún poco conocido: «burdeles» donde decenas de prisioneras eran explotadas sexualmente y en los que otras víctimas, sus compañeros de cautiverio, eran los violadores.
Este domingo se conmemora el 78 aniversario de la liberación del campo de concentración de Mauthausen, el primero en el que las SS, la temida fuerza paramilitar nazi, abrió un «burdel» para incentivar la productividad de los prisioneros.
Esos burdeles, instalados en una decena de campos nazis en Europa, funcionaron desde 1942 hasta principios de 1945, poco antes del final de la Segunda Guerra Mundial.
Unas 200 mujeres fueron reclutadas con la promesa de ser liberadas tras seis meses de servicio, algo que nunca se cumplió.
Este oscuro capítulo, durante mucho tiempo tabú, ha sido investigado por el escritor alemán Robert Sommer en su libro «Das KZ Bordell» (El burdel del campo de concentración).
Después de la guerra, explica a EFE el autor, muchas de estas mujeres tuvieron que soportar el estigma pese a haber sido víctimas de la violencia del sistema nazi.
«La enorme mayoría de estas mujeres, muchas de ellas alemanas, eran catalogadas por los nazis como ‘asociales’ y nunca fueron reconocidas como víctimas ni compensadas», señala Sommer.
Los nazis definían como «asociales», por ejemplo, a las personas sin hogar, alcohólicos, músicos ambulantes, prostitutas o a toda mujer que no entraban en la visión ultraconservadora de los nazis. Por lo general eran personas de entornos muy pobres.
En Mauthausen, a unos 160 kilómetros al oeste de Viena, se daban las peores condiciones de trabajo de todos los campos y los nazis aplicaron allí la divisa del «exterminio a través del trabajo».
Los internos eran prisioneros de guerra, sobre todo polacos y soviéticos, pero también había homosexuales, judíos y opositores políticos alemanes, así como franceses y unos 7.500 españoles.
Mauthausen fue el primer campo en el que los nazis abrieron prostíbulos, en el barracón 1 y en un edificio del subcampo de Gusen, donde en total había unas 35 mujeres.
Además de las políticas racistas, otra de las bases del pensamiento nazi era que las mujeres estaban supeditadas al hombre y se las podía maltratar y abusar de ellas sin más, relata el experto.
Los nazis trataron de reclutar a las mujeres en el campo de concentración femenino de Ravensbrück, donde también buscaban a víctimas para otros prostíbulos para los soldados alemanes y las SS.
«Las más guapas iban a los burdeles de las SS, las algo menos guapas a los de los soldados, y las últimas a las de los campos de concentración», relata Antonia Bruha, una prisionera austríaca que estuvo recluida en Ravensbrück y cuyo testimonio recoge el libro.
Los burdeles en los campos de concentración siguieron las leyes racistas de la Alemania nazi, lo que vetaba a mujeres y a hombres judíos, pero tampoco se permitió nunca acceder a prisioneros rusos.
En Mauthausen, los internos alemanes y austríacos fueron los primeros en tener acceso al burdel, y luego se permitió a otros grupos, como checos, españoles y franceses.
Los prisioneros que gozaban de privilegios en la jerarquía del campo, como los kapos, eran los que más usaban esos burdeles, según el libro de registros empleado por los nazis.
Sommer explica que también hubo internos que se negaron a visitar los burdeles por principios, y en algunos campos, como Dachau y Buchenwald, los prisioneros políticos, especialmente comunistas, intentaron evitar que otros acudieran a los prostíbulos.
Las mujeres explotadas sexualmente estaban encerradas en sus barracones casi todo el tiempo.
«Por la noche era cuando se producían los abusos sexuales. Y eso empezaba a las ocho y duraba hasta las diez de la noche. Y luego estaba el domingo, que era toda la tarde y era el peor día para ellas», explica el autor.
Aunque las condiciones en los prostíbulos eran muy difíciles, las prisioneras allí a menudo tenían una situación un poco mejor en términos de alimentación, alojamiento y acceso al agua y productos de higiene.
Los hombres que acudían al burdel debían pasar un examen médico para detectar posibles enfermedades venéreas y se le asignaban 15 minutos con una mujer en una habitación.
«Era una situación muy humillante para las mujeres, en primer lugar, por supuesto, pero también en parte para los hombres. Las SS demostraron que tenían un poder total y absoluto sobre ellos», señala Sommer.
En no pocas ocasiones, los prisioneros, muy debilitados por las brutales condiciones del campo, más que sexo, buscaban un breve tiempo de compañía y conversación con alguien a solas.
El investigador recuerda que eran comunes relaciones sentimentales entre mujeres allí encerradas y prisioneros, y que incluso ha documentado varios casos de matrimonios contraídos tras la derrota de los nazis.
por Luis Lidón