Por: Alejandro Mendible
Brasil el país gigante sudamericano es un caso muy particular en los estudios de la evolución histórica del continente americano a partir de 1500 cuando fue descubierto por el navegante portugués Pedro Alvares Cabral. Cinco siglos después el país carioca aparece en el hemisferio americano como el único en preservar la lengua, la cultura y las modalidad de la colonización portuguesa. Consecuentemente, Brasil resalta, en una visión de largo alcance histórico, por el expansionismo de sus colonizadores en el trópico del hemisferio sur donde se sembraron sus fundamentos civilizatorios, diferenciados al resto de los otros pueblos del continente. Así, el brasileño a partir de su independencia en 1822 se estabiliza como el único imperio, en medio de la turbulencia creada por el caudillismo y personalismo político de las repúblicas Suramericanas. Esta situación cambia en 15 de noviembre de 1899 cuando se produce un golpe militar que destrona al emperador Pedro II el último representante de la dinastía de los Braganzas y en ese momento considerado el gobernante más culto del continente y el país se une al acontecer republicano de la región
La República del Brasil bajo el lema positivista de “orden y progreso” pasa por diferentes etapas: la Vieja República oligárquica cafetalera hasta el 1930 cuando el país mediado por los efectos de la gran crisis internacional experimenta su primera gran revolución nacional la cual, cambia su rumbo evolutivo impulsado por la participación de los sectores populares. A partir de 1930 con el ascenso de Getulio Vargas a la presidencia se opera una larga transición caracterizada por un nuevo rol estatista nacional de desarrollo auto-sostenido impulsada por el varguismo, la cara de populismo en Brasil, determinante en el advenimiento de la urbanización e industrialización hasta 1964. En esta oportunidad, durante el periodo de la guerra fría, se produce un golpe de estado militar preventivo de la amenaza comunista que de manera drástica pone fin al proceso democratizador en curso.
El evento de orientación autoritaria cambia, nuevamente, el sentido del estado nacional instaurando bajo la preminencia militar un desarrollo conservador neoliberal dependiente y asociado con los Estados Unidos el cual se prolonga hasta 1985 cuando se retoma la senda democrática liberal. En las elecciones celebradas en ese año la sociedad civil logra rescatar sus derechos políticos e impulsar la democratización nacional y durante la marcha del nuevo periodo resalta la toma de conciencia por parte de la elite civil gobernante de reconocer la importancia de la unificación con los otros pueblos del continente empezando con Argentina. Esta etapa se prolonga hasta finales del siglo XX cuando el tiempo histórico dominante manifestaba en la conducción gubernamental del país la tendencia neoliberal que acompañaba la inclinación regional y, por su vez, se encontraba fuertemente alienada a los intereses metropolitanos de los Estados Unidos.
La situación cambia de manera significativa con la llegada del tercer milenio que da nacimiento a un nuevo tiempo histórico universal auspiciador de una coyuntura internacional proclive a la creación de un nuevo orden internacional multilateral auspiciador de la transformación de nuestro continente en una nueva región geoeconómica unificada del mudo en gestación
En este contexto asistimos a la emergencia de una nueva concepción de Brasil como el marco de referencia coordinador primordial que actúa como la locomotora impulsora de una nueva identidad sudamericana. Esta cuestión que se inicia con el nuevo siglo se encuentra en la actualidad en 2022 en un momento expectante después del desmonte de la convergencia de los diferentes proyectos populistas sudamericanos en la creación de Unasur, en Brasilia en 2008. Esta entente política virtuosa supranacional, expresión de un nacionalismo regional, promovido por la izquierda resulta severamente golpeada cuando la presidenta brasileña Dilma Rousseff (representando al lulismo) es extrañada del cargo por un impiachment en el 2016. Seis años después los brasileños celebran los doscientos años de su original independencia y se preparan para una polarizada elecciones definitorias entre los dos modelos que se disputan el control del continente: el neoliberalismo encarnado en la candidatura del ultra derechista, el presidente. Jair Bolsonaro (quien cuenta con el respaldo del Estado más conservador de los países latinoamericanos por cuanto fue creado en 1822 como un imperio antes de aparecer la nación) y el representado por el expresidente Lula Da Silva (“el mayor líder popular del país” según la revista norteamericana Time y creador del lulismo en 2002). De los resultados de esa crucial elección depende, también, el futuro de nuestro continente de continuar en la senda del capitalismo o incursionar en un nuevo sistema aun en formación.
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