Johannesburgo, 26 dic (EFE).- El arzobispo emérito sudafricano Desmond Tutu, icono mundial de la lucha por los derechos humanos y Nobel de la Paz de 1984 por su activismo contra la brutal opresión racista del «apartheid», falleció este domingo a los 90 años en Ciudad del Cabo (suroeste).
La noticia del fallecimiento fue anunciada por el Gobierno sudafricano a primera hora del día y, poco después, también fue confirmada por la Iglesia anglicana de Sudáfrica y por la Fundación Desmond & Leah Tutu (nombre de su esposa).
«La muerte del arzobispo emérito Desmond Tutu es otro capítulo de pérdida en el adiós de nuestra nación a una generación de destacados sudafricanos que nos legaron una Sudáfrica liberada», lamentó en el comunicado gubernamental el presidente del país, Cyril Ramaphosa.
El jefe de Estado sudafricano le describió como «patriota sin igual» y alabó su integridad e «intelecto extraordinario».
«En nombre de la Iglesia anglicana del sur de África, de toda la comunidad de la fe y, me atrevo a decir, en nombre de millones (de personas) a lo largo de Sudáfrica, África y del mundo, envío nuestras más profundas condolencias a su esposa, Nomalizo Leah, a su hijo, Trevor Tamsanqa, y a sus hijas, Thandeka, Nontombi y Mpho», declaró el actual arzobispo de Ciudad del Cabo, Thabo Makgoba.
Sudáfrica recordará para siempre a Tutu por su característica risa, por ejercer de brújula moral desde los tiempos más oscuros y por echarse a la espalda, junto a líderes como Nelson Mandela, la espinosa tarea de reconciliar a la nación tras la conquista de la democracia (1994).
«Cuando los misioneros vinieron a África, nosotros teníamos la tierra y ellos la Biblia. Entonces dijeron: ‘recemos’. Y nosotros, obedientemente, cerramos los ojos y cuando dijimos ‘amén’ al final y abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros la Biblia. Parece un mal canje, pero estamos para siempre en deuda con esos hombres y mujeres», dice una de sus citas más conocidas.
Nacido en 1931 en Klerksdorp, una pequeña localidad al suroeste de Johannesburgo, Tutu se inició como maestro antes de estudiar teología y ordenarse pastor de la Iglesia anglicana en 1960.
En 1975 fue designado decano de la catedral anglicana de Johannesburgo, cargo al que por primera vez accedía un hombre negro, y fijó su residencia en el distrito de guetos de Soweto, en la misma calle en la que había vivido Mandela.
Allí fue testigo de una de las etapas más convulsas del apartheid, con las protestas estudiantiles de 1976 -en las que murieron más de 600 personas, la mayoría jóvenes- como mayor exponente.
En 1977 fue nombrado obispo de Lesoto y, solo un año después, fue designado secretario general del Consejo de Iglesias Sudafricano.
En esa época empezó a manifestar abiertamente su apoyo al movimiento de la Conciencia Negra e intensificó su activismo antiapartheid hasta convertirse en una figura de resonancia internacional.
UNA VIDA DEDICADA A LA DEFENSA DE LOS OPRIMIDOS
Por su incansable lucha y por ser «la voz de los que no tienen voz» (como le describía Mandela), Tutu recibió el Premio Nobel de la Paz en 1984, dos años antes de convertirse en el primer pastor negro a cargo del Arzobispado Anglicano de Ciudad del Cabo (suroeste).
Desmantelado el apartheid y con Sudáfrica en democracia, el ya presidente Mandela le encargó la difícil tarea de encabezar la Comisión de la Verdad y Reconciliación, un organismo encargado de sacar a la luz las atrocidades cometidas durante el apartheid.
La trayectoria de Tutu estuvo marcada por una constante defensa de los derechos humanos, algo que le llevó a desmarcarse en numerosas ocasiones de la jerarquía eclesiástica para defender abiertamente posiciones como los derechos de los homosexuales o la eutanasia.
«Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor. Si un elefante tiene su pie en la cola de un ratón y dices que eres neutral, el ratón no agradecerá tu neutralidad», solía decir el arzobispo.
En la última etapa de su vida también alzó a menudo la voz contra la corrupción de los nuevos poderes de la democracia sudafricana y contra problemas globales como el cambio climático.
En 1997, recién jubilado como líder de la Iglesia anglicana sudafricana, se le había diagnosticado un cáncer de próstata por el que se sometió a tratamiento, pero en los años posteriores sufriría varias recaídas y otros problemas médicos.
Desde 2010 se había mantenido alejado de la vida pública debido a su avanzada edad y a su mala salud.
Tras conocerse la noticia de su fallecimiento, numerosos líderes mundiales enviaron mensajes de condolencias y rindieron homenaje a su legado; desde el primer ministro británico, Boris Johnson, hasta el máximo líder espiritual tibetano, el Dalai Lama.
También el papa Francisco, el jefe de la Iglesia católica, alabó su «servicio» al Evangelio «mediante la promoción de la igualdad racial y la reconciliación» en Sudáfrica.