Había una vez un grupo de ciegos que no sabían cómo era un elefante. Alguien los llevó ante uno y les pidió que lo describieran. El primero tocó la trompa y dijo que el elefante era como una serpiente; otro abrazó la pata y aseguró que era como una columna; uno más, al tocar el costado, afirmó que era como una pared; mientras que otro, al agarrar la cola, insistía en que era como una cuerda.
Cada uno tenía razón desde su experiencia, pero estaban equivocados si pretendían comprender al elefante en su totalidad. El problema de este tipo de escucha no es que yo crea que el elefante es como una serpiente, una columna, una pared o una cuerda. El problema es que crea que ese es todo el elefante. Esta antigua historia sufí la uso mucho en mi trabajo con líderes ya que, de manera muy gráfica, nos recuerda que, sin una escucha profunda y abierta, corremos el riesgo de operar desde verdades parciales, de tomar decisiones fragmentadas y de no ver el sistema más allá de las partes.
A propósito de mi último artículo, en el que hablé sobre pensamiento sistémico, Israel Alcázar de Thinking with You me dijo “no es posible conocer todo el sistema y hay que asumir que siempre habrá información desconocida”. Gracias a él decidí escribir este artículo que complementa el anterior.
Si bien nunca podemos conocerlo todo, escuchar —escuchar de verdad— es la llave que abre la puerta a una mirada más completa, y en tiempos de complejidad, aceleración e incertidumbre, se convierte en una habilidad estratégica, una suerte de una brújula interna y colectiva.
La escucha como práctica de liderazgo consciente
La escucha consciente no es simplemente esperar a que el otro termine para responder. Es prestar atención con cuerpo, mente y corazón. Cuando escuchamos desde la presencia, accedemos a un campo de posibilidades que va más allá de lo evidente.
Escuchar consciente y colaborativamente es, entonces, mucho más que una técnica: es una actitud, una disposición emocional para dejarme afectar por el otro. Humberto Maturana distingue dos tipos de escucha. La escucha de primer orden —cuando atendemos sólo para responder desde nuestro marco— y la escucha de segundo orden, cuando escuchamos para comprender desde la perspectiva del otro. La escucha colaborativa implica aceptar al otro como un legítimo otro en la convivencia, sin filtrar lo que dice desde nuestras propias creencias, sino con apertura y curiosidad.
Desde esta mirada, la escucha es una actitud ética y relacional. Escuchar colaborativamente es dejar de lado el deseo de tener razón o de convencer, para abrirnos a la posibilidad de comprender y ser transformados por el encuentro. El mayor riesgo que corremos es cambiar de opinión y si no estamos dispuestos a cambiar de opinión, la colaboración no es posible.
Cuando facilitamos espacios donde todos pueden ser escuchados desde esta aceptación mutua, se activa algo poderoso: el sistema se siente seguro para decir su verdad. Y en ese lugar, comienzan a surgir soluciones distintas, más sostenibles, más humanas.
La escucha colaborativa se transforma entonces en una práctica de pensamiento sistémico: vemos el sistema no desde sus partes aisladas, sino como una red viva, donde cada voz aporta a la comprensión del todo. Al escuchar a cada actor del sistema con respeto y presencia, permitimos que emerjan nuevas comprensiones, más profundas y transformadoras. Quien escucha activamente no solo capta datos, sino que entiende dinámicas, relaciones y consecuencias. Escucha lo emergente, aquello que aún no tiene forma, pero ya empieza a latir.
La escucha es la base del pensamiento sistémico
La mirada sistémica es una forma de estar en el mundo. Es reconocer que todo está conectado, que cada parte influye en el todo, que los problemas no son islas sino redes. Pero para desarrollar esta mirada, necesitamos entrenar la escucha.
Escuchar para ver más allá de la superficie. Escuchar al sistema en su conjunto: ¿qué patrones se repiten?, ¿qué conversaciones no están ocurriendo?, ¿qué está intentando emerger? Esta escucha expandida nos permite comprender no solo los síntomas, sino también las causas profundas. Escuchar de esta manera es tener una oreja en el presente y otra en el futuro, en lo explícito y en lo emergente. Desde allí, intervenir con mayor consciencia y efectividad.
Escucha sistémica para navegar la complejidad
La complejidad no se resuelve desde la prisa, con soluciones simples ni con respuestas prefabricadas. Requiere comprensión profunda, mirada holística, capacidad de sostener la ambigüedad, apertura a múltiples perspectivas y, sobre todo, humildad y presencia. En entornos complejos, los hechos importan, pero también importan los contextos, las emociones, los intereses cruzados y los futuros posibles. Es un sistema vivo, en constante transformación. Intentar abordarla desde una sola perspectiva es como querer entender el elefante tocando solo la oreja. La escucha se convierte así en una herramienta crítica, no para encontrar una única verdad, sino para construir entendimiento colectivo.
Escuchar con intención nos permite escuchar al otro, al sistema, a nosotros mismos, así como captar no sólo lo que se dice, sino también lo que se calla: las emociones, los silencios, las contradicciones, las tensiones no resueltas. Cuando tomamos consciencia de nuestros juicios u opiniones y logramos suspenderlos, abrimos el espacio interno para que emerja algo nuevo, la complejidad se vuelve más navegable y menos amenazante.
En estos contextos, la escucha es un acto de liderazgo y una herramienta de diseño. La escucha sistémica es una extensión de la escucha colaborativa y profunda. Reconocer que no siempre podemos ver todo el sistema nos hace más conscientes de la importancia del otro y sus aportes. Necesitamos múltiples miradas para obtener una imagen más completa y esto nos devuelve a la escucha de segundo orden: al dialogar desde lo que no sé, desde lo que no alcanzo a ver
He aprendido que en entornos cambiantes y llenos de tensiones, quien escucha profundo tiene una ventaja. No porque tenga todas las respuestas, sino porque se atreve a hacerse preguntas distintas.
Sin escucha, no hay innovación
La innovación auténtica no nace de ideas aisladas, sino de conversaciones significativas. Nace de la capacidad de escuchar de manera distinta: escuchar necesidades no atendidas, deseos ocultos, posibilidades apenas esbozadas. Escuchar a los usuarios, a los clientes, a los equipos. Pero también a nuestras intuiciones, a las tensiones creativas, a las voces disidentes. De abrirnos a lo que aún no ha sido dicho.
La verdadera transformación organizacional comienza cuando aceptamos que nuestras ideas no son absolutas. Al escuchar distintas perspectivas, nos damos la oportunidad de reevaluar nuestras creencias y, en consecuencia, de innovar y crecer. La adaptabilidad es clave para la agilidad organizacional, y esta se nutre de la apertura al cambio que surge de una escucha efectiva.
En mi experiencia acompañando procesos de transformación, he visto cómo la innovación rara vez nace del discurso dominante. Suele aparecer en los márgenes: en la voz tímida que nadie toma en cuenta, en el comentario fuera de agenda, en el silencio incómodo que nadie quiere mirar. Pero para que esa voz emerja, necesita sentirse escuchada como legítima, sin ser interrumpida ni juzgada. Ahí es donde la escucha se vuelve generadora: no reacciona, no interpreta de inmediato, sino que da espacio para que lo nuevo aparezca. La escucha activa es el abono de la innovación.

Algunas prácticas que me han servido
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Suspender el juicio y dejarme afectar: abrirme al otro sin querer tener razón.
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Escuchar con los tres centros: mente (comprensión), corazón (empatía), cuerpo (presencia).
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Validar lo que el otro vive como legítimo, incluso cuando no lo comparto.
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Escuchar para comprender, no para refutar. Poner pausa a las ganas de tener razón.
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Sostener preguntas sin buscar respuestas inmediatas, dejando que las ideas respiren.
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Escuchar el sistema: detectar patrones, historias subyacentes, lo que no se está nombrando.
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Escuchar hacia el futuro: detectar señales débiles de lo que está por emerger.
Escuchar como acto de liderazgo y amor
Escuchar es una forma de amar, de decirle al otro: “importas, te veo, te reconozco”. Y también es una forma de liderar. De generar contexto para que las personas florezcan, para que las ideas circulen y para que emerjan soluciones impensadas.
Vivimos en un mundo que premia la velocidad, la respuesta rápida, la opinión fuerte. Pero quizás lo más transformador hoy sea detenernos y escuchar. Escuchar no sólo para entender, sino para co-habitar el mundo del otro. Escuchar con todo el ser. Escuchar no para tener razón, sino para encontrar sentido. Escuchar para conectar con el otro y con el todo. Escuchar para ver el elefante completo y no solo una de sus partes. En tiempos de complejidad, la escucha no es pasiva: es una forma activa de liderar, de innovar, de transformar.
Cuando estoy en una conversación relevante, procuro respirar y preguntarme:
¿Estoy escuchando para tener razón, o para comprender?
¿Estoy abierta a dejarme afectar por lo que el otro me trae?
¿Estoy dispuesta a que esta conversación me transforme?
“Entre lo que se dice y lo que se escucha, se esconde el mundo que podemos crear juntos”
Fuente: https://www.ariannamartinezfico.com/blog/el-arte-de-escuchar-4mxmzhttps://www.ariannamartinezfico.com/blog/el-arte-de-escuchar-4mxmz