Medellín (Colombia), 17 feb (EFE).- El cierre en Medellín de una plaza donde se exhiben desde hace más de dos décadas 23 esculturas del pintor y escultor colombiano Fernando Botero desató una polémica al ir en contravía de la visión del artista y afectar a comunidades que conviven en ese lugar turístico y cultural.
La intervención en la Plaza Botero, anunciada por la Alcaldía de Medellín a finales de enero como parte de un «plan de choque» para mantener distintos espacios «libres de delito», contempló «cerramientos estratégicos» con vigilancia policial las 24 horas para reducir la inseguridad.
Las restricciones que salpican a esta exposición a cielo abierto, con monumentales esculturas de bronce donadas en 2002 por el artista a la ciudad y que están al cuidado del Museo de Antioquia, inquietaron a la distancia a Botero, según lo expresó desde Mónaco en una carta dirigida al alcalde Daniel Quintero y a la ciudadanía.
«He seguido con cuidado las noticias sobre la Plaza Botero, tanto aquellas que hablan de los problemas de seguridad, como estas últimas sobre su cerramiento (…) La Plaza es un espacio artístico del Museo de Antioquia y de Medellín, así se concibió y bajo ese concepto hice la donación. Que la ciudad transite libremente, así debe estar», señaló Botero en la misiva.
En respuesta al reconocido artista, Quintero aseguró en una carta que la Plaza Botero «nunca ha estado ni estará cerrada», pues cree en un espacio público que permita el «encuentro» y «múltiples formas» de habitarlo.
«Lo que algunos llaman cierre, es en verdad un abrazo», expresó el alcalde, y aseguró que un millón de turistas han visitado la plaza desde su «recuperación».
“NO ES UN ABRAZO, ES UNA PERSECUCIÓN”
Los visitantes llegan atraídos a la plaza por las voluminosas esculturas, elaboradas con la técnica de la cera perdida y rodeadas por el edificio gótico que fue de la Gobernación de Antioquia y por los rieles elevados del Metro de Medellín.
Allí habitan las obras «Mano», Esfinge» «Rapto de Europa», «Cabeza», «Gato», «Perro», Eva», «Mujer vestida», «Mujer reclinada», «Mujer con fruta», «Mujer con espejo», «Caballo con bridas», «Soldado romano», «Adán» y «Hombre a caballo», entre otras.
Este espacio cultural de 7.000 metros cuadrados, enclavado en el centro de la ciudad y cercado con decenas de vallas parar filtrar el ingreso, ha experimentado un deterioro por problemáticas propias de la ciudad: hurtos, prostitución, explotación sexual de niños y adolescentes, microtráfico y habitantes de calle.
Para Valery Parra Ramírez, una mujer transgénero que ejerce la prostitución en el centro de Medellín, esta intervención «no es un abrazo, es una persecución» para las trabajadoras sexuales al sacarlas de un lugar que representa «el techo, la comida, la educación de los hijos y el sustento diario».
«El maestro Botero, quien hizo posible esta plaza, celebró su apertura con putas a su lado. Dijo que también éramos bienvenidas, pero ahora la moral tiene criterios estéticos», declaró a EFE Valery, quien se siente «violentada» e «indignada».
Laura Figueroa, de la Corporación Putamente Poderosas, denunció que algunas trabajadoras sexuales del sector llevan al menos tres días sin comer y las están desalojando porque no pueden pagar las habitaciones en los inquilinatos.
«No solo es el cerramiento físico, es una medida que las deja excluidas, aisladas», remarcó Figueroa.
UN LABORATORIO DE LA CIUDAD
La directora del Museo de Antioquia, María del Rosario Escobar, dijo a EFE que en el mundo «no hay un conjunto escultórico igual» al que habita en esta plaza, a la que define como un «importantísimo laboratorio» de la ciudad por tener todas las «fuerzas vivas» allí resumidas.
Además, este lugar encarna parte de la transformación que empezó la ciudad en los años 90, en medio de la violencia, con proyectos en el centro como Ciudad Botero, potenciados por la plaza con las esculturas del reconocido pintor y escultor como antesala del Museo de Antioquia.
«La plaza es el lugar sostenimiento de muchas poblaciones que debido a su marginalidad han encontrado en el centro un espacio de acogida y creemos que eso debe ser tenido en cuenta a la hora de tomar este tipo de decisiones», afirmó Escobar, quien pide implementar medidas integrales construidas en colectivo.
Entre esas personas que necesitan de la plaza está Gisela Ardila, líder de la Asociación de Mujeres Tinteras del Parque de Berrío (Asotintos), que agrupa a vendedoras informales de tinto (café), actualmente afectadas por el cambio en la dinámica del espacio donde solían trabajar al menos 50 de sus integrantes.
«Les ven un termo y las sacan inmediatamente. Esto es inhumano. Que se pongan la mano en el corazón porque los vendedores ambulantes se han tenido que desplazar a otros lugares y están en la calle para sobrevivir», sostuvo Ardila.
Jeimmy Paola Sierra