El acto de esos militares y la reacción de sectores y personalidades muy influyentes en la vida del país, contribuyeron a permitir que llegaran al poder y que a través de una Asamblea Nacional Constituyente, llegaran a lograr el poder absoluto.
Dentro de tres días se cumple un nuevo aniversario de aquella fecha, 27 años. Han sido años de retroceso, de división, de abusos, de arbitrariedades, de empobrecimiento, de miseria, de migraciones masivas de venezolanos hacia otros países en búsqueda de mejores horizontes.
La polarización política ha sembrado odios y divisiones que costará mucho tiempo superar. Ha sido una tragedia política, institucional, económica, social, cultural y moral. No ha sido posible hasta ahora construir una alternativa seria, responsable, merecedora de la confianza nacional e internacional para sustituir a los responsables de este desastre y los responsables del desastre se empeñan en perpetuarse en el poder indiferentes al sufrimiento de la familia venezolana y conscientes de que, mientras ellos permanezcan en el poder, la situación solo podrá agravarse y empeorar.
Tengo años insistiendo, como quien predica en el desierto, en que debe haber un desenlace pacífico, constitucional, democrático, civilizado, inteligente, consensuado, electoral y venezolano. En medio de tanta oscuridad aparece una luz de esperanza. Todos los voceros tanto nacionales como internacionales coinciden por lo menos en un punto. Más tarde o más temprano habrá que volver a la ruta electoral.
En medio de la tragedia venezolana hay un solo árbitro posible: el pueblo, el soberano. En tiempos remotos voceábamos una consigna que tiene una vigencia estupenda “solo el pueblo salva al pueblo”
Hay varios árbitros posibles en la situación venezolana. Yo prefiero la solución más decente y probablemente más remota que el árbitro sea el pueblo venezolano.