María Gabriela Danieri /El consejo comunal del sector Carmona, en el municipio Trujillo, informó a los médicos del ambulatorio Núñez Carrillo, que una mujer y su hija, de unos 8 años de edad, habían llegado de Colombia por los pasos fronterizos de manera ilegal y tenían los síntomas de lo que podía ser el COVID-19. Era la tarde del lunes, 4 de mayo, cuando Gleizer Rangel, integrante del equipo médico, conformado por una doctora y una enfermera, llegó a la vivienda señalada para el abordaje.
La seguridad de su andar, su confianza para hablar con las pacientes es el producto de la práctica constante y lo hacen lucir profesional. Pocos podrían imaginar, que a finales de marzo, el estudiante de sexto año de medicina, se había unido a las jornadas de despistaje del coronavirus, de manera voluntaria.
En la mirada de terceros, el muchacho vestido con su bata blanca y jeans, pudo haber sido obligado a hacerlo. No recibe pago alguno y refuerza el personal de salud para atender la pandemia, pero ese no es su caso. Tampoco el de unos 2100 estudiantes de medicina de la Universidad Nacional Experimental Rómulo Gallegos (Unerg) dispersos en el país o el de 45 jóvenes, quienes antes de la pandemia, cumplían con sus prácticas profesionales en el estado Trujillo.
“Ustedes deciden: vuelven a las pasantías o se quedan en casa y se gradúan en 2021” les dijo la coordinadora académica, según una decisión administrativa de la Unerg, a finales de marzo, cuando se cumplía la primera semana de la cuarentena social en Venezuela.
El joven, de 24 años, en el cuarto de su residencia, observó el dialogo del grupo de Whatsapp y recordó la pregunta que le hicieron a Giuseppe Girón, un médico de 85 años, a quien llamaron a unirse a la batalla en contra del virus en Italia.
“Quien tenga miedo de enfermar, que no estudie medicina» respondió el doctor sin vacilar. A Gleizer, lejos de esa Europa, que acostumbraba ver a través de su móvil, en un país tildado de tercermundista, en Latinoamérica, le hacían la misma pregunta ¿Tenía miedo a enfermar, miedo a la muerte?
Estaba en su casa, cuando vio esa noticia de la crisis en Italia. Su universidad, cuya sede principal está en Guárico, suspendió las actividades desde el 17 de marzo y por ende sus prácticas en el Hospital Dr. José Gregorio Hernández de Trujillo. El pupilo de galeno acostado en su cama, a solo dos meses de graduarse, se conmovió.
Tanto que decidió llamar a la embajada italiana para irse, pues tiene pasaporte europeo. Sin embargo, el gobierno venezolano ya había seleccionado a los voluntarios en Caracas. En el interior del país, la información llega tarde, al igual que la electricidad y la regularidad de los servicios básicos.
Las palabras de ese médico, que no temía a la muerte, lo hicieron reflexionar. Ambos tienen condiciones distintas: Giuseppe es un doctor de renombre; él apenas un aprendiz. No obstante, pese a estar en sociedades distintas, las circunstancias (un virus mortal) eran similares.
Gleizer, a quien solo le falta culminar su defensa de tesis y una vida de estudios en especialización, no dudó en responder a su profesora de manera afirmativa. A partir del 31 de marzo se incluyó en el equipo de despistaje epidemiológico.
Sus compañeros también, pero optaron por no aplicar las pruebas rápidas, como una decisión personal, que las instituciones de salud y educativas deben respetar, pues las condiciones eran desfavorables.
Es parte de la vida
A Gleizer y sus futuros colegas les advirtieron que no obtendrían los elementos de bioseguridad (ni guantes, ni mascarillas). Estos insumos son exclusivos para el personal de los hospitales, los Centros de Diagnóstico Integral (CDI) y medicaturas de la Fundación Trujillana de la Salud (Asic y hospitales).
Él se dijo a sí mismo “No tengo miedo a la muerte, es parte de la vida». Su mamá falleció en un accidente de tránsito y, su padre, aún de luto, se mudó a Francia. El dinero que envía, pensó, le sirve para comprar sus alimentos y sus uniformes, por qué no sería suficiente para los guantes y mascarillas.
Frente a las pacientes, en el porche de la sencilla vivienda, el equipo de Gleizer hizo las preguntas reglamentarias: nombres, edades, trayecto de regreso al país. Luego, el estudiante aplicó la prueba, como había aprendido con uno de los 22.000 dispositivos chinos, entregados a las autoridades regionales hasta el mes de junio.
Extrajo la sangre. La echó en uno de los agujeros del dispositivo y replicó la acción con el reactivo. Treinta segundos después, ahí estaba. Una sola raya, indicativa del negativo. El resultado fue igual para la madre, de unos 30 años; y la hija, de unos 8 años.
Ambas, tenían la sintomatología y habían regresado de Colombia, la última semana de abril, por las trochas, entre el Norte de Santander y el estado Táchira. Invisibles para las autoridades, sin entrar en la cifra registrada de más de 1500 repatriados legales al estado Trujillo, ingresaron en la parte trasera de un camión cargado de hortalizas, sin ser notadas en las alcabalas.
El aprendiz, quien había ignorado el miedo, se sintió preocupado por esa familia, pero su labor, había terminado. Sobre la confiabilidad de las pruebas, no deben opinar. Tampoco pueden sanarlas de resultar falsos negativos. No es tan fácil como aplicar una inyección. Si a él le parecen inconsistentes las cifras oficiales, no es algo que se le permite cuestionar.
Gleizer únicamente se enfocaba en los pacientes atendidos y en cada acción para contener la pandemia. Quizás apegado a las palabras de Hunter Doherty Adams, quien recomendaba luchar contra la indiferencia. Si batallas contra la enfermedad puedes ganar o perder, mientras que si atiendes al paciente, y lo haces feliz, siempre vas a ganar.
En un mes y medio, visitó familias, que no tenían para comer; comerciantes, micro traficantes y delincuentes, que viven del intercambio comercial con Colombia. A todos les decía lo mismo.
“No es mi deber juzgar, vengo para cuidarlo a usted y, que usted cuide a su familia». De esta manera de ganaba su confianza y evitaba un enfrentamiento entre Guardias Nacionales, que los escoltaban ocasionalmente a las jornadas; y el paciente al margen de la ley.
Eran las 6:00 p.m de ese lunes, 4 de mayo, de nuevo en la sala de las pacientes, ahora negativas, Gleizer se despidió. Su horario es hasta las 3:00 p.m., pero en estos momentos, se había acostumbrado a las horas extras y al ayuno voluntario.
Jacinto Convit, uno de sus ídolos de la medicina en el país, rechazó un premio Nobel, luego de descubrir la vacuna contra la lepra. “No perseguía el mérito, solo quería ayudar a las personas” dijo Gleizer, quien secretamente lo asumía como su modelo a seguir.
La mujer y la niña, lo miraron irse, junto a los demás integrantes del equipo médico. Mientras cerraban las puertas, le dieron las gracias. Quizás, a finales de diciembre de 2020 o en el primer trimestre 2021, cuando él y sus compañeros obtengan su titulación en medicina, nadie les reconozca los sacrificios hechos para merecerlo.