El Anacobero y el Hueso | Por: Pedro Bracamonte Osuna

 

En un lóbrego ambiente, Daniel Santos, embriagado de alcohol en una cantina del caluroso  Maracaibo, escribió sobre una servilleta la canción Sierra Maestra, motivo por el cual un tiempo después fue acusado de comunista, cuando la guerrilla fidelista, comenzó a radiarla como un himno a través de Radio Rebelde desde las trincheras de lucha. Era el año 1957. Daniel Santos, era el cantor de los marginales. Fue un rey para los obreros, desempleados, matones, amas de casa y prostitutas. Sus boleros, guarachas, mambos y sones  sonaban en cumpleaños, bodas, fiestas de pueblo y en cualquier rockola. Ese mismo año, 1957, Valera fue el epicentro del campeonato nacional de boxeo aficionado, donde el legendario Carlos “Morocho” Hernández ganó la medalla de oro en la categoría pluma al derrotar por decisión dividida al púgil trujillano de tan solo 23 años de edad, Eloy Salas.

José Eloy Salas, a quienes todos conocían como el “Hueso Salas”, vio luz de vida el 1 de diciembre de 1933, en el hogar de Rafael Matheus y Victoria Salas, esta última, personaje muy popular en esta ciudad por la preparación de gustosas sopas, las cuales salía a vender en una carretilla y otras veces en azafates.

 

 

Guiados por su madre, los hermanos Salas se convirtieron desde corta edad en jugadores del béisbol romántico que se practicaba en Valera. Eloy fue un gran lanzador, mientras que Ricardo se destacaba como segunda base, posición donde en una oportunidad recibió un fuerte pelotazo en su rostro y que por poco lo deja ciego. Desde entonces, lo comenzaron a llamar el “Tuerto Salas”. Algunos años después, los hermanos Salas se aparecieron por el viejo gimnasio de boxeo, cercano a su casa materna, donde lograron sus grandes hazañas. Cada uno en divisiones diferentes, los Salas fueron ganando laureles. Ricardo, un poco más disciplinado llegó a ser triunfador en el torneo Cinturón de Diamantes en México, mientras que Eloy fue tres veces campeón nacional de boxeo, con una vida deportiva más desorganizada se ocupaba a medias del boxeo, pero tenía a su favor una poderosa pegada.

Aquella Valera vivió una época dorada de buen boxeo, donde la afición pudo disfrutar de excelentes veladas, como el memorable combate entre Zenón Antequera y Daniel Castellanos que no solo se escenificó sobre el ring, sino que continuó en los camerinos del gimnasio con la atención del público que abandonó los graderíos para ver de cerca la rivalidad personal entre estos gladiadores. En esta ciudad, en cualquier esquina, los paisanos recuerdan anécdotas de este popular deportista, que además de boxeador, igualmente podía ataviarse con un traje de luces y torear en fiestas taurinas o asumía el rol de chofer, guardaespaldas, apostador, matarife, cañero, jugador de cartas, revoltoso o simplemente de celador. Aún a pesar de toda esta vida desenfrenada, fue en tres oportunidades campeón nacional de boxeo.

Entre los muy cercanos a Eloy, rememoran en forma jocosa la anécdota donde aseguran que en una oportunidad el “Hueso” había concertado con algunos tahúres, una pelea donde saldría derrotado, asegurando al final del combate una importante recompensa. La fullería ya estaba en marcha y los artífices eran Eloy Matheus, Chepino, Gelo Leal y un tal Cuevas. Las apuestas favorecían al “Hueso” frente al maracucho Atilio Pulgar. Todo parecía estar dispuesto para aquella gran estafa. Un primer asalto donde Eloy golpeaba sin fuerzas al fiero rival que ganaba confianza. En el segundo asalto y luego de que el árbitro, Guillermo León tintineara la campana, Wilmer Urdaneta quien actuaba como árbitro, llamó a combate, Pulgar se abalanzó con golpes presurosos sobre el ídolo de El Bolo, quien en forma rápida trato de esquivarlos y casi sin querer se defendió, soltando un golpe directo al mentón del maracucho que se desplomó en el acto. El réferi indicó a Eloy Salas que se colocara en una esquina neutral, desde donde desesperado le pedía al caído peleador que se levantara, no para seguirlo golpeando sino que aquella acción desmoronaba la apuesta en juego y arruinaría a los viciosos apostadores que esperaron hasta pasada la medianoche a las puertas del gimnasio al fortachón boxeador, para ajustar cuentas por las pérdidas ocasionadas. Otros más atrevidos aseguran que esta misma situación ocurrió también en otra pelea presuntamente arreglada de Eloy Salas frente al púgil local “Locameca” Viloria.

Con vidas similares en cuanto a incoherencias, vida alegre y la búsqueda de la gloria, Daniel Santos y Eloy Salas disfrutaron de su existencia cada uno a su manera, el uno convertido en el cantor de los marginales y el otro combatiendo y apostando con los marginales, cada quien desde su respectivo bar. Recién cumplido sus setenta y nueve años, José Eloy Salas se marchó sin despedirse como acostumbraba, una fría mañana de navidad del año 2012, convertido en una historia más de esta ciudad.

 

 

 

 

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