Carolina Jaimes Branger
”El título de este libro ‘Lo que queda en el aire’, está tomado de una definición del ballet que escuché hace años sin saber quién la dijo: ‘El ballet es lo que queda en el aire después de que el bailarín pasó por él’. No es una novela. No es un ensayo sobre el ballet. Es un poema de amor. Me dicen que es la primera vez, al menos en la literatura del país venezolano, que un marido escribe un libro sobre su mujer. Esto, creo yo, podría considerarse de entrada como algo valioso”. Con estas palabras comenzó Rodolfo Izaguirre su intervención el día de la presentación de su libro, bellamente editado por Gisela Cappellin, el pasado miércoles en los espacios del Trasnocho Cultural.
Y no es que sea “algo valioso”, como dijo Rodolfo. Es algo extraordinario. Y no en Venezuela, sino en todo el mundo. Poquísimos hombres se han atrevido, (sí, la palabra es atrevido), a escribir un libro sobre el amor que sienten por sus mujeres. ¿Machismo? ¿Temor a burlas de sus congéneres? ¿Miedo a hacer el ridículo? ¿Todas las anteriores?…
Alguien podría decirme que la Divina Comedia es uno de esos libros, pero tendría que contradecirlo: el famoso poeta italiano sí estuvo enamorado de una mujer llamada Beatriz Portinari. Beatriz fue su musa y la inspiración detrás de su obra maestra «La Divina Comedia». Sin embargo, es importante destacar que la relación entre Dante y Beatriz se basó principalmente en una idealización romántica, ya que Dante apenas tuvo contacto directo con ella. Aunque su amor puede considerarse una mezcla de realidad y ficción, la figura de Beatriz en la obra de Dante es profundamente simbólica y representa la gracia y la salvación en su viaje a través del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. No es una historia de amor real, mucho menos carnal.
Me viene a la mente «Cartas a Nora» de James Joyce, una hermosa recopilación de cartas escritas por Joyce a su esposa, Nora Barnacle, que muestra el profundo amor y conexión entre ambos. Esta sí que es una excepción, como la de Rodolfo en “Lo que queda en el aire”, por cierto, una expresión de una belleza literaria única. Yo la encontré como del coreógrafo y bailarín ruso Alexandr Pushkin, y aunque tiene sentido que la haya dicho un bailarín o alguien muy cercano al ballet, siempre hay que tener cuidado con las atribuciones precisas de las citas.
El libro es un poema de amor. Como lo dijo el mismo autor, no es una novela. No es un ensayo. Tampoco es un cuento, ni una crónica periodística. Cada frase está concebida como un verso, desde las más simples, que narran situaciones cotidianas, divertidas o tristes. Rodolfo nos transporta a un universo de emociones, imágenes y significados que sólo pueden encontrarse en la poesía. A través de la combinación cuidadosa de palabras, nos invita a explorar todas las sutilezas de la experiencia humana a partir de su inmenso amor por Belén. Rodolfo se libera de las limitaciones para expresar la esencia de lo que lleva por dentro y nos permite adentrarnos en los rincones más profundos de su mente y su corazón.
En la presentación hablaron Hercilia López, gran bailarina amiga de Belén, y Rafael Arráiz Lucca, amigo del autor. Las palabras de Hercilia fueron otro poema… no sólo es grande en el baile, sino en la escritura: “Por eso conociendo a Belén como la conocí y conociéndote algo a ti me sentí muy cómoda leyendo el libro. Seguirte en ese juego de imágenes siempre ofrecidas desde una mirada personal amable y con tu gran sensibilidad
humana para, desde ella, contarnos de Belén y tú, y, además, de la relación con los tres hijos, como parte de esa unidad amorosa que crearon y que bien reflejas contándonos anécdotas de casa”. Y a algunas de esas anécdotas de casa se refirió Rafael Arráiz en sus palabras. El prólogo de la magnífica Elisa Lerner complementa la obra de arte que es “Lo que queda en el aire”.
Rodolfo quedó agradecido y emocionado y estoy segura de que el público que colmó los espacios del Trasnocho Cultural esa tarde, también. Yo lloré con las palabras de Hercilia y con las de Rodolfo. Las de Rafael me hicieron reír. Todo muy humano, como es el libro. En esa poesía Rodolfo capturó la efímera belleza de un promenade en el ballet, celebró su amor sereno y a la vez apasionado por su esposa de cincuenta años, cuestionó las inquietudes existenciales, narró episodios domésticos y transmitió con desgarradora precisión el dolor que la pérdida de Belén todavía le produce: “La tristeza que trata de anidarse en mi corazón hace esfuerzos por rebelarse y dejar de ser porque con su muerte Belén continúa siendo un rayo de luz que estalla con silencioso estruendo”.
Gracias por este libro, querido Rodolfo. Todas las mujeres soñamos con que el hombre que amamos nos escriba algo así. Tu Belén, que dejó en el aire tantos recuerdos hermosos, que está en cada relámpago que aparece y desaparece tan rápido como las piruetas del baile, debe estar sonriendo: en efecto, te convirtió en un águila, aunque tú creas que el águila era ella…
@cjaimesb