“Enséñame, / rehazme / a fondo, / avívame / como quien enciende un fuego” Rafael Cadenas “amante”
Recientemente fui invitado por algunos amigos, entusiastas y amantes de la ciudad, para expresar nuestra visión personal y algunos rasgos de la experiencia compartida con un grupo de atrevidos amantes del espacio urbano, en un esfuerzo colectivo generador de impulsos y propósito político, junto a un conglomerado con-viviente asentado como grupo humano convocado por múltiples motivaciones y provocaciones, a un espacio del territorio y de la imaginación, marcado por la presencia arrolladora de las aguas y de mitos sobre riquezas y fantásticas aventuras, dentro de un plan con pretensiones de forzada modernidad.
Como todo relato, este contiene una expresión subjetiva que presenta una interpretación de la realidad, eso pretendemos hacer para presentar una visión de nuestra Ciudad Guayana, en algunos momentos históricos de su proceso durante los últimos sesenta años para establecerse como Ciudad en la consciencia colectiva con las idas y vueltas para hacer ciudadanos generadores que en cada tiempo la habiten y la hagan vivir con sus sueños al sembrar su impronta. Ciudad Guayana con su millón de habitantes, se ubica a la altura del paralelo 8 de latitud norte, en la ribera sur del Orinoco y en ambas orillas del Caroní hasta su desembocadura, con una altitud de 20 msnm que se eleva hacia los miradores espectaculares de Altavista en Puerto Ordaz y la meseta de Chirica con el cerro El Gallo, escenario de la batalla de San Félix -en 1.817- aquella tarde abrileña de libertad e independencia, importante hito para la construcción republicana en nuestramérica.
Toda ciudad es una creación permanente -en el espacio y el tiempo-, atribuible sólo al ser humano histórico y colectivo, en intensivo encuentro con sus valores morales y éticos, habitando en ella con sus sueños comprometidos en los sudores de cada jornada: porque además de trabajar, en ella se descansa, se piensa y se crea, se ama y se reflexiona, se re-crea en el arte y la espiritualidad; se siembran esfuerzos y también hijos para que a su tiempo sueñen, amen y hagan ciudad, porque la ciudad es un permanente hacer cultural donde cada generación va dejando su huella, su marca, su presencia, su historia con sus sueños y su figura, “hasta la sepultura”.
Cada habitante hace su propio aporte para el encuentro en su necesidad de mirar con los otros un espacio donde dar seguridad a su existencia y sentido a su compromiso con la vida; repito lo que entonces insistimos, “la Ciudad se construye con el esfuerzo de todos”. Es necesario hacer consciente que la ciudad existe más allá de sus edificaciones y construcciones materiales; sin restar importancia a las obras urbanas, donde resaltamos la calle, la plaza, el barrio; la ciudad existe sobre todo en la concurrencia de sus ciudadanos para hacerla cada día en su acción y su imaginación y de ello deriva la necesidad de ser considerada como espacio de inclusión para todos y todas, en sus edades y voluntades, en su hacer e ideas, sus posibilidades y sus limitaciones, para desarrollar la cor-responsabilidad en el compromiso de las alegrías y vicisitudes del con-vivir; de allí aquel lema que difundimos “Ciudad de Todos, con Todos y para Todos”.
La ciudad es un permanente hacer político para construir una auténtica democracia en la raíz de la convivencia que permita superar la subordinación con la que ha sido orientada la dirección de la comunidad cívica por modelos e instancias autocráticas de poder. De esa consideración deriva la manera como abordamos nuestra relación consciente con la ciudad: ¿cuál modo elegimos para hacer el camino que asumimos?, lo cual también nos plantea ¿con quién queremos nuestra suerte echar?. Aquí les hago memoria de nuestra insistencia en el lema “con la gente”, para el desarrollo de la política de ampliar y profundizar la democracia; remachando con la expresión “más vale errar con la gente que acertar sin ella”, para marcar el sentido de hacer el camino en el diálogo sin presunciones y en la consciencia del aprender-haciendo con la reflexión compartida y la incorporación creciente de todos para hacer más y hacerlo mejor; recordamos: “siempre se puede más, siempre se puede mejor”.
Para los antiguos griegos la diosa protectora de la ciudad era Palas Atenea, diosa de la sabiduría, del enredo, la red y la trama. Esencialidad que genera la polis: el encuentro ciudadano para “re-pensar la ciudad” con los esfuerzos para hacerla por los caminos necesarios de la política. La ciudad se va constituyendo en la trama de la red que requiere la continuidad de sus servicios y la intensificación del encuentro que vincula a sus habitantes.
Muchas veces repetimos en nuestro discurso “La política es una alianza dialéctica entre la realidad y el sueño”; porque no es una tarea sencilla y tampoco simple; la ciudad como obra humana, cultural y política, es compleja y además existe en un tiempo histórico que va mucho más allá del tiempo de vida de cada generación que la habita. Aquellos postulantes -vanidosos e ignorantes-, quienes creen que antes de ellos no existe la historia, suelen terminar con la displicencia de aquel triste rey de Francia “después de mi el diluvio”, similar a la de quien pretende diluir su responsabilidad al decir “el que venga atrás que arreé”.
El amor cívico vigoriza la ciudad; el des-amor la pierde. Es necesario considerar la realidad en cada tiempo de la Ciudad, porque “los hombres hacen su propia historia pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con las que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado”, como nos recuerda Marx en “El 18 brumario de Luis Bonaparte”.
El epígrafe de este texto, tomado del poemario “Amante” de Rafael Cadenas, el cual sugiero leer de nuevo, nos remite a otra esencialidad en la idea clave acerca de la ciudad: ella no es sólo nuestra hechura –también somos su hechura-; en la medida de la complejidad con la que la constituimos, la ciudad se independiza de nosotros, se hace arquetipo, nos envuelve, nos educa, nos transforma, nos hace suyos, se instala en nuestra alma e imaginarios y nos marca con sus maneras e identidad en nuevos sueños y desvelos, hasta hacernos declarar el amor a la ciudad, con el deseo de vivir hasta morir en ella.
El escritor nuestramericano Jorge Amado, es autor de una hermosa novela “Encrucijada grande” (Tocaia grande), donde hace homenaje a esa humana fundación colectiva de cotidianidad y afecto solidario, con la extraordinaria historia de un lugar de encuentro en los caminos donde se fueron aquerenciando, el sembrador del huerto, las cocineras, carreteros y artesanos, el “grao turco” palestino libanés, y muchos otros -también los personajes de noche alegre en la casa de la otra orilla-. Todos hicieron sueños con sus sudores y defendieron con sangre apasionada su derecho a vivir allí, con respeto y armonías.
Es así como, al irnos haciendo co-fundadores de la ciudad, ella se va instalando en nosotros, nos acompaña donde quiera que vayamos con nuestra vida envuelta bajo su embrujo; se nos va pasando la vida con el alma de la ciudad en nosotros, sin poder desprendernos de ella. Como nos recuerda y canta Constantino Cavafys, el gran poeta de Alejandría, en su poema La Ciudad “Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares. / La ciudad te ha de seguir. Darás vueltas / por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo / y en estas mismas casas habrás de encanecer. / Siempre llegarás a esta ciudad. Para otros lugares –no esperes- / no hay barco para ti, no hay camino. Así como tu vida la arruinaste aquí, / en este rincón pequeño, en toda la tierra la destruiste”.
En su recorrido de formación, Ciudad Guayana tiene procesos memorables, algunos registrados con precisión, aquellas expediciones de Ordaz y Raleig, la comunidad indígena del cacique Morequito, la Santo Tomé peregrina desde Berrio, los poblamientos de San Félix y San Miguel con las Misiones de los capuchinos catalanes, pequeños asentamientos en Cambalache y Caruachi, el establecimiento del campamento de la minera Orinoco con sus campos A, B y C de Puerto Ordaz y la determinación de un proyecto nacional para “el desarrollo de fronteras” en el sureste de Venezuela, con el establecimiento de algunas empresas de transformación estratégica del hierro y el acero así como el desarrollo del potencial hidroeléctrico en el bajo Caroní. Con escasos 20.000 habitantes se declara nueva fecha -el 2 de julio de 1.961-, para el impulso de la ciudad en esas riberas de aguas, con la atractiva convocatoria de inversiones públicas y privadas y también, a los sudados sueños de muchas personas desde múltiples espacios nacionales e internacionales, que provocó un exponencial crecimiento interanual de la población. Para muchos, el abrazo al venirse fue: “en Guayana te espero, amor mío”. …continuaremos con el tema.